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– Bueno, creo que deseo compartir una botella de vino con el señor Chartley. Lo hizo bastante bien.

Hallie iba y venía por el ancho del estudio, una habitación pequeña y perfectamente masculina de rico cuero marrón, con un escritorio de caoba y biblioteca a juego. Tanto Douglas como Jason la observaban. Ella se detuvo junto a la ventana y sacudió un puño en dirección a la casa rentada del señor Chartley.

– Es un sinvergüenza, no mejor que Thomas Hoverton. Le ha vendido la propiedad a dos personas.

– No -dijo Douglas. -Vendió una mitad de la propiedad a cada uno.

– Bueno, sí, lo hizo, pero…

– Fue muy astuto de su parte. Usted, señorita Carrick, lo puso en una posición absolutamente insostenible.

– No, fue usted quien hizo eso, señor. Yo simplemente jugué las mismas cartas. Usted amenazó con exterminar al pobre hombre y su pobre hija si no rodaba como un perro muerto y hacía exactamente lo que usted decía. Yo meramente seguí su ejemplo, y mire lo que hemos obtenido.

Ella agitó la escritura y el cheque del Banco de Inglaterra frente al rostro de Douglas. Él puso mala cara entonces, y Hallie se sentó con fuerza en una de los grandes sillones de cuero del conde, y se cubrió el rostro con las manos.

Jason dijo a su padre:

– Estoy satisfecho. No sacó un elegante estilete de su manga y lo clavó en tu brazo.

Hallie levantó la cabeza de golpe.

– No pensé en eso. Si me disculpan, buscaré mi cuchillo. Pero hay un problema. Estas mangas son tan condenadamente grandes que no puedo ocultar nada en ellas. Un cuchillo caería al suelo.

– No se mueva, señorita Carrick -dijo Douglas. Era su turno de ir y venir por la habitación, con los ojos sobre sus botas. Se detuvo y se dio vuelta para enfrentar a los dos jóvenes. -Sugiero que pensemos en el señor Chartley como un agente del destino. El hecho es que ahora ambos son dueños de Lyon’s gate. Por lo tanto sugiero que los dos se sienten como los adultos que son, y deduzcan cómo harán funcionar esto. Dudo de destruir al señor Chartley, dada su ingeniosa solución. -Douglas fue hacia la puerta y se volvió para enfrentarlos. -Señorita Carrick, usar mis tácticas con el señor Chartley fue una excelente estrategia. Es usted una mujer de temple. Debo admitir que Jason y yo estábamos regodeándonos anoche, no descaradamente, por supuesto, porque hubiese sido descortés.

– Sabía que estaban regodeándose.

Pero el conde había desaparecido.

– Regodeándonos en silencio -dijo Jason, frunciendo el ceño al umbral vacío. Oía las pisadas de su padre alejándose por el corredor, hacia el frente de la casa de ciudad. Su padre era un hombre inteligente. Jason miró de reojo a Hallie Carrick. -¿Qué diablos vamos a hacer?

– Cédame su mitad. Le pagaré por ella, naturalmente. Incluso le daré una ganancia.

– ¿Logró obtener más dinero de sus banqueros?

– Oh, sí. Fui a casa del señor Billingsley en Berkeley Square. El señor Billingsley intentó negarse, pero su esposa me ha conocido desde que nací. Ella le dijo que se metiera en su estudio y que me diera un cheque de caja. Ella dijo que fui astuta, ¿y no decía siempre mi padre a su esposo lo astuta que yo era?

– En ocasiones no me gusta el destino -dijo Jason. -Iré a montar al parque. Espero obtener algo de inspiración de los cisnes en el Serpentine.

Era la hora de la cena en esa noche de mayo que lloviznaba cuando Jason abrió la puerta de su dormitorio para encontrar a Hallie Carrick allí parada, su puño levantado para golpear, con una expresión decidida en su rostro.

– Señor Sherbrooke, tengo una solución. Usted dormirá en los establos. Podemos crear unas encantadoras habitaciones allí para usted, en la sala de aperos. No será problema. Puede tomar sus comidas conmigo en la casa.

Él no se movió, no apartó la mirada de ella.

– No.

– No podemos compartir la misma maldita casa, lo sabe.

– Entonces usted puede quedarse con los establos. Puede tomar sus comidas conmigo en la casa grande.

– Si usted fuera a habitar la casa grande, no haría nada para volver a hacerla hermosa. Yo me desharé del moho, pondré nuevas cortinas en las ventanas y alfombras nuevas en los pisos. Puliré esos pisos y reemplazaré lo que sea necesario reemplazar.

– ¿De dónde obtuvo esa malograda noción de que a los hombres no les importan su entorno?

– Mi madrastra me dijo que los hombres estarían perfectamente satisfechos de vivir en una cueva. Arrójales un hueso jugoso y dales… Bueno, eso no importa. Los establos son perfectos para usted. -Ante la ceja levantada de Jason, ella dijo: -Muy bien. Retroceda. -Ella casi lo pasó por encima, con la mano estirada, presionada contra el pecho de él. Jason retrocedió a su paso. Hallie se detuvo en medio de su dormitorio y movió las manos. -Sólo mire. Un monje podría estar viviendo aquí. La única razón por la que esta encantadora habitación no está cubierta de polvo y huellas de bota embarradas es debido a la diligencia de los sirvientes. Esto es patético, señor Sherbrooke. Así es como seguiría viéndose Lyon’s gate si usted viviera en la casa grande.

– ¿Puedo recordarle que no he estado aquí durante cinco años, señorita Carrick?

Jason debería decirle que había seleccionado la mayoría de los muebles para los Wyndham, que había escogido las telas para las nuevas cortinas de la sala de estar, y que había arreglado cada uno de los objetos interiores.

Ella pensó que él estaba derrotado, y se rió.

– Tengo razón, admítalo. Estará perfectamente bien en los establos, señor Sherbrooke.

Hallie casi salió danzando de su dormitorio. Jason se quedó allí parado en el medio, con los brazos cruzados sobre su pecho, preguntándose qué sucedería a continuación.

CAPÍTULO 12

Northcliffe Hall – Fines de mayo.

– Deberíamos haber traído mantas -dijo Jason, y se frotó enérgicamente los brazos con sus manos.

Además de tener frío, estaba empezando a pensar que el suelo era un cementerio de rocas. ¿James consideraba esto cálido?

– Te has vuelto blando con los años lejos -dijo James. -Esta es la primera noche perfectamente clara que hemos tenido desde que llegaste a casa. Mira el Cinturón de Orión, Jase… parecen diamantes destellando.

Estaban recostados en la cima del precipicio sobre el valle Poe, el lugar favorito de James para mirar las estrellas.

Jason dijo:

– Has estado mostrándome el Cinturón de Orión desde que teníamos seis años. Recuerdo que usaste la palabra destellante todas y cada una de las veces.

– Y recuerdo que casi te até para que te quedaras quieto el tiempo suficiente. Al menos ahora estás bien callado, excepto por las quejas.

– Si no me muevo, quizá no me congele hasta morir.

James se rió, se sentó y se dio vuelta para mirar a su hermano, que yacía de espaldas, con la cabeza apoyada en sus brazos cruzados.

– Jase, ¿estás seguro de que realmente quieres compartir tu casa y tus establos con esta muchacha? Apenas la conoces. Podría ser una arpía.

– Lo es.

El rostro de Jason estaba calmo, y no parecía más que somnoliento.

– ¿Estás diciéndome que compartirás a sabiendas una casa con una mujer desagradable que hará tu vida miserable?

– Eso es. Piénsalo como un matrimonio arreglado. -Jason se levantó para cerrar sus brazos alrededor de sus piernas. -¿Qué otra opción tengo?

– ¿Intentaste comprar su parte?

– Oh, sí. Ella casi me degolló. -De pronto Jason se golpeó el costado de la cabeza. -Pensándolo bien, podría haber hecho que la secuestraran y que la llevaran a las Antillas. ¿Qué piensas?

– Madre quería enviarla aún más lejos. Lo haría ahora, en un instante. Recuerdo que padre salió de la habitación, diciéndole por encima del hombro que creía que había un barco en puerto destinado a Charlotte Amalie.