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– Como dije, señorita Carrick -dijo Charles, -Elgin tomó algunas malas decisiones, decisiones que lamenta tremendamente. Ha cambiado. Ha madurado, aunque le ha llevado más tiempo crecer, ya que mintió sobre su edad.

– ¿Cuántos años tiene lord Renfrew?

– Sé con certeza que tiene treinta y tres.

Ella se rió, simplemente no pudo evitarlo.

– Veinticuatro meses, mintió sobre veinticuatro meses. ¿Creyó que para una muchacha de dieciocho años totalmente enamorada veinticuatro meses harían diferencia?

– Uno nunca sabe con las mujeres. Mi propia esposa fue un misterio para mí hasta el día que murió. Veo que aún siente el dolor del golpe que él le asestó.

– ¿Qué golpe fue ese?

– Lo que él hizo no fue tan deshonroso, señorita Carrick. Elgin necesitaba desesperadamente dinero para restaurar las fincas de su tío. El viejo era un derrochador, indigno de sus tierras y su título. Elgin sabía que tendría que hacer el máximo sacrificio.

– El máximo sacrificio -repitió Hallie lentamente, saboreando las palabras. -No tenía idea de que había alcanzado semejante prestigio. ¿Ese es el único golpe sobre el que le contó?

– Cielo santo, ¿hay otro?

– Así es. La cosa es que lord Renfrew estaba acostándose con otra mujer al mismo tiempo de nuestro compromiso.

Charles hizo una mueca de dolor.

– Puedo ver porqué no querría admitir eso ante mí. Eso lo hace aparecer bajo una luz bastante estúpida, ¿cierto?

– Oh, sí. Bien, no puede comprar mi yegua y no puede presionar la proposición de lord Renfrew. Ha tomado su té. ¿Le gustaría marcharse ahora, señor? ¿Quizás llevar a lord Renfrew su sombrero y su bastón?

Charles se puso de pie lentamente.

– Sabía que los mensajeros siempre eran pateados, y sin embargo vine. Ese segundo golpe, no me lo contó. La próxima vez estaré mejor informado.

– Lord Renfrew debe tener algún control sobre usted, para realmente convencerlo de que viniera aquí. Ser su emisario, eso ciertamente es caer muy bajo.

– Oh, sí, sin dudas tiene un agradable control sobre mí. Si no fuera así, ¿es posible que pueda imaginar que yo estaría aquí para presionarla con la proposición del imbécil?

Ella se rió, sintió un tirón de simpatía.

– ¿Cuál es el control que tiene?

– Creo que no se lo diré, señorita Carrick. ¿Puedo llamarla Hallie?

– No. Tal vez la próxima semana. Si hay una próxima semana, lo cual, dada la compañía que usted tiene, es muy improbable. Jason y yo estamos muy ocupados. No me gusta tener que pasar tiempo bebiendo té cuando hay casillas que limpiar.

– Un encantador pensamiento, se -dijo él. Fue hacia ella, sus pasos fuertes y gráciles, haciendo preguntar a Hallie exactamente quién era Charles Grandison. Él le tomó la mano, la dio vuelta y le besó la muñeca. -Una piel tan suave -dijo.

– Si me lame, lo sacaré a patadas por la puerta del frente.

Él se rió.

– Oh, no, yo no lamería la piel de una dama, al menos no en la sala de estar, señorita Carrick. Eso no tiene tacto, sólo el valor del escándalo. Me disgusta tal artificio.

Ella se preguntó qué estaría pensando cuando montó el encantador castrado gris andaluz sujetado por Crispin, su mozo de cuadra más joven, de trece años, y lo vio aceptar el sombrero y el bastón de lord Renfrew de Petrie. Lo vio llevar al andaluz a través de los portales abiertos y por el camino. Un excelente caballo de montar; orgulloso, ágil, calmo. Se preguntaba cuál sería su nombre. Se preguntaba qué control tenía lord Renfrew sobre Charles Grandison.

Hallie quería trabajar con sus caballos, quería sudar, tal vez incluso cantar una canción. No quería que jamás un hombre volviera a convertirla en una tonta.

Diez minutos más tarde, caminaba rápidamente hacia los establos. Aún podía oír a Petrie y Martha discutiendo, oía a la cocinera cantando mientras preparaba una tortilla española al amo Jason, y a Angela tarareando mientras cosía otra falda dividida para Hallie.

Silbó hasta que estuvo a no más de cinco metros de los corrales y oyó un grito.

Era Delilah, y estaba suelta. También Penelope, y ambas estaban en el corral corriendo tras Dodger, quien, con un tremendo salto, pasó la valla del corral para huir en la distancia.

– ¿Qué diablos sucedió, Henry?

Jason apareció corriendo por la esquina, con un limpia-cascos todavía en su mano derecha. Dedujo qué sucedía.

– Tráeme a Carlomagno. Es el único lo suficientemente veloz para atrapar a Dodger.

Pero Hallie fue más rápida.

– Es mi caballo -dijo, puso la brida en su sitio, lo agarró de la crin y subió. -Traeré a Dodger a casa, señor. Tú tranquiliza a las yeguas.

Jason la vio montar a ese bruto suyo a pelo, al galope. Vio a Carlomagno pasar una valla a toda velocidad. Sacudió la cabeza y fue al corral.

– La señorita sí que puede montar -dijo Henry. -Nunca vi a una mujer montar como ella.

– Es una pena que las líneas de descendencia de Carlomagno no valgan nada, o podríamos sacar un montón de dinero de él.

– El viejo es un accidente de sangre, amo Jason, y eso a veces pasa. Nunca debía haber sido tan malo ni tan veloz.

Menos de cinco minutos más tarde, Corrie y James aparecieron en el establo.

– Vimos a Hallie montando como el viento. ¿Qué está pasando?

– Las damas de Dodger estaban peleando por él. Él escapó y Hallie fue en su busca.

James entregó a su hermano las riendas de Bad Boy.

– Será mejor que te asegures de que no se rompe el cuello.

CAPÍTULO 28

Fue culpa de la vaca del Mayor Philly, que estaba deambulando libre en su pastura, mascando plácidamente la fresca hierba de verano mientras miraba atentamente a Dodger, que seguía corriendo más rápido que el viento. La vaca estaba inconsciente de que Carlomagno iba directo hacia ella, toda su concentración puesta sobre Dodger, que seguía a unos treinta metros delante suyo.

Cuando la vaca vio a Carlomagno, con los ojos salvajes y la cabeza gacha, mugió muy fuerte, alarmada.

Carlomagno oyó el mugido aunque no vio la vaca, pero Hallie sí. En un desesperado esfuerzo de evitar el desastre, se arrojó contra su cogote, tomó las riendas cerca de la boca y tiró tan fuerte como podía hacia su derecha.

Carlomagno le arrancó las riendas de las manos, saltó en el aire, azotó a la vaca con sus cascos, falló y mandó volando a Hallie por encima de su cabeza.

Jason lo vio todo. Estaba tan asustado que maldijo hasta haberse quedado sin partes del cuerpo humanas y animales. Saltó sobre el lomo de Bad Boy, esquivó la cabeza de la vaca que topetaba y cayó de rodillas al lado de Hallie.

Ella estaba pálida, excepto por dos rasguños con sangre en su mejilla. Jason buscó el pulso en su garganta y no pudo encontrarlo.

– No te atrevas a estar muerta, maldita seas. Quiero Lyon’s gate, pero no sobre tu cadáver. Abre los ojos, maldita mujer, ahora. No quieres ser la primera persona enterrada aquí en esta pastura de vacas, ¿verdad? Ahí está, encontré tu pulso. Estás viva, así que deja de simular que no lo estás. Despierta, mujer.

– Me pregunto dónde están enterrados todos los dueños anteriores de Lyon’s gate.

Sus palabras eran arrastradas, pero Jason las entendió.

– Bien, estás aquí. Mantén los ojos abiertos. ¿Cuántos dedos estoy moviendo frente a tu nariz?

– Un puño borroso. Estás sacudiéndome el puño. Qué descaro.

– Quédate quieta. -Comenzó con sus brazos y luego pasó sus manos suavemente por toda ella, terminó apretándole los dedos de los pies dentro de las botas de montar. -¿Sientes dolor en algún otro lugar aparte de la cabeza? No te quedes allí tirada con una expresión ausente en el rostro, respóndeme. No gimas, ¿es sólo tu cabeza?