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– ¿Por qué? ¿Hay algo mal con una de las yeguas? Padre, ¿por qué estás sacudiendo la cabeza de ese modo?

– Cariño, no seas obtusa. Enfrenta los hechos. Ve con Jason. Habrá mucho que hacer. Oh, sí, tus tíos se quedarán en Northcliffe Hall.

– Padre, toda esa charla acerca de Jason teniendo que casarse conmigo, pensé que estabas bromeando, que estabas torturando a lord Renfrew, y admito que pensé que estaba muy bien de tu parte. ¿Realmente crees que debería casarme con Jason? Eso es ridículo. -Se dio vuelta rápidamente para enfrentar a Jason. -Escúchame, no me casaré contigo. No quieres una esposa. No confiarías en una esposa.

– Vamos, Hallie.

– No. Dijiste que nunca querías casarte. Yo tampoco quiero casarme. Somos dos. Tenemos mayoría de opinión aquí.

Alec Carrick rugió:

– ¡Tenías tu mano en sus malditos pantalones, Hallie! Lo hubieras tenido en el piso del establo en cuestión de momentos si no te hubiese quitado de encima suyo.

– ¿Me quitaste de encima?

– No, señor -dijo Jason, con el corazón palpitando, el espectro de la condena sentado sobre su hombro. -Yo la hubiese detenido. Bueno, tal vez no.

– Exacto -dijo Alec. -Esto se llama consecuencias, Hallie. Contrólate. -Y dijo a Jason: -Una vez Hallie negó un diluvio porque quería un picnic. Negar la necesidad de un esposo no sería nada para ella.

– Pero…

– Calla, Hallie. -Jason la tomó de la mano y la llevó a tirones hacia la puerta principal. -Hablemos sobre un picnic bajo la lluvia.

Ella dijo:

– Ese picnic en particular fue bastante espantoso, a decir verdad…

Jason la arrastró fuera de la casa.

Angela dijo a Alec:

– Estoy preocupada por esto, milord. Ella siempre ha sido obstinada.

– Tengo confianza en el joven señor Sherbrooke. Lo vi rodeado de niños varias veces en Baltimore. Lo adoraban. Lo obedecían. Él controlará a Hallie. ¿Sabías que descubrió quién es el mozo de cuadra que le contó a su prima, que es doncella de lady Grimsby, acerca de Jason y ella en los establos?

– Oh, cielos, ¿está el tipo colgando de una viga en el establo? ¿Tendremos que esconder el cadáver?

– Nada tan definitivo. Me dijo que iba a encerrarlo en el placard bajo las escaleras, mantenerlo en una dieta de pan y agua hasta que se arrepintiera de su lengua suelta. -Pese a saber que no sería, Angela miró sobre su hombro hacia las escaleras. Alec Carrick se rió y le zarandeó el hombro. -La vida nunca es lo que uno espera, ¿cierto, Angela?

– Sus hijos serán hermosos -dijo la mujer.

Alec Carrick se veía como si ella lo hubiera abofeteado. Seguía sacudiendo la cabeza mientras caminaba hacia los establos. Vio a Jason y su hija caminando hacia el grupo de arces al este y se detuvo. No, no se lo necesitaba. Si Jason no tenía los medios para hacerla entrar en razones, haría falta el mismísimo Diablo. Qué extraño era que Hallie fuese tan parecida a su madrastra -no era muy incorrecto decir obstinada- y para nada como la mujer que la había dado a luz. Se preguntó qué le diría Jason.

Jason no dijo una palabra. La detuvo bajo una encantadora rama de arce con hojas de verano y hundió los dedos en el cabello de Hallie. Ella cerró los ojos. ¿Cómo podía un masaje en el cuero cabelludo hacer que quisiera arrancarse las medias y las botas?

– Seguramente eso es pecaminoso. Se siente demasiado bien como para que no sea malo.

– Lo que viene después de que te frote la cabeza es lo malo.

Hallie se inclinó hacia él para que pudiera frotarle mejor la cabeza, no porque quisiera arrojarse encima de él. Estaba firme respecto a eso, estaba en control de sí misma. Llevaría esto a cabo, no cedería a la presión paternal. Cuando él la soltó, ella arrancó una hoja de arce y comenzó a hacerla girar con los dedos.

Le dijo:

– No me casaré contigo, Jason. Hablaré nuevamente con mi padre, le diré que…

Jason gruñó gravemente, la agarró y la besó con fuerza.

Le dijo contra la boca:

– Calla. Está hecho. Nos tenemos el uno al otro. Haré todo lo que pueda para ser un buen esposo para ti, Hallie, te lo juro. Ahora deja de ser una mula.

Él levantó la cabeza y ella se vio obligada a mirar esos increíbles ojos, la perdición de una mujer, esos ojos suyos, y su boca… bien, no iba a mirar su boca, o sus ojos, no era tan tonta. Quería embestirlo contra el árbol. No, tenía un fuerte control sobre sí misma, sabía lo que estaba bien. Obligarlo a casarse con ella no lo estaba. Aunque su corazón palpitaba tan fuerte y rápido que casi le dolía. Quería que él presionara los dedos contra su acelerado corazón. Sintió los dedos de Jason acariciándole el cabello nuevamente, esta vez quitando las horquillas. Sintió otra vez la boca de él sobre la suya y, finalmente, gracias al Señor en los cielos, sintió que esos dedos le acunaban suavemente los senos. Su juicio cayó fuera de su cabeza. Vio las cosas con mucha claridad en ese momento, mirándolo, viendo la resolución de él y, sí, también lujuria. Quizás también había cariño, tal vez un poquito de ternura. Era suficiente. Era más que suficiente.

Sin pensar nada más, saltó por el precipicio.

– Muy bien -dijo. -Sí, quizás casarme contigo sería algo muy maravilloso.

Durante la cena esa noche, Jason invitó a todo el personal al comedor para una copa de champagne.

– ¿Qué es esto, amo Jason? ¿Tenemos una nueva yegua para ser cubierta por nuestro viril Dodger?

– No, Petrie. La señorita Carrick y yo nos casaremos. Muy pronto. No me digas que no has oído los rumores. Los rumores cesarán una vez que mi tío Tysen pronuncie las palabras santificadas sobre nuestras cabezas.

Martha aceptó su copa de champagne, sonriendo abiertamente.

– ¡Oh, señorita Hallie, qué emocionante, realmente tener al amo Jason todo para usted! Pero casi lo tuvo en el establo, ¿verdad? Bueno, quizás sea mejor no hablar de eso.

– Por la unión de socios -dijo muy fuerte el barón Sherard, y todos aclamaron y bebieron el champagne bastante decente, todos excepto Petrie, que se veía como si fuera a estallar en lágrimas.

– Entrégate, Petrie -dijo Jason. -Bebe tu champagne. Te hará sentir más resignado a lo inevitable.

– ¿Es en eso en lo que usted se ha convertido, mi pobre amo? ¿Un bebedor?

– Ya está bien, Petrie -dijo Angela. -Confía en mí.

Petrie no era estúpido. Vio la advertencia en los ojos de su amo, supo que era mortalmente serio, y tragó el champagne.

– No permita que ella reacomode los muebles en su dormitorio, amo Jason.

Hallie dijo:

– Oh, válgame, no había pensado en eso.

– Por favor, no lo haga, señorita -dijo Petrie.

– No los muebles, estúpido, no había pensado en compartir su dormitorio. Me gusta más el mío. ¿Por qué no puede él mudarse al mío? ¿Por qué no podemos mantener cada uno nuestras habitaciones?

Jason le palmeó la mano.

– No te preocupes por eso ahora. Resolveremos todo.

Mientras aceptaba otra copa de champagne de lord Sherard, Angela dijo cómodamente:

– Quizás puedo mudarme a tu dormitorio, Hallie, y podemos derribar la pared entre el dormitorio de Jason y el mío. Los dos tendrán espacio suficiente y Jason puede acomodar los muebles. ¿Qué piensas?

Hallie se veía como si fuese a salir disparada.

El propio Jason quería escapar, pero dijo:

– Lo evaluaremos. Sin embargo, en este preciso momento, creo que deberíamos atenernos a los buenos deseos y los brindis.

Petrie volvió a gemir, y no fue para nada discreto. Martha se volvió contra él, le movió su copa frente al rostro.

– No me divierte, señor Petrie. Mire a mi ama… es una hermosa dama, una dama casi tan hermosa como el amo Jason como caballero. Cerca. Quizás no realmente cerca… Sí, usted ha herido sus sentimientos con sus pequeñas y amargas calumnias femeninas que huelen a que una mujer le arruinó el corazón, algo que probablemente sucedió años atrás.