– No tantos años atrás -dijo Angela. -Petrie no es tan viejo.
Hallie dijo en voz baja a su padre:
– Me pregunto si eso puede ser cierto. ¿La aversión de Petrie por las mujeres se debe a que le rompieron el corazón?
– No -dijo Jason. -Petrie vino a este mundo despreciando al bello sexo. Su madre nunca lo reprendió, nunca lo maltrató. Lo adora. Aún lo hace.
– No me ama en lo profundo, donde importa -dijo Petrie, y todos lo miraron.
– ¡Eso es lo más tonto que jamás haya oído, señor Petrie! ¿Le ha dicho eso a su mamá?
– Por supuesto que no. La disgustaría y una mujer disgustada hace cosas groseras.
Jason puso los ojos en blanco.
– Le contaré a tu madre que te sientes de este modo, Petrie, para que cualquier maldición que ella tenga sea apilada sobre mi cabeza, no la tuya.
Martha le dijo directo a la cara:
– Usted es un inaguantable petulante.
Petrie abrió la boca para aplastarla.
Angela dijo:
– Válgame, toda está emoción me da hambre. Cocinera, ¿por qué no trae su manjar blanco?
Petrie dijo:
– Pero yo…
Martha se volvió contra él otra vez, en esta ocasión su voz negra de advertencia:
– Diga otra palabra y meteré el manjar blanco por su nariz.
– Martha, debes mostrarme el respeto adecuado, tú…
Angela dijo:
– No querrás desperdiciar el manjar blanco en la nariz de Petrie.
En cuanto a la cocinera, había parecido perfectamente satisfecha de permanecer en silencio y mirar de Jason a Alec Carrick, sin que una sola aria escapara de su boca.
– ¿La nariz de Petrie? ¿Mi manjar blanco, señorita Angela? Oh, cielos, eso es una especie de comida, ¿verdad? ¿Cómo pude olvidarlo? Ah, dos caballeros tan encantadores. Debo aliviar mi garganta reseca. -Bebió su copa de champagne, dejando cuidadosamente la copa sobre el aparador, y fue a la cocina, diciendo una y otra vez: -¿Cómo puedo hacer que ambos encantadores caballeros se queden aquí mismo para que pueda alimentarlos hasta que se desvanezcan en el suelo de mi cocina?
– Brindaré por eso -dijo Hallie. -Padre, nunca te he visto desvanecerte.
Los ojos de Alec se encontraron con los de su futuro yerno.
– Sucede -dijo. -Créeme, sucede.
Petrie gimió.
CAPÍTULO 33
Jason y Hallie Sherbrooke pasaron su noche de bodas bajo los distintivos aleros curvados del dormitorio principal de Dunsmore House, de atmósfera Georgiana si no de estilo, ubicada elegantemente en un ancho promontorio cubierto de árboles justo afuera de Ventnor, en la costa del sureste de la Isla de Wight, la residencia de verano del duque de Portsmouth. Luego de un viaje de dos horas en barco de vapor desde el continente, habían llegado a Dunsmore House, azotados por el viento y bronceados, sonriendo de oreja a oreja al ama de llaves, la señora Spooner, y listos para arrancarse mutuamente la ropa.
En alguna época, la señora Spooner había sido íntima con la lujuria, teniendo cinco hijos adultos para comprobarlo, y sin mencionar que estaba a sólo tres meses de media docena de nietos. Sin dudas la reconocía cuando se encontraba frente a ella, aunque no estaba segura de cuál de los dos sentía más lujuria por el otro. La simple belleza de esta pareja podría entibiar el más frío corazón, que no era el suyo.
– Bien, Su Gracia me dijo que ustedes eran dos jóvenes muy especiales, y así parecen ser. Adelante, adelante. Tendrán el gran dormitorio que da al puerto y todos los barcos pesqueros. Es el dormitorio favorito de Su Gracia y las sábanas están limpias para ustedes. Qué día excelente para comenzar su vida de casados.
Como quería que comieran, la señora Spooner los arreó al desayunador, más pequeño y más íntimo que el grandioso comedor, y les sirvió rápidamente pollo frío y pan caliente para cenar, y guisantes frescos de su propio jardín en Ventnor.
Dijo con facilidad mientras pasaba al señor Sherbrooke la bandeja de pollo:
– Sólo yo estaré aquí para atenderlos. -Pasó a Hallie otra pequeña hogaza de pan caliente y le susurró al oído: -Coma, querida. Necesitará fuerzas con ese.
Hallie le ofreció una sonrisa cegadora.
– Sí, eso espero.
La señora Spooner le palmeó el brazo.
– Al duque y su familia siempre les agrada su privacidad, y ustedes también la tendrán. Las doncellas vendrán durante el día, pero no los molestarán.
– Gracias, señora Spooner. Nunca antes he tenido privacidad. Tengo tres hermanos y una hermana, y… -Hallie parpadeó y se encogió de hombros. Había mirado a Jason. -Olvidé lo que iba a decir.
– Bueno, esta es su luna de miel, ¿verdad, señora Sherbrooke? No es momento para tener cerebro.
– Señora Sherbrooke -repitió Hallie lentamente, mirando fijamente a la señora Spooner. -¿No es esto lo más extraño…? De un día a otro perdí mi nombre.
– El nuevo nombre, Sherbrooke, es encantador, aunque estoy segura de que su padre prefiere Carrick, así como el señor Spooner prefiere su nombre antes que el mío, que era igualmente único.
– ¿Cuál era su nombre de soltera, señora Spooner?
– Bien, yo era Adelaide Bleak, sin dudas una veta pesimista, ese nombre. Bueno, creo que lo último que usted y el señor Sherbrooke querrán es que les sirvan el té en la sala de estar, así que les deseo buenas noches.
Hallie y Jason se miraron uno al otro.
Mientras masticaba un pedazo de pan fresco con manteca, con los ojos casi cerrados de dicha, ella dijo:
– Hemos estado casados durante siete horas ya.
– Sí.
– La señora Spooner es muy agradable.
– Sí. ¿Has terminado tu cena, Hallie?
Ella tragó el pan.
– Sí. Oh, sí, Jason. ¿Sabías que mi tía Arielle me dijo que te permitiera tomar la iniciativa, que intentara dominarme? Me aconsejó que no te arrojara al suelo. Me aseguro que los hombres disfrutaban eso, pero no al principio. Se sonrojó mientras decía eso… te diré que eso me sorprendió. Dijo que a los hombres les gustaba tener el control durante el primer encuentro romántico, lo cual es algo bueno porque ellos saben más sobre el asunto… y volvió a sonrojarse. Le conté a mi padre sobre su consejo, y él se rió y se rió, me dijo que dudaba que fuera a importarte ser asaltado en cualquier momento, en el barco o en tierra firme, o sobre la mesa de un comedor. Hmm. Esta mesa es muy linda, larga, y…
Jason casi estaba temblando como loco, sus manos abriéndose y cerrándose. Le dolía decirlo, pero finalmente lo logró.
– Nada de mesas esta noche. Tu padre tiene razón. Tienes mi permiso para saltar encima mío cuando tengas ganas. No me importará. -Respiró hondo y Hallie hubiese jurado que él temblaba un poquito. -Estará cerca.
Ella no era tonta. Sabía lo que significaba esa mirada. Era deliciosa, esa mirada; le aceleraba el corazón, le hacía cosquillear la piel. Corrió fuera del pequeño desayunador, subió las amplias escaleras principales, por el corredor, hacia el enorme dormitorio esquinero. Era luminoso y espacioso, no porque le importara un poquito, y sabía que los muebles estaban perfectamente arreglados… bueno, quizás esas dos sillas grandes estarían mejor unidas y ubicadas a los pies de la cama, en caso de que uno estuviera tan cansado que no pudiera llegar del todo. Iba a preguntar a Jason qué pensaba de las sillas, pero se paró en seco.
Jason entró en el dormitorio en ese momento, cerró la puerta, la trabó y se apoyó contra ella.
– Me marché de la casa todas esas veces porque te deseaba tanto.
– ¿Qué?
– Visité a otras damas, ellas se ocupaban de mí, me enviaban a casa exhausto y nuevamente en control de mí mismo, por algunos días al menos.
– Eso es lo más extraño que haya oído jamás. No me hubiese importado que me besaras, Jason, con o sin tu camisa. ¿Estás diciéndome que ibas con otras mujeres porque pensabas que no me gustaría?