– No tienes ático en la casa de campo, Lydia. Tu memoria es como esta chuleta de cordero, casi toda mordida. Si fuese a considerar mudarme contigo, querría esa encantadora habitación amarilla que enfrenta la parte trasera de la casa, que da al jardín que Hollis supervisa. Y también querría apoderarme de los jardines, plantar eneldo y tomillo.
– No me gusta el eneldo -dijo lady Lydia, y entonces se inclinó hacia Angela.
Nadie pudo distinguir lo que susurraba.
Corrie dijo a su suegra:
– Unos insultos tan maravillosos, y son todos para actuar. Si ella los dijera a usted o a mí, diría en serio todos y cada uno. En cuanto a esta -Corrie se volvió hacia Hallie, con una ceja arqueada, -entra en la casa, le dice algo absolutamente ridículo, y ella queda encantada. Tú no haces nada mal, Hallie, y eso me irrita. Nuestra suegra y yo estamos obligados a escucharla cantando interminables alabanzas sobre ti, sobre cómo Jason es tan afortunado de tenerte como esposa. Es bastante irritante.
– ¿Soy afortunado de tenerte, Hallie? -dijo Jason. -Hmm, ¿realmente lo crees, abuela?
Lady Lydia levantó la mirada y parpadeó.
– Oh, mi querida y pequeña Hallie. Ella es sin dudas un ángel, a diferencia de Corrie aquí, que se comporta como una bulliciosa… imagina, la vi deslizarse por el pasamanos para caer en brazos del pobre James. Ambos cayeron al piso, jugando y riendo, ciertamente no es algo que deba suceder en el vestíbulo de la finca de un noble. Pero la verdad es que Hallie y Corrie son las afortunadas.
Hallie dijo:
– Gracias, abuela. Tengo ingenio. Eso me gusta. Y como soy nueva, ¿no cree que soy digna de Jason, señora?
Lady Lydia miró a Hallie, desde su encantador cabello trenzado en la cima de su cabeza, hasta la adorable nariz fina y su vestido de noche escotado que enmarcaba senos que lady Lydia no podía recordar haber tenido jamás tan alto en su pecho.
– Sí -dijo, -eres digna. Por el momento. Mi cumpleaños es el próximo mes.
Corrie dijo:
– Le di una encantadora mesa de marquetería en su último cumpleaños, pero nunca dijo una palabra sobre que yo fuera digna de James.
– Todavía estoy pensándolo -dijo lady Lydia.
Corrie quería decirle que no lo pensara demasiado o finalmente podría morir.
En cambio, dijo:
– A propósito, Hallie, ¿tú y Jason vieron algo interesante en la Isla de Wight durante esas dos extensas semanas que estuvieron allí?
Hubo silencio a lo largo de la mesa, luego quizás una risita de una de las mujeres. ¿Era lady Lydia?
James dijo:
– Mira quién habla, Corrie. Pasamos casi un mes en Edimburgo y todavía ni siquiera recuerdas el castillo. Hiciste ruiditos confusos cuando los gemelos te preguntaron por él.
– Eso -dijo Corrie, -fue diferente. Llovió todo el tiempo. No pudimos salir mucho. ¿No lo recuerdas? Me torcí el tobillo…
Jason preguntó:
– ¿Cómo fue que te torciste el tobillo, Corrie?
James dijo rápidamente:
– Ninguno de nosotros lo recuerda. No es importante. Le dije que no se arrojara… bien, no importa.
– Escucha, James, sí recuerdo el castillo. Recuerdo muy claramente cómo me cargaste dentro de ese túnel que conducía a los calabozos… -Los ojos de James se dilataron. -Oh, válgame, James, deja que me abanique.
James movió su servilleta contra el rostro de ella.
– Bueno, el túnel era agradable y privado, ni un alma cerca.
– Oh, sí -dijo Corrie y le ofreció una sonrisa para hacerle fruncir los dedos de los pies. Se volvió hacia su cuñada. -Aún no has respondido a mi pregunta. ¿Vieron algo de interés durante sus muy largos catorce días en la Isla de Wight?
Hallie jamás levantó la mirada de las lindas lanzas de espárragos en medio de su plato.
– Bueno, ahora que verdaderamente lo pienso, Corrie, debo decir que no. Jason, ¿puedes recordar que hayamos visto algo interesante durante, digamos, más de ocho minutos?
– ¿Más de ocho minutos? No, no lo creo. En su mayor parte, admiramos la arquitectura de Dunsmore House.
CAPÍTULO 35
La carrera Beckshire – Una semana más tarde.
Dodger ganará; Dodger ganará; sí, Dodger ganará. Era su letanía, pensó Jason, mientras miraba la pista de la carrera Beckshire.
La prestigiosa carrera Beckshire, de un kilómetro, cuatro vueltas alrededor de la pista forma apenas ovalada, abierta a la primera docena de dueños que pagaran la cuota de inscripción de cincuenta libras y que entregara discretamente un soborno considerable, se corría el 17 de agosto bajo un cielo nublado, en un día frío que requería que las damas usaran ligeros chales.
El máximo de doce caballos había entrado hoy en la carrera, nada sorprendente, ya que los miembros del Jockey Club no sólo ofrecían un próspero premio de quinientas libras, sino también la oportunidad de que los dueños compitieran nuevamente contra muchos de las grandes caballerizas que habían presentado sus caballos premiados en las carreras Ascot en junio y los ganadores de Hallum Heath a fines de julio. Desafortunadamente, Dodger no había corrido en Hallum Heath porque su dueño había estado de luna de miel.
No se habían molestado en ensanchar el ancho del tramo, para que pudiera ser una carrera peligrosa. Pero no importaba. Todos los que eran alguien luchaban por obtener una entrada a esta carrera. Dodger corría allí no sólo por el soborno, sino porque Jason era muy buen amigo del hijo de uno de los miembros del Jockey Club.
Lorry Dale, jockey principal de la Caballeriza Lyon’s gate -en realidad el único jockey de la Caballeriza Lyon’s gate- vestía orgullosamente una brillante y nueva librea dorada y blanca, cosida por Angela, sus botas negras lustradas por la mismísima señora Sherbrooke usando su propia receta especial. Estaba parado, hablando en voz baja a Dodger, que pisoteaba y revoleaba la cabeza, sin dudas de acuerdo con lo que Lorry decía, evidentemente preparado para correr con todo su corazón. Dodger, decía Jason, estaba en su mejor momento cuando estaba corriendo o apareándose. O uno seguido del otro. Una combinación poco común, admitía Jason, pero bueno, Dodger no era un caballo común. Jason asintió hacia Charles Grandison, que corría su castrado zaino árabe, Ganymede, y luego frunció el ceño a Elgin Sloane, que se encontraba a su lado, con una joven dama tomada del brazo, el padre de la joven parado a su lado, obviamente satisfecho con Elgin.
– ¿Su heredera? -dijo Hallie tras la mano a Jason.
– Así parece. Su padre, el señor Blaystock, es dueño de una gran caballeriza cerca de Maidenstone. ¿Ves a ese bruto caballo intentando matar a su jinete? Es adecuado que su nombre sea Brutus. Brutus pertenece al señor Blaystock. Parece que tu padre tenía razón. Dijo que Elgin era un hombre que aprendía de sus errores, dijo que probablemente serías su primera y última grande. Es verdad que su ida a Lyon’s gate para intentar recuperar tu afecto fue sin dudas un error de cálculo, pero no le costó nada más que su tiempo.
– Me pregunto si la pobre muchacha sabe que su primera esposa murió ni un año después de que se casó con ella -dijo Hallie. -No crees que haya matado a su primera esposa, ¿verdad, Jason?
– No, no lo creo.
– Ese Brutus sí que se ve fiero. Es la forma y el tamaño de su cabeza, el modo en que sus ojos se ponen en blanco. No querría estar cerca de él.
– Sería un problema. Aunque es una belleza, ¿verdad? Esa estrella blanca es perfectamente formada. Elgin está observando al semental con una buena cantidad de posesividad, si no adivino mal.
Hallie dijo algo grosero en voz baja, luego señaló a lord y lady Grimsby, que acababan de moverse para ir junto a lord Renfrew.
– Todos parecen estar aquí juntos.