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– Ibas a disparar a uno de los caballos -dijo Jason. -¿Estabas apuntando a alguno en particular?

– No sé ná de eso.

Hallie se puso de rodillas junto al joven y tomó el sucio cuello de su camisa con las manos.

– Escúchame, miserable alimaña, mi esposo va a enviarte a Botany Bay. ¿Sabes qué es eso? Es un sitio al otro lado del mundo, lleno de extraños bichos que cavan dentro de tu oreja cuando estás dormido y te chupan la sangre de la cabeza… si sobrevives el viaje hasta allí. ¿Sabías que el sol es tan caliente allí que explotas después de un rato? Eso es, si los bichos no te drenan primero.

El joven claramente había oído sobre Botany Bay, y se mordió los labios frenéticamente.

– No ten’o mucha sangre en la cabeza para empezá. No, no, señorita, no pué mandarme ahí, no pué.

Jason chasqueó los dedos.

– Habrás partido el viernes.

– Piensa en el sol quemando sobre tu cabeza sin sangre. Simplemente se marchitará.

– Pensé que había dicho que iba a explota’.

– Uno o lo otro. Depende de los bichos. Ahora, ¿a qué caballo quería el señor Blaylock que dispararas?

– Sólo al jinete, no el corredor. Ustés sólo tienen un jockey, los dejaría afuera del negocio.

– ¿Cuál es tu nombre? -Él miró amargamente a Hallie, negó con la cabeza. Ella dijo: -Botany Bay. Viernes.

– Soy William Donald Kindred, la fruta orgullosa de la’ entrañas de mi pá, ahora llena de gin, no de semilla’. Nunca hice algo así, pero verán, mi má etá muy enferma, mi hermanito tam’ién, y…

– Te quedarás con nosotros hasta que hayamos verificado que eres quien dices que eres, señor Kindred -dijo Jason.

– ¡No quiero ir a Botany Bay! No pongan mi nombre en ningún billete de viaje. ¡No me manden con lo’ bichos!

Hallie dijo:

– Entonces será mejor que seas un prisionero muy cooperativo de ahora en adelante, ¿no lo crees? Por el amor de Dios, lustra esas sucias botas.

Jason le tomó la mano, le besó los dedos, vio cómo Hallie miraba su boca y le sonrió.

– Bien hecho, Hallie. Una excelente técnica de interrogatorio. ¿El señor Blaystock, eh?

– Vi a mi padre hacer eso una vez, funcionó de maravillas. Hmm.

Ella frunció el ceño, golpeteando con un encantador pie con zapato.

Jason dijo:

– ¿Qué pasa? Lo adivinaste.

– Lo conozco -dijo Hallie finalmente, mirando atrás al hombre que ahora estaba de pie, con las manos atadas a su espalda y la enorme mano de Horace rodeándole el brazo. -Sí, ahora estoy segura. -Jason esperó, no dijo nada. -Lo vi sostener el caballo de lord Grimsby una vez cuando estuve en Eastbourne, frente al establo de Mountbank en High Street.

– Lord Grimsby -repitió Jason. -¿Estás segura?

– Sí, lord Grimsby acababa de hablar unas palabras con su esposa, y se marchaba a una taberna, una vez que ella estuvo fuera de vista. Lo oí gritar algo a este hombre. Estoy segura de que era nuestro señor Kindred.

– Entonces -dijo Jason, mirando al hombre que ahora caminaba entre Henry, Quincy y Horace. -No es estúpido, nuestro sucio joven con sus botas desaseadas. Se dio cuenta rápidamente de que podía pasar la culpa al señor Blaystock. Fue bastante claro. Interesante.

– Sí, así es. ¿Qué vamos a hacer, Jason?

Jason le sonrió, vio la lengua de Hallie deslizarse por su labio inferior, suspiró profundamente, la besó con fuerza y se alejó de ella.

– Lo que voy a hacer es intentar mantener mis manos lejos de ti hasta que estemos en casa. Eh, Hallie, quería preguntarte, ¿realmente quieres que esa silla esté a los pies de la cama?

– Tienes razón. Mis vestidos nunca aterrizan sobre la silla. Lo sé, moveré la silla frente al armario. Enfrenta la ventana y una vista tan agradable, ¿no lo crees? -Jason se quedó mirándola, fascinado y consternado. -Estoy bromeando, Jason. Estoy bromeando.

CAPÍTULO 37

– Esta estuvo demasiado cerca.

Hallie besó la larga y delgada cicatriz en el interior del muslo izquierdo de Jason.

– Sí, demasiado cerca -dijo él, e intentó no pensar en la boca de ella acariciando esa cicatriz que él siempre notaba al bañarse, porque había sido demasiado cerca, en la palma de ella ahora apoyada sobre su abdomen, con los dedos abiertos.

Jason estaba haciendo su mejor intento por no estremecerse como un hombre paralítico. Sólo dijo, “Hallie.” Qué extraño que susurrar su nombre en momentos como este fluyera tan tranquilamente dentro suyo ahora, cálido y fuerte. Dijo su nombre otra vez, porque se sentía tan bien hacerlo, porque el aliento de ella era tibio contra su piel.

Hallie fue subiendo la mirada desde su cuerpo hasta su hermoso rostro, se estiró para besarle el abdomen y volvió a mirarlo a la cara.

– No mucho tiempo atrás me hubiese alarmado estar provocándote aflicción. Pero ahora no. -Volvió a bajar la cabeza, besó nuevamente la cicatriz, su toque tan suave que él quería llorar. -¿Cómo sucedió?

– ¿Qué? Oh, el corte en mi pierna. James logró meterse bajo mi guardia, clavó su espada de madera contra mi panza y yo caí hacia atrás sobre un tronco. Una rama pequeña y desafortunadamente muy afilada estaba levantada, desgarró los pantalones y me dio.

– ¿Eras lo suficientemente grande como para estar mortificado cuando tu madre quiso ocuparse de ti?

– Oh, sí, pero mi padre me salvó, bendito sea por siempre, él mismo me limpió. -Y dijo su nombre otra vez. -Hallie.

Ella trazó la delgada cicatriz sobre el hueso de la cadera derecho, resultado de haber sido arrojado de su poni cuando tenía seis años, le contó. Jason creyó que todo había terminado para él cuando ella lamió esa cicatriz, sus dedos rodeándolo ahora, y él, simplemente, quiso clavar los talones contra el colchón y morir. Gracias a Dios que no tenía dieciocho años y aún poseía una pizca de control sobre sí mismo. Hallie, sin embargo, era metódica. No pensaba ser apresurada. Después de una eternidad, llegó al pecho de Jason. Estaba de rodillas inclinada sobre él, con el cabello suelto, cubriendo su rostro, sus dedos moviéndose hacia la cicatriz en el hombro de él. La trazó suavemente.

– Esta es la herida de bala.

– Sí.

– De cinco años atrás.

– Sí.

– Dime, Jason. Cuéntame lo que sucedió. Creo que es hora, ¿verdad? -Cuando él permaneció en silencio, ella se agachó y le besó la cicatriz arrugada. -El dolor que debes haber soportado. Lo siento tanto.

Él sintió que se quedaba sin aire, sintió un disparo de dolor tan negro, tan real, que por un momento no pudo respirar. Hacía tanto tiempo de ese dolor, pero todavía lo sentía, sentía la absoluta impotencia, y sabía que era el pago debido por su pésimo juicio. Hallie debía haber visto el dolor en sus ojos porque lo besó, siguió tocándolo, mordisqueando aquí y allá hasta que el dolor se desvaneció. Jason se preguntó cómo podía tranquilizarlo tan rápida, tan absolutamente.

Le dijo:

– Ella iba a matar a mi padre. No podía permitir que hiciera eso.

– No -dijo ella, besándolo una y otra vez, su garganta, su mentón, su boca, -por supuesto que no podías, no más de lo que yo podría permitir que alguien matara a mi padre, no si pudiera evitarlo.

– Ella apuntó a su corazón. Mi padre es más o menos dos centímetros más alto que yo. Hubiese muerto instantáneamente. Esos benditos centímetros me salvaron la vida.

Los ojos de ella se cerraron, aunque igualmente podía verlo arrojándose frente a su padre, la bala desgarrando su carne. Sintió un odio tan intenso, tan atroz por esa mujer muerta mucho tiempo atrás, que por un instante supo lo que era desear la muerte a otro. Era una pena que esa mujer ya estuviera muerta y lejos de ella.

– No entiendo. ¿Por qué quería matar a tu padre?

Jason levantó la mano y le apartó el cabello. Vio furia en los ojos de ella, volviéndolos casi negros, y se preguntó a qué se debía. ¿Cómo podía sentir tan profundamente algo que había sucedido tanto tiempo atrás, mucho antes de que ella lo hubiera conocido? Estaba bien y era justo que él recordara, que se aferrara al filtrante dolor como lo haría con una conocida camisa vieja. Tal vez no debería recordarlo con tan cruda claridad, pero así era.