– ¿Has comido algo? -le preguntó.
– No puedo, mamá. No me encuentro nada bien -respondió Kathleen.
Su voz sonaba tan penosa que hacía peligrar la paciencia de Lil, que asintió dulcemente antes de salir de la habitación.
– ¿Mamá? -dijo en voz más alta.
Lil se dio la vuelta para mirarla.
– ¿Dime, cariño? -respondió tratando de contener como podía su irritación, pues su brusco temperamento estaba a punto de estallar. Kathleen le miró a los ojos y Lil vio sus ojeras y el tono grisáceo de su piel, que denotaban que, ciertamente, no se encontraba bien.
– No lo hago a propósito. No creas que me gusta sentirme de esta manera. No me gusta ser como soy, ni me gusta sentirme tan desgraciada y triste. Pero no puedo evitarlo, mamá. No puedo.
La rabia de Lil desapareció repentinamente y una vez más sintió esa oleada de culpabilidad. No sabía qué podía hacer por su hija, qué hacer para que se sintiera mejor. No sabía cómo podía hacer desaparecer el dolor que sentía.
Se acercó hasta ella, se sentó en la cama, le cogió por los bracos y la estrechó entre los suyos.
– Ya sé que no, Kath. Lo único que quiero es que dejes de sentirte tan mal.
Cuando acarició a su hija para tratar de consolarla, ella la apartó y le preguntó:
– ¿Tú nunca odias la vida, mamá?
Lil sonrió, con una sonrisa minúscula y cansada. Luego, con un ligero tono sarcástico en la voz, le respondió con honestidad:
– Cada día de mi vida, cariño. Cada puñetero día de mi vida.
El sargento Smith era un hombre alto y delgado, con claros síntomas de padecer una soriasis aguda. Se pasaba la mayor parte,del día rascándose, y cuando se sentó con Pat y Lance, ambos le miraron con una fascinación casi lasciva. Era igual que un mono del zoológico, salvo que tenía el pelo castaño y los ojos acuosos. Patrick sabía que había estado de buena racha. Ahora creía ser amigo de ellos, o al menos eso pensaba. Era un hombre que no tenía el más mínimo reparo en cambiar de bando cuando lo consideraba necesario, como sucedió con la desaparición de Brewster.
Como cualquier otro policía corrupto, no se podía confiar en él. Si era capaz de jugársela a sus compañeros, e incluso a los que él llamaba sus colegas, entonces es que era tan digno de confianza como un perro rabioso o una puta preñada. Por ese motivo, las personas que colaboraban con él tenían que asegurarse de que disponían de alguna clase de seguro; es decir, algo que pendiera sobre su cabeza en el caso de que fuera necesario recordarle exactamente quiénes eran ellos y, más explícitamente, con quiénes estaban tratando. Se llamaba Roland, pero muy pocas personas sabían eso. Y los que lo sabían no tenían el coraje de llamarle así, por lo que siempre se referían a él con el nombre de Smith.
Cuando se sentó con los hermanos Brodie se sintió dichoso de coger la pasta y luego les aseguró que estaba muy contento con el cambio de dirección que había tenido lugar recientemente. Smith era un tipo astuto con un jefe que era todo un cabrón y siempre se aseguraba de no verse en una situación comprometida.
Smith había sido el intermediario de Pat desde el primer momento y estaba bastante satisfecho con ello. Le pagaba bien y no le pedía nada del otro mundo, aunque ambos estaban seguros de que ese día no tardaría en llegar. Hasta entonces estaban contentos con el caudal de pasta que les entraba.
– Dígale a Scanlon que quiero que nos veamos, y lo quiero pronto.
De repente, Smith no se sintió seguro de cómo debía responderle al joven que tenía delante. Tenía la mirada de un convicto, cosa que no resultaba de extrañar, pues eso es lo que era. Pero también había empleado un tono seco que dejaba claro que no estaba dispuesto a tolerar ni la más mínima estupidez.
– Scanlon jamás se reúne con nadie -respondió Smith con cierta sorpresa.
Él mismo puso cara de no haber escuchado nunca algo tan ridículo.
Pat se levantó y sacó el dinero del cajón mientras los ojos de Smith se abrían de par en par.
– Dile al capullo de Scanlon que si no se reúne conmigo, seré yo el que vaya a buscarle, ¿de acuerdo? Vosotros no sois los únicos polis corruptos que conozco.
Abrió el cajón del escritorio y volvió a meter el dinero dentro.
– No hay reunión, no hay pasta. ¿De acuerdo, colega?
Smith se quedó sentado durante unos segundos, sin saber cómo reaccionar. Luego Lance lo levantó de su asiento y, empujándole, le dijo:
– ¡Largo de aquí! Y dile a ese capullo que mueva el culo.
Lo empujó hacia la puerta y Smith salió a toda prisa, aunque tratando de aparentar que no huía. Lance y Pat se rieron al verlo salir pitando.
– ¡Vaya gilipollas, Pat!
– Ya volverá, no te preocupes.
Pat se desperezó y luego se frotó la cara y los ojos con sus ásperas manos. Hasta el momento había conseguido lo que se había propuesto; de hecho, le resultó más fácil de lo que había creído. Había recuperado lo que les pertenecía, pero aún le quedaba por convencer a algunas personas de que trabajaban directamente para él. Lenny había cometido el error de no darle a cada uno su parte, de no valorar su participación en los trapicheos que tenían entre manos. Pat no pensaba cometer ese error. Sabía que no sería fácil, pero contaba con un buen apoyo.
Pat deseaba averiguar también adonde había ido a parar el dinero de su padre, ya que Lenny no se lo dijo antes de morir. Sin embargo, él sabía mucho más de lo que los demás creían y siempre había escuchado y observado a su padre. Por ese motivo, sabía más de lo que la gente creía, su madre incluida, respecto a quién había estado involucrado en sus negocios. Pat se había prometido a sí mismo hacer las enmiendas necesarias, y no sólo por él, sino por su familia. Cada vez que había sido humillado por Brewster, o que vio que su madre tenía que prostituirse por unas pocas libras, había sentido unos inmensos deseos de vengarse. Su padre había sido asesinado y él pensaba vengarse de todo aquel que estuvo involucrado en su muerte.
Pat pensaba rastrear hasta encontrar la última propiedad que hubiera pertenecido a su padre, aunque fuese eso lo último que hiciera en la vida. Pero debía hacer las cosas bien con el fin de asegurarse de que a su familia jamás le faltase nada.
Pat se sentía capaz de dirigir el negocio, además de darse cuenta de que se había hecho con un nombre y una reputación durante su estancia en la cárcel. Ahora tenía que actuar con normalidad, debía ganarse el respeto y la confianza de las personas con las que trataba. Se tomaría su tiempo y, cuando hubiese recopilado la información necesaria, dejaría que su ira estallase.
Pat jamás olvidaba los últimos instantes de la vida de su padre y no pensaba hacerlo bajo ningún pretexto. Echaba de menos a su padre y había sabido sonsacar información a base de charlas amistosas y preguntas muy bien estudiadas. Por ese motivo, sabía más de los últimos negocios de su padre que nadie y, especialmente, de la gente con la que había tratado en sus últimos días. Había sido un tipo legal y él sabía que en eso se había basado su reputación. Sin embargo, él era el hijo de su padre y algún día iodo el mundo se daría cuenta de ello.
– ¿Te encuentras bien, Pat?
Lance lo había observado mirando al vacío. Desde que eran niños Patrick había tenido la costumbre de ausentarse de pronto y quedarse mirando al vacío.
Lance odiaba esa costumbre, odiaba que no estuviera en su misma onda. Luego vio cómo Patrick cerraba los ojos, respiraba profundamente y regresaba al mundo de los vivos.
– ¿Dónde estabas? -preguntó Lance-. A veces parece que se te va la olla.
Pat se rió.
– Si tú lo supieras…
Los dos se rieron. Lance estaba mucho más contento desde que supo que Lenny había desaparecido y sus negocios con él se habían terminado. Se sentía mejor y más seguro.