Lil le miró a la cara y sintió pena por él, pues era un hombre simpático y agradable que no se merecía tal cosa. Sin embargo, sabía que debía decírselo.
– ¿Y tú quieres tenerlo?
No le había preguntado nada, excepto si deseaba tenerlo. Por ese motivo nada más, ya se merecía quererle. No le recriminó nada, no trató de hacerse el loco, ni tampoco hizo ningún gesto que le indicase que en cuanto cogiese la puerta no le iba a ver más el pelo. No. Por el contrario, estaba sereno y lo único que quería saber es qué pensaba hacer ella ante esa situación. Le agradeció que se comportase de esa manera.
– No tengo muchas opciones, colega, ya sabes que soy católica.
Se encogió de hombros y él le sonrió. A él le gustaba Lil, le gustaba de verdad, tanto su actitud ante la vida como ante el amor. Estaba serena y no le estaba exigiendo nada al respecto.
– Dime ¿qué puedo hacer?
Era una pregunta razonable, pensó ella, incluso una pregunta agradable de oír. Sabía que Jambo era un hombre que disfrutaba estando soltero y ella comprendía perfectamente que se sintiera así, pues a ella le pasaba lo mismo en aquella época. Lo que menos deseaba tener en ese momento era otro bebé, pero el niño ya estaba en su barriga y ahora lo mejor que podía hacer es darle su cariño.
Si abortaba,. Lil sabría que ya no tendría ni un solo día de paz en la vida. No es que hubiera tenido muchos en los últimos años, pero Lil era de las que pensaban que el niño no había pedido nacer, por lo que ella no tenía derecho a librarse de él por el mero hecho de no venir en el momento oportuno. Teniendo en cuenta la vida que llevaba, sus ideas católicas contrastaban con sus hormonas.
– ¿Puedo serte sincera, Jambo?
Asintió con la cabeza, pero se mostró cauteloso al respecto.
– Te lo estoy diciendo porque considero que debes saberlo, pero no te estoy pidiendo nada. Ni amor eterno, ni que me trates de forma especial, ni tan siquiera dinero. Lo único que quiero es que me hagas un favor, una sola cosa, y ya no te pediré nada más.
– ¿Qué cosa?
Lil le cogió de la mano y se la apretó con fuerza. Jambo se dio cuenta de que era una mujer de armas tomar y, si le quedaba algo de sentido común, más valdría que le dijera que sí a lo que pensaba pedirle.
– Ocúpate del niño un poco. No todos los días, pues sé que no puedes. Pero por una vez en la vida, me gustaría que uno de mis hijos sintiera que alguien, aparte de su madre, se preocupa por él. Sólo te pido eso: que le visites de vez en cuando y que él sepa quién eres.
Jambo asintió. Se sintió muy triste y conmovido por ella, pues sabía de sobra lo dura que había sido la vida con Lil, lo mucho que su familia significaba para ella y lo muy resentida que se sentía con ellos en ocasiones. Así era la vida real, aunque no todas las personas eran capaces de admitirlo. Las mujeres eran muy desgraciadas, pues se quedaban a cargo de una persona, a veces más de una, y encima se les pedía que se ocuparan de ellos en todos los aspectos. Jamás se les permitía que se sintieran cansadas, que se sintieran solas y abandonadas, o sencillamente hartas por lo que les había caído encima. Y todo por la sencilla razón de haber permitido que un hombre se acercara más de la cuenta. Y también porque se habían dejado llevar por sus inclinaciones naturales y habían engendrado, que es para lo que las creó la naturaleza. Y luego se las abandonaba. El hombre, mientras tanto, seguía inalterable. Nada cambiaba en ellos, ni física, ni mentalmente. Las mujeres, en cambio, se convertían en propietarias de cicatrices y de un niño llorón, por lo que la vida jamás volvía a ser lo mismo.
Jambo lo comprendió, pues sabía de lo que eran capaces los hombres. De hecho, él mismo era un experto dañando a la gente y un experto en librarse de responsabilidades. Sin embargo, Lil lo único que le estaba pidiendo es un poco de su tiempo, no que se casara con ella, ni le prometiera amor eterno. Lo único que le pedía es que su hijo tuviera una especie de padre y él no pensaba negarse. Y no sólo no se negaría, es que estaba dispuesto a hacerlo de buena gana porque ella se lo merecía, y porque no le había pedido nada que no fuese capaz de dar.
– Si crees que soy un modelo a seguir estás muy equivocada, Lil. Sin embargo, haré lo que me pides, siempre y cuando me garantices que no me meteré en problemas. Sus hijos están peleando por convertirse en unos peces gordos y no quiero que intenten tomarse la revancha conmigo sólo para demostrar lo que son.
Lil sonrió satisfecha.
– ¿Quieres que te diga un secreto, Jambo? Mis hijos son todavía lo suficiente jóvenes para hacerme caso, e incluso cuando sean mayores y me estén enterrando, yo seguiré teniendo la última palabra. Así que no te preocupes, ¿de acuerdo? Sólo quiero que este hijo mío tenga la oportunidad de ver que el padre que lo engendró se.interesa también por él. Si es así, tú y yo jamás reñiremos.
¿Era una amenaza, o no lo era? Al igual que él, Lil hablaba de una forma que dejaba que el oyente sacase sus propias conclusiones. Sabía que le estaba pidiendo que asumiese el papel de padre, lo cual significaba mucho para él, pero ya se había comprometido y, además, le intrigaba ver lo que habían creado entre los dos. El color de la piel no era un problema, lo sabía. De algo que estaba completamente seguro es que ninguno de sus hijos cuestionaría nunca que era sangre de su sangre.
El niño probablemente sería mulato, pero él sabía que eso no le preocuparía lo más mínimo a Lil. Él se encontraba, además, en desventaja, pues ella contaba con Pat, un chico del que todo el mundo hablaba maravillas y, por otro, con Lance, un chorizo que ya le había amenazado en privado por sus relaciones con su madre. Sin embargo, Jambo sabía que Lance lo que había hecho es obedecer las órdenes de Brewster, pues, al fin y al cabo, había sido su recadero. No obstante, cuando se lo dijo, vio que también emanaba un odio personal. Lance tenía sus propios motivos para que él se quitara de en medio. Se guardó ese secreto. Estaba satisfecho de poder hacer lo que ella deseaba. Sabía, además, que nada de lo que dijera, podría hacerla cambiar de opinión. Lil era de esa manera.
– De momento voy a guardar en secreto lo del bebé, ya que nadie lo ha notado. Lo único que quería decirte es lo que espero de ti en caso de que siga para adelante.
Jambo asintió de nuevo.
– Si eso es lo que quieres, te prometo que haré lo que me pides. Pero sólo eso, ¿de acuerdo?
Lil se rió, se rió con ganas y estrepitosamente.
– Ni aunque te colgaras diamantes de la polla y te echaras perfume te querría a mi lado, así que no sueñes.
Los dos se rieron y Lil se relajó un poco, contenta de, por una vez, poder hacer lo que deseaba y no tener que esperar a que sucediera. Ese hijo suyo tendría al menos una oportunidad en la vida y ella estaba decidida a concedérsela. Una vez que se conociera la situación y se aceptase, todo iría sobre ruedas, estaba segura. Ya lo había pasado tan mal en la vida que había tenido que prostituirse y había sobrevivido. Ahora estaba más vieja, más endurecida, pero más sabia, por eso estaba segura de poder seguir abriéndose camino en la vida.
Su hijo Patrick estaba en casa y estaba tratando de enmendar algunos asuntos. Esperaba que, más tarde o más temprano, la vida del hijo que llevaba en las entrañas cambiase para mejor.
Capítulo 2 4
– Vamos, mamá, pongamos esto en orden, ¿de acuerdo?
La voz de Patrick era tan parecida a la de su padre que a Lil le entró un escalofrío. Una vez más se encontraban en la oficina del club, sólo que ahora estaba recién pintada y decorada con mobiliario barato. El club era, como siempre, la tapadera para otros negocios.
Sin embargo, volvía a ser sus dominios y se dio cuenta de ello. Disfrutaba nuevamente del cargo que ocupaba. Era como en los viejos tiempos, cuando aquél había sido su mundo. Luego Lenny Brewster le arrebató todo lo que consideraba demasiado grande para ella. Ahora lo había recuperado, al igual que había recuperado su vida y su autoestima. Pero lo más importante es que de nuevo estaba trabajando en algo que realmente le encantaba.