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Scanlon rro4e respondió, pues no estaba seguro de qué poder decir.

– Lo hemos torturado, apuñalado y sacrificado de un disparo. El disparo sobraba, pero me gusta el estilo americano y siempre remato a mis víctimas.

Scanlon escuchaba, pero era incapaz de asimilar nada.

– Quiero que saques el cuerpo con mis hombres y luego te libres de él.

Scanlon sabía que esperaba una respuesta, pero no sabía cuál darle. ¿Qué podía decir ante una sugerencia tan ultrajante?

– Un coche patrulla puede ir a cualquier sitio, ¿no es cierto? Por tanto, quiero que cojas uno y lo pongas en la parte trasera del club a eso de la medianoche. Sé que los utilizas para tu propio beneficio. Nosotros incluso le llamamos el servicio privado de taxis de Scanlon. Así que imagino que no te será un inconveniente llamar a uno y librarte de Jasper, o el Rastafari ambulante, que es como todos le llamaban. Una vez que lo hayas hecho, podremos mantener una relación más cordial.

Scanlon estaba metido en un aprieto y se daba cuenta de ello.

– Tú trabajaste para mi padre cuando empezaste en el oficio y ahora te necesito para que me localices a algunas personas y descubras algunas cosas que pueden ser relevantes para mi investigación. Necesito un poco de ayuda por tu parte y, cuando me la hayas dado, podrás marcharte como si nada de esto hubiera sucedido. Pero si tratas de jugármela, te aseguro que te aniquilo.

Scanlon no le respondió. Podía escuchar la música que venía de la planta de arriba y se dio cuenta de que sonaba una canción que siempre le había gustado. El sonido de My gang de Gary Glitter le resonaba en la cabeza mientras se veía allí, sentado y asintiendo como un idiota.

– Pues venga, muévete, capullo, y pide un coche policial.

Lance, como siempre, estaba solo. A él le gustaba trabajar solo y le agradecía a su hermano que lo comprendiera. Paseaba por el Soho, como de costumbre, pues le gustaba pasear de noche, mirar a la gente y ver lo diferentes que podían ser sus vidas. Paseaba en completo anonimato, ésa era una de sus ventajas y nadie parecía prestarle la menor atención. Esa era una de las razones por las que se había mostrado tan agresivo cuando era un niño. Pat Junior, en cambio, siempre se había hecho notar y todos le miraban y escuchaban; era una cualidad innata en él, por eso no le suponía el más mínimo esfuerzo. Le envidiaba por ello, aunque también se alegraba de que él pudiera mezclarse con la gente sin ser notado. Era un círculo vicioso. Ahora iba de regreso al club, para encontrarse precisamente con él.

Cuando entró vio que el portero hablaba entretenidamente con una de las chicas, una joven pelirroja, con la permanente muy mal hecha y tan lisa como una tabla.

– ¿Tú eres el que vigilas la puerta o qué? -le dijo Lance.

Keith Munroe se dio la vuelta y vio a Lance, pero también vio a una de las chicas que se dedicaban a captar clientes, una rubia iraní que llevaba un impermeable barato y una sonrisa desdentada. Acompañándola había dos hombres de raza árabe que estaban muy nerviosos por el curso que habían tomado los acontecimientos aquella noche.

La chica se encogió de hombros al ver a Lance y le dijo que él no tenía culpa ninguna, ya que temía que le echaran la bronca por ello.

Munroe se acercó hasta ellos, todo sonrisas y camaradería. La chica les habló en árabe a los hombres y ellos asintieron sonriendo. Abrieron la cartera y pagaron las diez libras que costaba la entrada. Una vez que la recepcionista los hizo pasar a la sala, Lance se dirigió a ellos y les dijo:

– Sois un par de gilipollas los dos. Ni tan siquiera le habéis mirado la cartera. ¿Cómo le van a pasar la factura si no saben qué tarjeta llevan?

Normalmente, cuando la entrada se abonaba, el portero se fijaba en la cartera para ver si los clientes llevaban dinero al contado o alguna tarjeta. Luego anotaba en un papel el estado financiero en que se encontraba, la recepcionista pasaba esa información a la encargada y ella se encargaba de cobrarle.

Esa información era de suma importancia, pues de ella dependía la cantidad que pondrían en la factura. Era la forma de actuar de casi todos los clubes. Las chicas, una vez que sabían la pasta que llevaba el cliente, se hacían una idea de lo que podían sacarle. Ella podía exigir un cava de mejor calidad o una caja de cigarrillos extra. Solían contener cincuenta cigarrillos y se les regalaba a las chicas como comisión por haber captado al cliente. Si el cliente no tenía dinero para pagarse un rato con ellas, al menos ya le sacaban algo.

Keith Munroe estaba avergonzado. No es que le diera miedo Lance, ya que él también era un tipo duro de pelar, pero era el hermano de Pat Brodie quien le había reprendido y todo por una puta que sólo intentaba captar clientes. Trató de sonreír y, yendo hacia la puerta, le dijo:

– Lo siento, Lance. Me había distraído con un chochito. Bueno, tú ya sabes lo que es eso.

Lance se dio cuenta de que era una indirecta dirigida específicamente a él. Se la guardó para el futuro. Luego entró en el club, mirando a todas las personas que había dentro y se dio cuenta de que nadie le prestó el más mínimo cuidado. Y las chicas aún menos. Sabía que si le miraban sospechosamente, les causaría problemas. Las putas se acostaban con cualquiera que pudiera pagarles y, en ciertas situaciones, para sacar algún provecho de alguien. Lo lógico es que se le echaran encima como moscas, no que le evitasen, por eso las detestaba. Todas le miraban por encima del hombro cuando debería ser él quien las escogiese. La encargada le saludó respetuosamente y él le devolvió el saludo. Al menos ella sabía cuál era su sitio y sabía reconocer quién era importante y quién no.

Lance vio una mesa con una botella vacía de cava y un cliente que parecía muy enfadado. La chica que estaba sentada a su lado tenía los brazos cruzados y un cigarrillo colgando en la boca. Lance se detuvo y preguntó:

– ¿Va todo bien?

El hombre negó con la cabeza y Lance vio que miraba de mala manera a la chica. Era una chica muy joven, con los ojos verdes y el pelo rubio, pero muy mal cortado. No había duda de que era una novata y hasta él sintió lástima por ella.

– ¿Cuál es el problema? -preguntó.

El hombre era un calculador. Llevaba puesto un traje a rayas, una camisa cara y un reloj barato. Se podía ver con claridad que había bebido más cava que la chica, lo cual era lógico, pues para eso se les pagaba, y estaba de un humor de perros.

– Le he hecho una pregunta -dijo Lance respetuosamente, pero con autoridad.

– Quiero marcharme y no quiere venir conmigo. ¿Para qué coño he venido a este sitio si voy a dormir solo?

Lance miró a la chica, enarcó la ceja y le dijo:

– ¿Y cuál es el problema?

La chica estaba totalmente aterrorizada y el cliente se dio cuenta de ello.» _-Venga, díselo -dijo el cliente.

Lance le señaló con el dedo y eso fue más que suficiente para que cerrara la boca.

– Venga, dime cuál es el problema.

Todos estaban observando y la chica se percató de ello. Las tilicas estaban de pie, alrededor de la sala de baile, como una bandada de pájaros exóticos. Aquello era algo que les afectaba a todas y se daban cuenta de ello.

Lance no se había percatado de ellas, ya que miraba al cliente y su arrogancia. La falta de respeto que le mostraba empezaba a molestarle más de la cuenta. La chica era muy joven y estaba sumamente nerviosa.

– No puedo irme con él hasta que no consuma tres botellas… Son las normas, pero al parecer no quiere entenderlo.

La chica señaló el cubo de hielo, sostuvo la botella y Lance vio que estaba vacía. El hielo también se había derretido, lo que significaba que llevaba más rato de lo normal sin consumir.

Lance se dio la vuelta para mirarle.

– Si usted tiene prisa, señor, le podemos poner las botellas en una bolsa y usted se las lleva al hotel. Pero la chica tiene razón. Hay que consumir tres botellas o ella se quedará aquí.