Sin embargo, era una prostituta y las prostitutas no están hechas para ser amadas. Era hipócrita por su parte, lo sabía, máxime teniendo en cuenta los antecedentes de su madre. No obstante, también sabía que ella sería la primera persona que le advertiría sobre dejarse llevar por sus sentimientos.
Ivana se apretó contra su cuerpo y él la estrechó aún más. Podía escuchar cómo le latía el corazón y olió el aroma de su loción.
– ¿Es ese tu nombre verdadero? -le preguntó Pat.
Ella se rió.
– Por supuesto que no. A nadie le ponen un nombre como ése. Es mi nombre artístico, un nombre exótico para que resulte más interesante. Mi verdadero nombre es Denise.
Pat se rió y ella con él.
– ¿Estarás de cachondeo?
Ella siguió riéndose, sin sentirse avergonzada de habérselo confesado, sólo de pura gracia.
– De verdad que no. Me llamo Denise Jones. Un nombre muy poco atractivo para una chica que pretendía ser hermosa e interesante.
Continuaba riéndose, aunque ahora no resultaba tan convincente.
Patrick la abrazó nuevamente. Su forma de reírse le hizo sentir un poco de pena por ella. Suspiró. Ella resultaba adictiva.
Se levantó de la cama y encendió el porro a medias que había dejado en el cenicero. El dulce aroma de la hierba impregnó la habitación. Luego miró a Ivana y la vio tendida, con el pelo revuelto por encima de la cara y su pálida y lechosa piel contrastando con el color de las sábanas.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó con voz suave.
Pat volvió a sentarse en la cama y le sonrió.
– Por supuesto que sí. ¿Y tú?
Ella no le respondió, sólo le sonrió dulcemente.
Pat se daba cuenta de que ella le quería, que si él quería estaría a su lado muchos años. Podía casarse, ir a prisión o cualquier otra cosa, pero Ivana, que así es como le gustaba que la llamasen, estaría esperándole. Una lástima que la vida estuviera tan llena de desengaños.
Le daba pena, aunque le gustaría haberla conocido en otro sitio y no como cabaretera vendiendo su cuerpo a todo aquel que le ofrecía dinero por él. Quería retenerla a su lado, y probablemente lo haría, pero se sintió avergonzado de no ser lo suficiente hombre como para aceptarla como era, máxime cuando era sabido por todos. A la larga traería problemas entre los dos, lo utilizaría en contra de ella, pues así es como funciona el mundo. Ella era lo suficientemente lista como para saberlo, no tenía por qué explicárselo, además de que estaba dispuesta a aceptar hasta lo más mínimo de él.
– Tengo que volver al trabajo, colega -dijo.
Pat asintió y ella vio esa cara que, desde el primer momento, la dejó engatusada. Había sido como destello de luz y esperanza y sus sentimientos no disminuían como suele suceder, sino que crecían por días.
Pat se vistió rápidamente, la besó cariñosamente en la ceja y salió.
Ivana se quedó tendida en aquella habitación de hotel que ahora resultaba deprimente, pues tenía la moqueta sucia y las mesitas de noche arañadas. Se preguntó cuál sería el rumbo que tomaría esa extraña relación que mantenía.
Una cosa sí sabía, y es que, pasara lo que pasara, ella estaría a su lado. Estaba perdidamente enamorada y lo necesitaba como no había necesitado a nadie en la vida. De otra cosa también estaba segura: él le rompería el corazón.
Lance vio salir a su hermana de un coche y salió de la casa para ver quién la traía. Se quedó sorprendido al ver a un policía joven vestido de uniforme y conduciendo un Ford bastante antiguo.
– ¿Qué coño sucede? -preguntó.
Eileen deseó estar muerta por unos instantes, pero se dio cuenta de que tenía que aplacar la situación.
– Me he perdido, Lance. Y este señor ha sido tan amable como para traerme a casa.
Lance se inclinó para asomarse por la ventanilla y mirar al interior del coche para ver la cara del hombre.
– ¿Dónde te perdiste?
– Fui a una fiesta en Essex y me perdí de mis amigas. Vi un coche de la policía y le hice señales.
El policía notó el miedo de Eileen mientras hablaba. Vio la cara de Lance y supo, instintivamente, que era un tipo con el que más valía no tener problemas.
– Esto no es un coche de policía. ¿Acaso en Essex los coches de la policía son diferentes? Se supone que deben ser fácilmente reconocibles.
– Perdone, señor -interrumpió el policía-, pero yo terminé en ese momento mi turno y la chica estaba en un aprieto. Me ofrecí a llevarla antes de dejarla sola en la estación del metro.
Lance vio que lo que decía el muchacho resultaba lógico y, con uno de sus cambios bruscos de humor, le respondió con una sonrisa. Fue tan extraño e inusual que a Eileen le resultó más preocupante que su forma normal de comportarse.
– Gracias -respondió Lance-. Ha hecho usted bien. Es sólo una niña.
El joven se dio cuenta del terror que le invadía a la chica y lamentó no tener el valor suficiente para quedarse y ver qué pasaba. De hecho, ya no había razón para que estuviera allí. Arrancó el coche, hizo un gesto y se marchó antes de que ese hombre cambiara de actitud y no se mostrase tan cordial.
Eileen miró a Lance durante unos momentos y se preguntó cómo era posible que alguien que se pareciese tanto a Patrick fuese tan poco atractivo. Tenían los mismos rasgos, pero a Pat lo convertían en un hombre sumamente atractivo y a Lance le daban aspecto de psicópata.
– Ya sé que no me crees, Eileen, pero me preocupo por ti. Todavía eres una niña y hay hombres que pueden aprovecharse de ti y de tu inexperiencia.
Por primera vez se sintió agradecida con Lance por su actitud protectora.
– Gracias, Lance. Ya sé que tienes razón y que lo haces porque te preocupas de mí.
Lance se sorprendió de su respuesta, pues normalmente respondía de mala gana, le acusaba de toda clase de cosas y hacía un drama.
– ¿Está la abuela Annie?
Lance asintió y lo dos entraron amistosamente a la casa.
– ¡Dios santo! La vida nunca deja de sorprendernos -dijo Annie al verlos entrar juntos.
Eileen no se molestó en responderle, sino que se dirigió a la cocina para ver a su madre, que estaba preparando otra de sus teteras.
– ¿Te apetece un té, cariño?
Eileen sonrió y la besó cariñosamente.
– Te quiero, mamá -dijo.
Lil se rió, sonoramente, una de sus risas acostumbradas.
– Dime quién te ha hecho daño.
Estrechó a su hija entre sus brazos.
– Venga, dímelo. ¿Quién fue y dónde vive?
– Mamá… -respondió Eileen.
El comentario tan astuto de su madre sobre lo que acababa de sucederle lo hacía aún más patético.
– Venga, deja de llorar. Recuerda que tienes que besar muchas ranas antes de encontrar al príncipe encantado.
Eileen notó repentinamente lo tenso que estaba el cuerpo de «u madre y soltó un débil gemido.
– El bebé ya está de camino. Me estaba preparando una taza de té antes de marcharme.
Eileen no podía creer lo que estaba oyendo.
– ¿De verdad te vas a poner de parto?
Lil se rió de nuevo, con esa risa ronca tan peculiar de ella.
– Voy a tener al bebé, pero no pasa nada. Va a salir, nos guste o no. Y creo que va a ser muy pronto. Puedo notar cómo baja.
Lil se echó sobre el respaldo de la silla y respiró profundamente varias veces.
– Llama al médico, cariño -dijo-. Debe estar hasta las narices de nosotros. Pero, por favor, antes sírveme otra taza de té. Con un montón de azúcar, por favor. Voy a necesitar mucha energía.
Volvió a doblarse y se dio cuenta de que estaba punto de romper aguas.
– ¡Dios santo, Eileen! Ya se me había olvidado lo mucho que duele.
Lil seguía aún riéndose cuando el niño llegó veinte minutos después.