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Kent sonrió a Lil y le dijo amablemente: -Más vale que metas en cintura a tu marido, se está buscando muchos enemigos recientemente.

– ¡Lárguese de mi casa y deje a mis hijos en paz! Kent le miró a los ojos y ella pudo ver la tristeza en los suyos mientras sacudía la cabeza:

– Eres una infeliz, Lil -le dijo-. Tu marido tiene los días contados. Si no lo detengo yo, lo harán esos que dicen ser sus amigos. Si cae en mis manos, al menos tendrá la oportunidad de ver crecer a sus hijos.

Señaló con la cabeza hacia su vientre y supo que estaba en lo cierto. Lo que le estaba diciendo no era la típica perorata que te sueltan los de la bofia. Su marido pagaba mucho dinero para que no lo arrestasen sin ser previamente avisado, pero aquella amenaza era real.

Ella, sin embargo, se reservó la opinión.

Capítulo 5

Lil estaba exhausta, pero se puso a ordenar la casa de todos modos. Su casa lo significaba todo para ella; le hacía sentir segura, el lugar donde podía relajarse. Era importante que dispusiera de un oasis de tranquilidad, especialmente ahora que estaba embarazada. Más aún, ahora que su marido estaba en busca y captura.

Intentó ponerse en contacto telefónico con la mayoría de sus conocidos, pero no oyó nada más que el continuo sonido de llamada que nadie contestaba o el prolongado tono de comunicando que indicaba que el teléfono estaba descolgado. Pensó en algo mejor que llamar a los pubs y los lugares de blanqueo, ya que eso podría alertar a personas acerca de lo que podía ser una situación muy seria. Hasta que se enterase del meollo del asunto, más valía mostrarse circunspecta.

Su silencio, y el hecho de que nadie supiera dónde andaba, le hicieron sentirse sumamente preocupada, tanto que se obligó a calmarse. Le pesaba la barriga, el miedo y el cansancio la hacían moverse con lentitud, le dolía la espalda y tenía los ojos enrojecidos por el cansancio. Primero ordenó la habitación de los niños, convirtiendo esa tarea en un juego, animándoles a que la ayudasen y luego recostándolos en la cama mientras percibía cómo el pánico y la sorpresa que los había invadido desaparecía a borbotones. A pesar de lo jóvenes que eran, habían sabido mantener la boca cerrada delante de la poli. De alguna manera, se sintió orgullosa de ellos. Pat Junior sabía de sobra dónde estaba la pistola de su padre y la habría encontrado en un santiamén si se lo hubiera propuesto. Solían bromear con frecuencia acerca de las muchas veces que la había escondido y que Pat Junior siempre la había encontrado. La pasma no había encontrado nada esa noche y eso suponía una pequeña victoria. Ese sentimiento la animó un poco y pensó que aún dominaba la situación. Lo más terrorífico era pensar que, hasta que no ves a la bofia llamando a tu puerta por lo que parece ser un buen motivo, no te das cuenta de lo precaria que es la vida. Quedarte sin la persona que trae el sustento, el padre y el cabeza de familia jamás se le pasa a uno por la imaginación. Cuando la pasma aparece, la precariedad de tu vida te pega en la cara con la fuerza de un coche de carreras.

Ahora que llevaba un niño en sus entrañas, además de los dos que ya tenía y que dependían de ella, junto con el esposo al que tanto amaba, pensar en semejante cosa la dejó desconsolada. La vida, de alguna manera, le estaba advirtiendo, le estaba haciendo que se cuestionara todo lo que había dado por hecho. Al igual que todas las mujeres de los principales gángsteres, había recibido la primera llamada de advertencia. Lo que había pasado esa noche no era el típico asalto que efectuaba la pasma para salir en los periódicos, era algo más serio. Su marido, el padre de sus hijos, estaba en el lado equivocado. Si las cosas se ponían feas, podían quitarlo de en medio hasta que volviese a casa como abuelo. Los jueces estaban imponiendo unas sentencias muy severas en aquella época, los pequeños contratiempos eran cosa del pasado y ahora el nuevo Gobierno quería encerrarlos a todos y tirar la llave al río.

Lil se acordó de nuevo de que no tenía apenas dinero, ni nada que pudiera decir que era suyo. Pat lo controlaba todo, como debía ser. Pero ahora tenían hijos y había que pensar en ellos tarde o temprano. Cuando regresara a casa, se aseguraría que no la dejase nunca más en una situación semejante.

Besó a los niños y observó cómo se acomodaban en la habitación ahora ordenada. Estaban más sosegados, tomaban un vaso de leche y hablaban entre sí, como de costumbre. La primera impresión se les había pasado, todo volvía a su cauce de forma gradual. Algo en su interior le decía que debía estar más preocupada por los acontecimientos ocurridos durante la noche, pero ahuyentó esos pensamientos. Los niños se habían recuperado.

Si Pat había sido arrestado, nada se podía hacer, aunque pensarlo le aterrorizó. El corazón empezó a latirle con fuerza al pensar semejante cosa y respiró profundamente, pues sabía que podía ponerse histérica de un momento a otro.

Se obligó a concentrarse en lo que hacía. El salón estaba completamente destrozado. Incluso habían rajado los cojines del sofá y habían sacado todo lo que tenían dentro. El relleno estaba esparcido por todos lados y las lágrimas le brotaron de los ojos cuando empezó a limpiarlo.

Aún no sabía nada de Pat y empezaba a ponerse más nerviosa a cada momento. Miró en su monedero y vio que tenía menos de ocho libras. Si Pat había sido arrestado, o algo peor, no tenía acceso a su dinero. La voz de su madre le vino a la cabeza y, por mucho que la odiase, la muy perra estaba en lo cierto. Necesitaba tener acceso a su dinero, no sólo para el abogado, sino también para poder vivir ella y sus hijos. Eran tiempos difíciles y los tiempos difíciles requieren medidas drásticas.

Una vocecilla le decía que estaba en su derecho de tener acceso a su dinero, pues no tenía nada más que ocho libras en el bolsillo y una familia que alimentar. ¿Por qué coño no tenía algo guardado? ¿Por qué dependía tanto de él cuando tenían una familia numerosa? Y lo más importante: ¿por qué no lo había previsto Pat? Siempre que hablaba de negocios, hablaba de un plan B en caso de que fallara el plan A. Sin embargo, ella y su familia no tenían ni plan A, ni plan B, ni un puñetero penique puesto a su nombre. Temblaba de miedo pensando en él, en su familia y en ella misma. Aún estaba limpiando cuando se presentó la madre, toda acicalada, oliendo a colonia y simulando una preocupación que era incapaz de sentir.

Dejó que Annie les preparase el desayuno a los niños porque estaba tan cansada que se sentía sin fuerzas para hacer nada que no fuese sentarse y notar cómo le pateaba el bebé. Otra boca que alimentar con ocho escasas libras. Durante todo el día, Pat Junior se le pegó como una lapa, pero Lance se comportó como si nada hubiese sucedido.

Annie tuvo el tacto de permanecer callada y no hacer las preguntas que a ambas les rondaban por la cabeza. Los vecinos le habían hablado de la redada. Habían corrido los rumores, pero la mujer que ella llamaba su hija no pronunciaba ni la más mínima palabra. Se dio cuenta de que su Lil no estaba de humor para tener una conversación franca y sincera de ninguna clase. La pena de su hija no le afectaba lo más mínimo, pero trataba de ganársela para poder estar cerca de Lance. La vida sin ese niño carecía de sentido. Sus sentimientos por él eran tan fuertes que se asemejaban a una fuerza física imposible de resistir. Soportaría cualquier cosa con tal de poder estar a su lado, y haría lo imposible por mantener a otros a distancia.

El amor era una emoción muy extraña. Era algo que nunca antes había sentido y que ahora necesitaba expresar de alguna forma. Se veía a sí misma en aquel niño, y eso le hacía sentir que, por fin, la vida valía la pena vivirse.

Dwyer temblaba tanto que no pudo encender el cigarrillo que sostenía en la boca. Pat se inclinó y rascó una cerilla para darle fuego mientras contemplaba como inhalaba. Sus tres intentos fallidos hicieron que todos se sintieran en una situación engorrosa, tanto que se podía palpar en el ambiente de la habitación. Dwyer respiraba pesadamente, incluso para sus propios oídos, y se comportaba de forma dramática y artificial. Tenía el aspecto de lo que era.