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Patrick le sonrió amistosamente.

– ¿Va todo bien, colega? ¿Funcionando como siempre?

Dwyer sonrió. Su rostro arrugado se tornó familiar. Parecía abatido y tenía el aspecto de un buen tío. Pat sintió una pizca de lástima por él, pues, al fin y al cabo, como todos los presentes, era un producto de las circunstancias. El tipo que Pat creía que pertenecía a la pasma observaba nervioso, pero lo suficientemente calmado como para saber lo que hacía. Patrick, en cambio, estaba sumamente relajado. Se echó en el respaldo de la silla y esperó hasta que Dwyer echara el humo del cigarrillo.

– ¿Quiénes son esta gente? -preguntó Patrick-. Creo que lo correcto es presentar a las personas.

El que parecía de la pasma le miró fijamente a la cara y Patrick le respondió con una cordial sonrisa una vez más.

– Somos amigos de Freddie.

Pat levantó un dedo y señaló al poli mientras miraba fijamente a los ojos de Freddie e ignoraba al otro hombre.

– ¿Quién te ha dado permiso para dirigirte a mí, capullo de mierda?

Freddie se sintió aterrorizado de nuevo. Eso no era lo que se suponía que debía suceder. Pat nunca se comportaba de forma tan chulesca. Se suponía que era Pat el que debía sentirse pillado. Freddie no estaba preparado para ese tipo de comportamiento.

– Tú cállate la boca hasta que yo te hable, ¿de acuerdo? No eres nada más que un enano, un capullo y un puñetero mierda.

Se podía palpar la violencia en su mirada. Todo el mundo recordó en ese momento lo muy escurridizo que podía ser, especialmente cuando creía que le habían tomado por un gilipollas.

Pat tenía una reputación que las personas que estaban en la habitación habían olvidado al pensar que unidos serían superiores. Pat acababa de recordarles lo arriesgado que era hacer presunciones por adelantado.

El poli no estaba seguro de cómo debía reaccionar ante las palabras de Brodie. No obstante, supo que lo habían derrotado. Pat giró la cabeza bruscamente para quedarse mirando fijamente al hombre. Tenía la mirada muerta, y cualquiera que le conociese sabía que también dispuesto a cualquier cosa. Pat era capaz de cualquier cosa si se sentía amenazado y había utilizado la violencia extrema en muchas ocasiones para llegar hasta donde había llegado. Esa noche no tenía la más mínima intención de achantarse ante ese tío y lo había dejado bien claro. Él planeaba por adelantado y tenía la cabeza muy bien puesta. Estaba preparado para cualquier eventualidad que aquellos jodidos mierdas intentaran contra él. Cuando volvió a sonreír lo hizo con la escalofriante certidumbre de que saldría victorioso, pasara lo que pasara.

– Dos tíos han muerto y tú andas aquí sentado con un puñado de extraños, Freddie. Unos extraños muy sospechosos.

Miró de nuevo a Freddie. Su voz estaba llena de desprecio, no sólo por ellos, sino por la situación en la que estaban involucrados.

– ¿Tengo monigotes pintados en la cara o qué? -preguntó Pat levantando la mano y haciendo un gesto de súplica. Se mostró excesivamente dramático. De alguna manera les estaba advirtiendo que estaba jugando con ellos y disfrutando con ello. Dwyer le dio una calada profunda al cigarrillo, sin intentar tan siquiera justificarse, y no hizo ademán de presentar a sus nuevos amigos. Sabía que el asunto había quedado zanjado, que todos ellos estaban acabados. Su miedo se transmitía al resto de los hombres que estaban presentes en la habitación.

Patrick se echó a reír. Podía palpar el poder que emanaba y se dio cuenta de que los había pillado desprevenidos. Todos ellos conocían su reputación, aunque ninguno la había experimentado de primera mano. Pat podía ser muy malo cuando se enfadaba, y aquella noche estaba enfadado de verdad. Podía sentir la cólera en su interior, deseosa de estallar. Se estaba divirtiendo con ello incluso. Estaba dispuesto a vengarse de semejante atrocidad aunque tuviera que esconderse y desaparecer por mucho tiempo. Se habían tomado una libertad mayúscula, se habían pasado de la raya y no estaba dispuesto a consentirlo. Deseaba que corriera la sangre, deseaba vengarse y estaba dispuesto a llevarlo a cabo costara lo que costase.

– He venido aquí para tratar de encontrar algún puñetero sentido a esa falta de cumplimiento por parte tuya de tus deberes. Te echamos una soga y nos has pagado tirándonos al río, pedazo de hijo de puta. Por tu culpa han muerto dos hombres, pero el error más grande que has cometido es que hayas pensado que no me iba a dar cuenta, que era tan estúpido como para no haber averiguado que eras tú.

Se rió de nuevo y señaló a Dwyer.

– ¿Éste? ¿Vosotros confiáis en éste? ¿El cabrón de Freddie, el hombre de hielo? ¿Y vosotros os hacéis llamar la Brigada Móvil? ¿El azote de los criminales? ¡Pues vaya mierda!

No había rabia en sus palabras, sino indignación, sarcasmo e incredulidad.

– ¿Estaréis de broma, verdad?

El poli era un tipo grande, de anchas espaldas, pero con el cuerpo fofo y lacio de un hombre perezoso. Como la mayoría de los polis corruptos, no había estado en las calles desde que fue ascendido y dejaba ese trabajo para los hombres que estaban a su servicio. Era el típico poli que dependía de chivatos como Dwyer o de cualquier cosa que fuera del conocimiento público. En pocas palabras, que siempre andaba detrás de algún chisme, comentario o de cualquier palique que oyese. Era tan idiota que había llegado a pensar que podía ganarse a un tipo como Pat Brodie, que podía amedrentarle por el mero hecho de que sabía algunas cosas que podían ponerle entre rejas por un buen tiempo. No tenía la experiencia ni la inteligencia necesaria para saber que un hombre como Brodie era capaz de comerse una condena de veinte años antes de soltar algo que pudiera incriminarle a él o a alguno de los suyos.

– Escucha, Pat. Creo que te has equivocado. Nosotros queremos tenerte de nuestro lado.

El que tenía aspecto de poli terminó de hablar. Había intentado ponerlo de su lado, había pensado que podía venderse y delatar a sus compañeros. El hombre tenía una voz grave, con un tono agradable y un ligero acento, probablemente galés. Trataba de hablar con acento londinense, muchos miembros de la policía y de la Brigada Móvil lo hacían porque eso les hacía sentirse más duros, más metidos en el rollo. Estos muchachos de la clase alta trabajadora se consideraban los nuevos coches Z. Patrick miró a su alrededor y suspiró decepcionado. ¿Ésos eran los miembros de la legendaria brigada? Se había topado con tipos más duros antes de hacer la Primera Comunión. Habían hecho hasta un programa de televisión acerca de ellos, pero hasta esa noche no se había dado cuenta de que eran pura comedia.

Demasiado tarde. El poli se dio cuenta de que había metido la pata. Estaba tan seguro del puesto que ocupaba que pensó que, aunque no lograsen poner a Pat de su lado, sería incapaz de hacerles ningún daño. Después de todo, ellos eran representantes de la ley y tenían la última palabra. Sin embargo, en aquel momento, se preguntaba si Brodie se cargaría a uno de ellos sólo para demostrar que no les tenía miedo.

– ¿A quién llamas tú Pat? ¿Quién coño te ha dado permiso para que muestres esas familiaridades conmigo?

La habitación rebosó de odiosa indignación. El odio innato de Patrick por cualquier tipo de autoridad estaba en evidencia y se sentía ofendido, muy ofendido. Se metió la mano en la chaqueta y sacó un machete. Lo blandió con suma destreza, observando el rostro de los hombres cuando vieron lo que se les avecinaba. Spider y su primo jamaicano estaban de pie en la entrada, portando sus propias armas, una guadaña y una espada samurái, ambas claramente visibles.

Los tres hombres que estaban sentados en la mesa terminaron por comprender que se encontraban en peligro y que pertenecer a la policía no les garantizaba la más mínima seguridad ante ese puñado de psicópatas que los miraban con ojos enardecidos.