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El silencio que reinaba entre los dos se rompió porque Mick comenzó a toser. Dejó de mirarla y hundió la cabeza en el pecho como si estuviese avergonzado. Lil se dio cuenta de que lo había incomodado. A pesar de su rencor y de su odio seguía siendo un cobarde y, como todos los cobardes, un traicionero. Sabía que era un hombre dispuesto a vender a cualquiera si con ello se ganaba algo.

– Vete a la mierda y déjame en paz.

Tenía la voz grave por la falta de sueño y de emociones. Se alegró de que se marchara sin pronunciar palabra. Una vez más, estaba temblando. Habían transcurrido cuarenta y ocho horas y seguía sin saber nada de Pat. Aquello no es que fuese inusual, pues a veces desaparecía. Sin embargo, estaba segura de que Pat sabía que su casa había sido registrada y que tuvo que afrontarlo todo a pesar de tener la barriga como un globo. Pat debía haber pensado en ella y en los niños. El hecho de que no se hubiese puesto en contacto la hacía sentirse sola, abandonada y asustada.

Al parecer nadie respondía al teléfono. Eso ya indicaba de por sí que algo malo estaba sucediendo. Hasta el teléfono de los clubes estaba descolgado, por lo que no pudo hablar con nadie y confesar sus temores. Una vez más sintió el enorme peso de la responsabilidad sobre sus hombros y se preguntó dónde coño estaría su marido y por qué no se había puesto en contacto con ella. El dolor que notaba en el pecho no era nada en comparación con la enorme presión que sentía y que le aprisionaba la cabeza hasta tal punto que parecía que iba a estallarle. Esperaba, de alguna forma, que estuviese encarcelado porque, si estaba libre, entonces significaba que no se había preocupado lo más mínimo de ellos.

Dicky Williams salía de su coche con su típico garbo cuando le dispararon en la cabeza y en el cuerpo en repetidas ocasiones. Lenny obviamente no era el culpable y nadie tenía la menor idea de quién podía haber sido el listo que lo hizo. Era una comedura de coco.

Lo más triste de todo es que su muerte no sirvió de nada, ya que, cuando le mataron, el asunto ya había quedado zanjado y resuelto. Aun así, nadie sabía nada acerca del asunto.

Fue una tragedia, principalmente porque los restantes hermanos Williams no eran capaces de permanecer unidos sin la fuerza de su carácter. Muy pronto se hizo patente que la muerte de Dick, y no la de Terry, sería el catalizador que terminaría con todos ellos.

Capítulo 6

Kathleen y Eileen daban sus primeros pasos por la habitación y Patrick se reía de sus gracias. Eran sus preferidas y todo el mundo, incluidos los niños, lo aceptaban. Las niñas, como se les solía llamar, eran verdaderas preciosidades: dos niñas de pelo rubio y ojos azules que no habían recibido otra cosa en la vida que cariño y caprichos. A los tres años eran completamente idénticas. También eran inteligentes y vivaces, pues aprendieron a hablar y a andar antes de lo debido. Ambas estaban sumamente mimadas por sus padres y hermanos.

Patrick observaba a su esposa limpiándoles la nariz, ordenar la casa y preparar la cena. Lil era una mujer fuerte y seguía siendo la única en su vida. Cuando sus hijas le tendieron los brazos y ella se agachó para cogerlas, sonrió al ver esa imagen tan enternecedora y un nudo se le hizo en la garganta.

Lil era una mujer bella y parir cuatro hijos no le había robado el brillo de sus ojos, si acaso todo lo contrario, había ganado en atractivo. Sin embargo, con el nacimiento de las gemelas tuvo que dejar de trabajar con él y, aunque le encantaba ser madre, echaba de menos la excitación que le proporcionaba el trabajo.

Le miró fijamente y sonrió con tristeza. Le bastaba con mirarle para saber lo que pensaba. Ambos lo sabían.

La culpabilidad le carcomía. Había estado sin dar noticias durante dos días mientras las niñas nacían y que Lil ni tan siquiera se lo mencionase daba mucho en que pensar. Hace mucho tiempo que había dejado de hacerle preguntas sobre sus correrías, no quería saber dónde había estado, ni le interesaba. Al parecer, lo único que le interesaba es el dinero y estaba obsesionada con él. Se lo pedía de forma muy exigente, como si fuese un derecho que le perteneciera. ¿Cómo iba a negárselo? Cuatro hijos cuestan dinero, mucho dinero, pero a veces pensaba que eso era lo único que le interesaba de él, que sólo le hablaba para pedirle dinero: dinero para la comida, dinero para la ropa, dinero para esto y dinero para aquello. No obstante, se sintió injusto.

Se estaba convirtiendo en una persona como su padre y se odiaba por ello. Sin embargo, los clubes le reclamaban y, cuando terminaba de trabajar, se tomaba unas cuantas copas y se entretenía con un chochito nuevo. Antes de que se diera cuenta, la noche se había acabado y estaba amaneciendo. La chica con la que había pasado el día y la noche no servía ni para limpiar las suelas de los zapatos de Lil, pero eso no le preocupaba en absoluto. Era jovencita y estaba disponible. También era de las que están dispuestas a hacer de todo. Se la había tirado en el asiento trasero del coche y ni tan siquiera podía recordar su nombre. Tenía un buen par de tetas, una sonrisa agradable y le había complacido en cada momento. Él la había utilizado, igual que utilizaba a todas las chicas que le rodeaban y que le complacían más de lo que hacía Lil en casa. En cuanto terminaba de echarles un polvo y se le pasaba el efecto de la bebida, se las quitaba de encima y se sentía a disgusto consigo mismo, jurándose que sería la última vez. Sin embargo, se estaba convirtiendo en una diversión muy frecuente, a pesar de que aquellas chicas no significasen nada para él. Salía incluso cuando no tenía ningún trabajo concreto, nada que hacer, ninguna razón para no irse de casa y estar con su familia. Se comportaba como un chulo y Lil se estaba empezando a hartar. Él lo sabía y ella también. Si hubiera sido Lil la que hubiese pasado toda la noche de parranda, él hubiera provocado la de san Quintín. Si alguien se atrevía a mirarla dos veces seguidas, se sentía tan celoso que era capaz de asesinarle. Como Lil decía siempre, «el ladrón cree que todos son de su condición». Puesto que él era capaz de echar una canita al aire, asumía que ella también lo era, a pesar de que sabía que era mejor que él. Lo peor de todo es que ella disponía de un detector natural incorporado que le permitía saber cuándo él se la estaba pegando.

Patrick era ahora el rey de la montaña, se había hecho de una reputación tan sólida que nadie en su sano juicio se atrevería a desafiarle. De alguna manera, eso le decepcionaba. Patrick sabía que, para mantenerse en la cima, era necesario hacer una muestra de fuerza regularmente. No sólo para advertir a los pretenciosos, sino también para mantener a raya a tu ejército. Tenía a muchas personas trabajando para él y sabía que algunos de ellos podían convertirse en oponentes si era lo suficientemente estúpido como para dejarles el camino libre. Hasta Dave y los otros hermanos Williams estaban jugando su suerte últimamente, por lo que se acercaba el momento de poner las cartas sobre la mesa.

Spider y sus compinches estaban aún a su servicio, pero, como los Williams y los negros nunca se llevaron bien, empezaban a surgir ciertos problemas. Los Williams se quejaban del poco dinero que recibían y no se daban cuenta de que Spider era un buen tipo que había ganado una fortuna con la pornografía, las armas y la venta de hierba. Los tiempos estaban cambiando y los jamaicanos eran el futuro. Dave debía aceptar esa idea, sería lo mejor para todos. Se les había ofrecido una oportunidad, pero la rechazaron hace tiempo. Ahora el dinero llovía a espuertas y empezaban a florecer los resentimientos.

Spider era el que trabajaba en primera línea y el que se ocupaba de todo el tinglado, desde los blues hasta los birds. Los blues eran fiestas que duraban días enteros. Se alquilaba una propiedad abandonada, se rehabilitaba y se quitaban los escombros. Luego se instalaba un equipo de música y se ponía un bar. La fiesta podía durar días enteros y la cantidad de dinero que se recolectaba en la puerta y en la barra era descomunal. Las ganancias obtenidas por la venta de hierba siempre eran colosales y la policía no se enteraba de nada. Por regla general, era un buen negocio y Spider sabía cómo llevarlo. Nadie podía celebrar un blues, ni vender un porro ni chulear a una mujer sin que Spider diera su consentimiento. Eso, por supuesto, quería decir sin el consentimiento de Patrick. Al principio, a Spider no le molestó eso, ya que él y Patrick habían formado un buen equipo, pero al parecer no agradaba demasiado a Dave y sus hermanos. No tenían ningún punto de apoyo en el sur de Londres y ahora lamentaban no estar llevándose parte del dinero que Patrick ganaba. Se lo ofrecieron al principio, pero lo rechazaron, pues no se dieron cuenta del potencial que ofrecía Brixton. Ahora no les quedaba más remedio que reconocer que habían sido unos capullos y debían saber que ni Spider ni Patrick estaban dispuestos a dividir las ganancias entre tres por el mero hecho de mantener la paz.