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Era un jodido cabrón que cada vez resultaba más difícil de controlar.

– Nadie puede meter un pie dentro y eso es lo que me revienta. Spider y su hermano lo tienen todo bien amarrado.

Dave sorbió el café y esperó a que continuara con la perorata. Esa había sido la cantinela de todos los días desde que Dennis introdujo las anfetas en el sur de Londres. Había vendido para obtener un pequeño beneficio, pero ahora quería más. También había sido amonestado. De forma educada y con respeto, pero había sido amonestado, lo cual no era un privilegio que se concediera todos los días. Antes, ellos eran los que hacían las advertencias, por eso no estaban dispuestos a quedarse con los brazos cruzados contemplando cómo otros se llevaban la pasta sin que ellos cogieran lo suyo. Eso había provocado muchos resentimientos contra Patrick Brodie, al que cada día consideraban más un traidor.

Dennis deambulaba por la habitación. Tenía su amplia espalda erecta por la rabia que sentía y el rostro retorcido por el odio y la humillación.

– Para mayor insulto, Dave, ese negro de mierda y su hermano se lo están quedando todo. Se les ve por todos lados, cada rincón apesta a ellos. No han dejado nada para nosotros. El cabrón de Patrick Brodie estará contento. Está asociado con ellos, los tiene muy bien pillados. Se están poniendo las botas y nosotros mientras tanto ¿qué? Ayer por la noche me dijeron que me pirase, como si yo fuese un don nadie, un mierda. Me dijeron que no podía estar en Ilford ni en Barking porque ellos ya estaban vendiendo en la puerta del club Celebridades. -Dennis sacudió la cabeza, incrédulo y sorprendido.

– No hay ningún sitio donde podamos pasar nada de droga. Tienen cogido el Lacy Lady, el Room at the Top y el jodido Tavern. Lautrec ya es parte de sus dominios y Southend está más cogido que el coño de una monja. Lo tienen pillado todo. El Raquel en Basildon, el Roxy, el Vortex, el Dingwall de Camden. No hay ningún pub, ni club que podamos decir que es nuestro, incluido el Green Man, mi bar favorito. Se han apoderado de Callie Road, de los principales bares, de los muelles y de todos los bares locales. Son como jodidas sanguijuelas bebiéndose la leche de mis niños.

Escupió en el suelo para darle más fuerza a sus palabras.

– No nos han dejado nada. Sus muchachos están vendiendo anfetas en el jodido Beehive en Brixton Road cuando desde siempre han trapicheado con hierba. El West End y el Islington están repletos de camellos persuasivos que te roban hasta el último cliente. O hacemos algo o pronto nos veremos sin nada.

– ¿Quieres tranquilizarte de una jodida vez?

– ¿Tranquilizarme? ¿Quieres que me tranquilice? ¿Quién coño eres tú, un gurú de yoga? Despierta de una puñetera vez. Quiero que resuelvas esto y quiero que lo resuelvas pronto. Spider y su hermano se están paseando por ahí en lujosos coches y llevan toda clase de armas. Se están adueñando de todo como si fueran los reyes del espectáculo. ¿Qué esperan? ¿Qué metamos el rabo entre las patas y no digamos nada? No podemos ni vender en Manchester, ni en Liverpool ni en Escocia y a ti lo único que se te ocurre es decirme que me calme. Nos han dado de lado, nos han tratado como niñatos de escuela y tú quieres que me calme. ¿Qué pasa? ¿Eres el chupaculos de Brodie o qué?

Dave no respondió, no tenía ningún sentido, pero empezó a digerir la información. Sabía que tendría que resolver ese asunto más temprano mejor que más tarde, puesto que su hermano estaba ahora de por medio. Las drogas, especialmente las anfetas, eran un buen negocio y ellos habían invertido mucho dinero en ello.

El problema no estribaba sólo en que Pat Brodie era un buen tío, sino que además era su peor rival. Ponerse en contra suya podía costarles caro.

No obstante, estaba equivocado si creía que no querían un pellizco de lo que, sin duda, estaba siendo un negocio muy lucrativo. Que no les hubiera interesado al principio no significaba que ahora iban a rechazar las ganancias de un producto que se estaba demandando tanto. Si Spider se hubiera quedado en su territorio, nada de eso habría sucedido. Todos se habrían llevado lo suyo y nadie se sentiría a disgusto.

Dave prefirió ignorar que Pat Brodie era quien llevaba la voz cantante y que todo lo que sucediera en el sur de Londres era de su dominio. Se olvidó de que Pat se lo había ofrecido en diversas ocasiones y que ellos lo habían rechazado porque andaban buscando pasta en otras áreas. También pasó por alto las advertencias que Pat Brodie le había dado de forma caballerosa, aunque tajante: tenían libertad para hacer cualquier negocio que se les antojara, siempre y cuando no interfirieran en los negocios que Pat había montado. Básicamente, llegó a insinuar que habían perdido el tren y que ya era demasiado tarde para ir por ahí quejándose.

Sin embargo, si era cierto, como había señalado Dennis, que estaban traficando en todos los clubes nocturnos y se habían hecho con el monopolio, entonces se imponía una charla. Era plenamente consciente de que la mayoría de los pequeños camellos podían traficar porque tenían el permiso de Pat y estaban bajo la responsabilidad de Spider, que era conocido universalmente como el brazo derecho de Pat. Ahí era donde radicaba el problema, al menos en lo que se refiere a los hermanos Williams.

Se sentían marginados, poca cosa, incluso insultados. Los muchachos ya eran hombres hechos y derechos y, como cualquier otro joven prometedor, les bastaba una excusa para enseñar los dientes y dejar su huella. Eran unos cabrones ambiciosos, muy peligrosos precisamente por eso. La única razón por la que no se habían entrometido en los dos años anteriores era por Patrick Brodie, pero no eran lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de ello y él no mencionaría el asunto todavía. Dennis era su portavoz, además del único con agallas para ir a su casa y presentarle sus quejas. Los otros le seguirían, por supuesto, pero sólo cuando estuvieran seguros de que recibirían una calurosa bienvenida.

Se olvidaban de que todos los chanchullos y trapicheos que llevaban a cabo se lo debían a Pat, del dinero que ganaban a su costa procedente de otros negocios. Las anfetas los estaban convirtiendo en personas ambiciosas, ya que el dinero que se ganaba con ellas era descomunal y, obviamente, querían llevarse su pellizco. El trabajo preliminar ya estaba hecho, como solía suceder cuando se trataba de los Williams, aunque jamás lo tenían en cuenta. Eran bastante torpes, de eso no había duda, y tenían un ego más grande que la polla de King Kong. No obstante, pensaban mostrarse inflexibles y no aceptarían un «no» por respuesta.

Dave empezaba a ser de la misma opinión que su hermano. Creía que los estaban tratando como ciudadanos de segunda clase y que les iría mejor sin Brodie.

En ocasiones, sin embargo, era lo suficientemente honesto como para admitir que Pat le había tomado la delantera. Sabía que él vio la oportunidad y trató de aprovecharla, arrastrando consigo a él y sus hermanos. Eso irritaba por momentos a Dave porque no sólo quería ganarse el respeto que Brodie poseía, sino que quería que lo viesen como un eslabón vital en la cadena delictiva que gobernaba Londres.

El hecho de que las personas se sintieran tan confiadas como para responderles a él y a sus hermanos que no pensaban tratar con ellos porque ya les había suministrado Spider, les recordaba constantemente que eran, y que siempre serían, soldaditos de a pie para Pat Brodie. Aquello era ya de por sí un insulto y necesitaba pensarlo con detenimiento antes de hacer algo de importancia. Una vez que eso se tradujera en palabras y, por tanto, formara parte del dominio público, no habría posibilidad de retroceder. Necesitaba considerar cuáles eran sus opciones y cómo podría enfocar el problema de la mejor forma posible.

– Déjame pensarlo, ¿de acuerdo?

Dennis asintió imperceptiblemente. Ya había recorrido la mitad del camino y lo sabía. Le había proporcionado a su hermano las balas, ahora era cosa suya meterlas en la pistola.