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Annie acostaba a los niños y, como de costumbre, Lance estaba haciendo de las suyas. Lo levantó, lo sentó en su regazo y le susurró al oído:

– Cuando los demás se hayan dormido, ven con la abuela.

Le dijo eso al niño, a pesar de que Pat había ordenado que los niños se fueran a la cama todos a la misma hora. Si se enteraba de que estaba favoreciendo a Lance, se podía dar por acabada. Ella y Pat mantenían una alianza un tanto incómoda: ella no le llevaría la contraria y él trataría de que estuviese en casa con los niños lo menos posible.

– No me quiero sentar contigo, abuela.

El rostro pedante de Lance empezaba a irritarle y tuvo que respirar profundamente antes de responderle con suavidad:

– Tengo algunos caramelos para ti y te dejaré ver la tele.

Hablaba con voz suave y los niños observaban la escena con interés.

– Venga, vamos. La abuela te ha echado mucho de menos. ¿Me das un abrazo?

Se palpaba en la voz el anhelo que sentía por ello y el niño supo sacarle el mejor provecho.

– No, abuela. Estoy cansado -dijo Lance apartándose de ella con tal brusquedad que casi la derriba de la silla.

Odiaba el tacto de sus manos, la manera que tenía de estrecharle entre sus brazos y de besarle, pues lo hacía con tal ímpetu que llegaba sofocarle. Sin embargo, le encantaba el poder que tenía sobre ella y, en consecuencia, sobre sus hermanos. La abuela lo adoraba, mientras que a los demás los toleraba. Todo el mundo se daba cuenta de eso y, puesto que siempre había sido así, nadie lo cuestionaba. Además, estaban más que contentos de que no sintiera lo mismo por ellos.

Era la primera vez en años que Annie estaba a cargo de los niños. Pat procuraba en lo posible que no estuviera cerca de ellos y ella se dio cuenta de que ahora estaba de prestado. Lil tampoco estaba a su favor, por lo que no le quedaba otra opción que sentarse y esperar hasta que le permitieran lo único que le agradaba en la vida.

– Dale un beso a tu pobre y vieja abuela y jugaremos a lo que tú quieras.

Lance negó con la cabeza y con voz sonora y tajante replicó:

– No me apetece, abuela. Ya no quiero estar contigo nunca más.

El dolor que vio en sus pálidos ojos le causó tristeza por un momento, pero luego se sintió incómodo. A pesar de lo joven que era, se daba cuenta de que sus sentimientos hacia el no eran sanos. Su madre no tenía tiempo para él y sabía de sobra que no le quería a él tanto como a los demás. Su abuela, que le adoraba, sólo le provocaba deseos de herirla. Olía horrorosamente y le hacía sentirse agobiado.

La bofetada sonó en toda la habitación y los cuatro niños se sobresaltaron del susto. Lance tenía la cara roja y miraba a Annie con odio mientras ella le devolvía la mirada en señal de amonestación.

Pat Junior sacó a sus hermanas del ordenado salón y se acercó hasta donde se encontraba su hermano. Le cogió del brazo y se lo llevó hasta la otra habitación mientras Annie les maldecía y les gritaba:

– Será cabrón, el muy puñetero. Después de todo lo que he hecho por ti…

Era la cantinela de siempre y los dos niños se taparon los oídos para no escucharla.

Lance observó impotente cómo arrastraba de los pelos a Pat Junior hasta el centro de la habitación. El poder que tenía sobre ella se había desvanecido. La abuela había perdido los estribos y nadie podía calmarla. Salió corriendo de la habitación y subió a la planta de arriba para reunirse con sus hermanas. Las acostó en la cama y se pusieron a escuchar lo que sucedía en la planta de abajo.

Pat Junior sintió cómo se clavaban las uñas de su abuela en su cuero cabelludo y, dándose la vuelta, le propinó una patada en la espinilla que la obligó a soltarle y lanzar las peores maldiciones. Tenía ocho años, pero le bastaron para apartar a su abuela de un empujón y decir:

– Mi padre se enterará de esto.

Annie se dio cuenta de que había ido demasiado lejos y trató de calmarse. Miró al niño que tenía delante y, sonriendo, hizo lo que siempre hacía. Con lágrimas en los ojos y la voz rota dijo:

– Lo siento mucho, hijo. Os he echado tanto de menos y vosotros sois tan malos conmigo…

Pat Junior permaneció de pie, inalterable. Tras unos segundos, con mucha dignidad, respondió:

– Nosotros no somos maleducados con nadie. Mis hermanas quieren un vaso de leche caliente y que les cuenten un cuento. Ya hablaré con mi madre para decirle que no queremos que te quedes más a cuidarnos.

Annie se sintió amenazada por aquellas palabras. Si los niños les contaban a sus padres lo que había sucedido, se vería nuevamente relegada a la más completa soledad, a sabiendas de que necesitaba a Lance tanto como comer y beber.

Mientras ordenaba la habitación notó que la envidia le corroía de nuevo como un cáncer. Vivían en una casa grande y bonita, donde reinaba un ambiente de amor y cordialidad. Patrick y Lance lo habían dejado bien claro aquella noche. Su hija, y la vida que llevaba, eran como una espina clavada en el corazón. Engendraba hijos con suma facilidad y sabía conservar un marido en su cama sin intentarlo siquiera. En definitiva, era todo lo que a ella le hubiera gustado ser y mucho más. A la gente le agradaba Lil. Aún conservaba a sus amigas de la fábrica y sabía cómo ganarse nuevas amistades. Era una persona feliz y, salvo algunos quebraderos de cabeza que le daba Pat de vez en cuando, estaba satisfecha de su vida. Eso era lo que provocaba tanto resentimiento en Annie: que su única hija había logrado lo que deseaba sin tan siquiera intentarlo. Que dependiera de su hija para poder llevarse un poco de pan a la boca era algo que jamás le perdonaría, a pesar de que había vivido a costa de ella desde el día que empezó a trabajar. Suspiró profundamente y se puso a preparar la leche caliente que Pat Junior le había pedido para sus hermanas. Junto con unas galletas y un bizcocho, colocó todo en una bandeja y subió a la habitación de sus nietos con intención de reparar el daño que había ocasionado.

Sonrió al ver a las gemelas durmiendo en los brazos de sus hermanos, a pesar de que ardió en deseos de abofetear a Lance una vez más. Tuvo que respirar profundamente para contenerse. Pero instintivamente se dio cuenta de que el más peligroso de los dos era Pat Junior y era a él a quien debía tener de su lado.

Al igual que su padre, nadie podía saber lo que se urdía detrás de aquellos profundos ojos azules. Y, al igual que su padre, estaba segura de que se convertiría en un tipo muy peligroso en el futuro, pues tenía la misma arrogancia, la misma mirada fría y, sorprendentemente, el mismo aspecto que hacía de su padre un hombre a tener en cuenta. Aún era un chiquillo, pero la frialdad de su mirada era capaz de incomodar a cualquiera.

Cain sonrió cuando Dennis Williams le dijo que le invitaba a otra copa.

Se hallaban en Burford Arms, al este de Londres. Era un bar predominantemente de negros y Dennis era un cliente, si no bienvenido, al menos asiduo. Tenía a unos cuantos muchachos a sueldo en Stratford y solía citarse allí para pagarles. Cain solía estar por allí resolviendo algunos negocios y, hasta hace muy poco, entre los dos siempre había habido un buen rollo. Cain no sabía exactamente cuándo había cambiado la dinámica de la relación, pero sabía que había llegado demasiado lejos como para que pudiera darse cualquier tipo de reconciliación. Sabía que ya no era simplemente un asunto de drogas, y no pensaba ceder ni un ápice por ese capullo. Ahora era un asunto personal, una cuestión de territorios y no pensaba permitir que nadie se entrometiera en lo que, por derecho, era sólo suyo.

Estaba a salvo mientras Dennis estuviera solo, ya que los hermanos le habían concedido su tiempo para pensárselo. Sin embargo, estaba tranquilo porque sabía que Brodie le respaldaba. Pensó que los hermanos Williams tenían bastantes trapicheos como para no tener que arrebatarle sus negocios a él o a Brodie. Cain tenía unos cuantos hombres a su lado que siempre estaban pendientes de que no le sucediera nada. Los Williams no eran personas a las que podía pasar por alto. Eran sumamente peligrosos y necesitaba cuidarse las espaldas. Lo lamentaba, pues siempre había tenido muy buena opinión de Dave y su familia. Era una lástima que las cosas se hubiesen estropeado, pero así era la vida.