Dave también había tomado algunas decisiones erróneas en asuntos de negocios durante el último año y había perdido una considerable cantidad con el hachís. El problema con la hierba y el chocolate estribaba en que el dinero había que pagarlo por adelantado, y si la mercancía no llegaba a su destino, entonces se perdía toda la inversión inicial. La policía les había estado esperando cuando llegaban los tres últimos alijos, dos por avión y uno por el estuario del Támesis. No había sido culpa de nadie, a pesar de que el cabrón de Spider seguía teniendo cannabis a mansalva y los hermanos Williams empezaban a cuestionarse por qué a él nunca se la apresaban. Dave, en su interior, sabía que aquellas acusaciones no sólo eran injustas, sino una completa mentira.
Spider lo tenía bien montado desde hacía ya tiempo, mucho antes de que ellos decidieran meterse en ese negocio. La hierba que traía Spider llegaba directamente a los muelles, y era de muy buena calidad. La que conseguían ellos, en cambio, era de muy baja calidad y tenía más cañamones que el buche de un canario. La verdad es que las cosas no le habían salido nada bien y, si no buscaba a Patrick Brodie y le preguntaba si podía participar, las perspectivas no eran nada halagüeñas.
Darse cuenta que sólo formaban parte de su mano de obra les molestaba más de lo que se atrevían a admitir. Al parecer la verdad hiere y que Spider se hubiera convertido en el ojo derecho de Patrick no sólo había sido observado, sino reconocido por todos.
En realidad, se habían puesto en evidencia por la mezcla tan variopinta que en realidad eran y, si no conseguían pronto una fuente de ingresos, se arruinarían.
Dave había perdido más de doscientos de los grandes en los últimos diez meses, y sus hermanos habían perdido más o menos la misma cantidad entre todos ellos. Aquello suponía un montón de dinero. Dinero que ya no verían nunca más, dinero que no estaba en situación de poder recuperarlo en un futuro cercano. Estaban todos sin un centavo en el bolsillo y empezaban a sentir pánico, pues debían dinero por todo el Smoke y sabían que sólo era cuestión de tiempo que los acreedores empezaran a chivarse a Patrick.
Empezaron a barajar la posibilidad de asaltar un banco. El problema era que para ello necesitaban a Patrick, quien se encargaría de dirigirlo, y luego le tendrían que dar un pellizco de lo que pillaran.
– Te daré tu dinero, madre, pero no lo gastes tan puñeteramente pronto esta vez, ¿de acuerdo?
Doris asintió; la conversación se había acabado.
– ¿Alguien quiere un sándwich de beicon? -preguntó.
– Annie, tengo un trabajo a media jornada para ti: merodear alrededor de unas casas de mierda.
Pat Junior y Lance se echaron a reír. Siempre les hacía mucha gracia escuchar a su padre hablarle de esa manera a la abuela. Las niñas, arrellanadas en los brazos de su padre, también se echaron a reír al ver a los demás.
Annie dibujó la sonrisa de mártir que siempre le sacaba su amado yerno.
– ¡Bájate de la cruz, mujer, que necesitamos leña!
Lil sonrió también y Pat la miró fijamente durante unos segundos antes de decir:
– ¿Te encuentras bien o quieres que llame al matasanos?
Lil negó con la cabeza y Pat le miró a los ojos. Él sentía adoración por ella y últimamente estaba muy preocupado por su último embarazo. No parecía llevarlo bien esta vez y tenía muy mal aspecto; hasta su bonito y espeso pelo se había debilitado.
– Estoy bien, pero me apetece un té.
Pat miró a los niños y gritó con fuerza:
– ¡Atila, el rey de los Hunos, lo preparará!
Pat se sentó al lado de Lil y la estrechó entre sus brazos.
– Pareces muy cansada, mi niña.
– Un poco. Mira que dos niñas tan bonitas tienes.
Lil siempre cambiaba de tema cuando se hablaba de su aspecto o de lo cansada que se sentía. Seguía recopilando las rentas de su marido y trasmitía los mensajes a los que estaban en prisión cuando la necesidad lo requería. No quería que Pat creyera que se sentía abatida, a pesar de lo débil que se encontraba recientemente. Deseaba que siguiera contando y confiando en ella. Lil sabía tanto de los negocios como él y no le agradaba sentirse apartada, aunque sólo fuera un intento de obligarla a descansar.
– Mi par de hermosuras -dijo Pat sonriendo una vez más.
Estaba envejeciendo rápidamente, pero aún podía sentir deseo cuando él la miraba fijamente. Sonrió también, sus dientes perfectos y blancos haciendo juego con su pálido rostro.
– Las niñas te miran con un amor tan grande, Pat.
Él abrió las manos haciendo un gesto de comprensión.
– Todas las mujeres me miran de ese modo -respondió con arrogancia.
Luego, aunque ya un poco tarde, se dio cuenta de que ella le miraba con un poco de recelo. Vio el temor y la soledad que emanaba de ella, la tristeza que su estúpido comentario había provocado y maldijo a las mujeres por su retorcida forma de ser.
– Sólo era una broma, amor mío.
Escenas como ésa se habían repetido muy frecuentemente en los últimos tiempos y empezaba a cansarle. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para que ella se cabrease por gilipolleces.
– ¿Por qué te pones así, Lil? Ha sido sólo una broma. Mira la cara de los niños.
Lil vio la exasperación en sus ojos y la preocupante mirada de sus hijos. Ya eran suficientemente mayores como para darse cuenta de todo y eso no era nada bueno. Sabía que era culpa suya, culpa de ese sentimiento de preocupación que la embargaba cuando pensaba que Pat podía ser encarcelado o desapareciera con una chica más joven. Esa era su mayor preocupación, ya que según decía un proverbio muy antiguo, si un hombre está en chirona, al menos sabes dónde está. Ahora se daba cuenta de lo muy cierto que era eso.
– ¿Por qué no vais a jugar arriba? Mamá está muy cansada -le dijo a los niños.
Pat y Lance cogieron en brazos a sus hermanas y salieron del cálido salón sin rechistar. Annie tenía la oreja puesta, de eso estaba segura Lil, tratando de escuchar lo que hablaban entre ellos.
– Lo siento, Pat. Soy tan brusca a veces.
El la estrechó una vez más entre sus brazos y ella percibió su olor a cigarrillos y perfume barato.
– Esto se tiene que acabar de una vez, Lil. Tú eres mi chica y siempre lo serás. Eres la madre de mis hijos, por lo que más quieras.
Su voz sonaba seria y deseó con todas sus ganas poder creerle, pero le conocía mejor que él a sí mismo. Dibujó una sonrisa y dijo:
– Estoy hecha una vaca, así que no me hagas caso. Son mis hormonas las que están hablando.
– Pues hablan como tu puñetera madre -respondió Pat acercando su rostro para besarla en la boca.
– Tú eres mi esposa y lo eres todo para mí. Si estoy fuera es porque tengo que alimentaros a todos vosotros.
Lil asintió de nuevo y él pudo percibir de nuevo el amor que profesaba por ella. ¿Por qué no podía creer que, aunque la barriga le llegase hasta las rodillas, para él, cuando estaba más hermosa, era cuando la veía embarazada? Ahora eso se había acabado. Ya había tenido suficientes hijos con ella. Ahora se enfrentaba a la inevitable tarea de tener que decirle que aquella noche también tenía que salir.
Y la preciosidad con la que había quedado se iba a derretir del polvo que pensaba echarle en el asiento trasero del mini.
Cain y Spider estaban bastante colocados y, cuando se hizo más de noche, encendieron la tele y se pusieron a verla hasta que llegasen los encargados de recoger la mercancía. Ellos vendían cualquier cantidad superior a los setenta gramos. No importaba que fuese hierba o anfetas; el caso es que querían saber quién había entrado nuevo en el juego y encontrar sus conexiones. Se habían ganado un punto frente a los hermanos Williams ahora que ya no interferían en sus negocios. Tenían una buena relación con la gente que trataban y cualquier cara nueva tenía que traer al menos las referencias de dos de sus traficantes de confianza. Especialmente si se trataba de blancos.