Lil se había acostado de nuevo. Su pelo largo caía sobre la almohada y sus pechos blancos estaban aplastados contra el camisón. Todavía tenía un aspecto deseable y Patrick sintió la necesidad de poseerla allí y en ese preciso momento. Él sabía que no estaba en plena forma y lo lamentaba en muchos aspectos.
Se echó en la cama y se acurrucó a su lado. Se río al notar su pene erecto contra su muslo.
– Eres como esas pilas que anuncian en la tele. ¡Siempre dispuesto!
– Ya me conoces. Siempre dispuesto a echar un polvo.
Patrick se sonrió y la apresó como si estuviera jugando con ella. Lil lo apartó de su lado, de buena manera, pero tajante.
– Lo siento, Patrick, pero estoy hecha papilla.
El bostezó y la besó cariñosamente. Sabía que la tenía tan dura que podría parar un autobús, pero que no insistiera le hizo quererle aún más. Estaba sumamente cansada y no había dormido porque había estado muy preocupada preguntándose dónde estaba. Ahora estaba a su lado, por lo que podía relajarse y dormir en paz. Ojala los hombres comprendieran lo vulnerables que se sienten las mujeres cuando están muy avanzadas, especialmente cuando ya no es tan excitante como suele ser la primera vez. Esta era la última vez que pensaba quedarse embarazada. No estaba dispuesta a pasar por ello nunca más.
– Buenas noches, cariño. Que duermas bien.
Lil sonrió en la oscuridad al oír sus palabras. Ahora que él estaba a su lado, eso es lo que pensaba hacer. Pat pensaba en la pequeña pelirroja con la que se estaba divirtiendo últimamente. Necesitaba urgentemente satisfacer su deseo y ella era la chica adecuada.
– Cariño, es posible que vuelva a llegar tarde mañana por la noche.
– ¿Qué pasa con la fiesta? Pienso que debemos empezar a organizaría.
Patrick chasqueó la lengua en señal de desaprobación y Lil se dio cuenta de que le había molestado con ese asunto doméstico. Sin embargo, era el décimo cumpleaños de su hijo y deseaba celebrarlo debidamente.
– ¿A quién coño le chasqueas?
Ahora estaba despierta del todo y Patrick se dio cuenta de que había metido la pata de lleno. Se sentía culpable, en parte porque ya estaba pensando en lo que iba a hacer con la pelirroja.
– Yo no he chasqueado la lengua. Estoy cansado, eso es todo.
Trató de sonar lo suficientemente drástico como para que cesara cualquier tipo de discusión. Estaba cansado y Lil era de las que pelean por nada cuando se le antojaba.
– Sólo quiero que me ayudes a que tu hijo tenga un día especial, pero si eso es mucho pedirte, dímelo y, como siempre, lo resolveré yo solita.
Estaba indignada. Sabía que lo había pillado desprevenido y pensaba aprovecharlo.
– Lil, por amor de dios, déjalo.
Ella le dio un empujón no muy cordial en el hombro.
– No, déjame que te diga una cosa. Me paso los días enteros aquí metida mientras tú haces lo que te sale de los cojones. Lo único que quiero es que el décimo cumpleaños de tu hijo mayor sea algo que recuerde toda su vida. A mí jamás me dieron una fiesta, ni una puñetera fiesta, y tú también estabas de acuerdo hasta ayer noche. Pues bien, vete a tomar por el culo. Si tienes cosas más importantes que hacer, hazlas.
Se echó de espaldas. Respiraba pesadamente, pero más le pesaba la conciencia. Él ya estaba despierto del todo y ella lo sabía.
– Por favor, Lil. Estaba cansado, eso es todo. Ya sabes que puedes hacer lo que quieras, pero yo soy un completo inútil con eso de las fiestas.
Lil se apoyó en el codo y él pudo ver su rostro bajo la mortecina luz que entraba por la ventana. Estaba roja de ira. Cuando se trataba de defender a sus hijos se convertía en una amazona con él. Sin embargo, desde hace un tiempo para atrás, se estaba convirtiendo en un dolor de huevos. Pat forzó una sonrisa y, con mucho aplomo, le respondió:
– Tú sabes con cuánta mierda he tenido que bregar esta semana…
Se apartó de él y suspiró pesadamente. Era un suspiro muy estudiado que le haría sentirse aún más culpable. Sabía que andaba en juergas cuando no venía a casa, pero aquella noche precisamente no le preocupaba lo más mínimo. Si alguien más le estaba contentando, pues allá ella. En ese momento de la vida lo único que ansiaba era una noche de plácido sueño y una fiesta para su hijo que fuera de lo más sonada. Cualquier otra cosa no entraba dentro de su campo de acción. Él era indigno de ella, pero no pensaba dejarle escapar sin pelear.
– ¿Y tú? ¿Sabes acaso cómo es mi vida? Dolor de espalda, incontinencia de orina y cuatro niños que no se acuestan ninguna noche sin armar un drama. Además de eso, tengo un marido que se pasa las noches fuera esperando que me crea que lo hace por asuntos de trabajo aunque yo haya trabajado con él en los clubes y me conozco el meollo mejor que él. Sólo te he hecho una pregunta muy sencilla respecto al cumpleaños de nuestro hijo porque se me había olvidado que ya no te importamos un comino, ¿no es verdad? Oh, no. A ti sólo te interesa lo que tienes entre manos, noche tras noche, mientras yo me pudro como una puñetera perra en este sitio.
Patrick no quiso interrumpirla, ni discutir con ella hasta que no sacó el tema de los clubes. Ahora estaba tan enfadado como ella. La culpabilidad le estaba carcomiendo y estaba dispuesto a ponerla en su sitio. El ataque era la mejor forma de defensa y su padre le había demostrado que estaba en lo cierto.
– ¿Qué insinúas, Lil? ¿Qué estoy mojando en otro sitio?
Era lo peor que podía decir y lo supo incluso cuando lo estaba diciendo.
Salió disparada de la cama.
– Eres tú el que ha dicho eso, no yo. ¿Qué te pasa? ¿Te está jugando una mala pasada tu conciencia? Me paso el día con tus cuatro hijos y otro coñito está ocupando mi lugar. Sales y entras de la vida de tus hijos como si fueras un jodido fantasma. Lo único que te pido es que estés aquí una noche para el cumpleaños de tu hijo y reaccionas como si te hubiera mandado una cita para el juzgado. Pues bien, qué te den morcilla. Lo haré yo solita, como yo solita lo hago todo últimamente.
Bajo la luz de la lámpara tenía un aspecto demoníaco y Patrick lamentó que la noche se hubiese estropeado y tomara ese rumbo. También se preguntaba si eso no le serviría de excusa para marcharse e irse en busca de la pelirroja. Lil arremetía de nuevo contra él. Su cólera la hacía aún más deseable. Pat sabía que tenía razón para estar molesta con él. Recientemente, no es que hubiese pasado demasiado tiempo en casa, en parte porque se había estado divirtiendo, pero en parte también porque había estado resolviendo multitud de problemas. Su estado le hacía ponerse borde e insolente por cualquier menudencia y, no por primera vez, pensaba sacarle beneficio. Mirándola como si fuese una demente, vio que esa era su oportunidad. Se levantó de la cama y empezó a vestirse. Fingió contener la rabia y la indignación y exageró cada gesto y movimiento.
Era una escena ya muy bien conocida por ambos. Patrick estaba completamente despierto. Tenía otro sitio donde curarse las heridas y reposar sus huesos y su mujer le había dado la perfecta excusa para marcharse. Ahora pensaba curarse las heridas al lado de una pequeña pelirroja con la boca bonita.
– ¿Qué haces?
Era una pregunta que no tenía el más mínimo propósito de responder con sinceridad.
La miró con expresión de sorna y respondió:
– ¿Y tú qué crees, Lil? Dímelo tú, que lo sabes todo.
Se puso los calcetines, metió los pies en los zapatos y continuó empleando el mismo tono.
– Voy a salir de nuevo. Puesto que resulta obvio que no me vas a dejar descansar, regreso de nuevo a la ciudad. Y puede que a lo mejor te dé verdaderos motivos para quejarte.