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Patrick había hecho cosas terribles a lo largo de los años, pero muy pocas personas las conocían. Si en algún momento se hablaba de ellas y le llegaban a sus oídos, podía señalar al culpable en cuestión de segundos. La única manera de mantenerse en primera línea de la partida era estándose calladito.

Dave probablemente era el chivo expiatorio, pues resultaba obvio quién era el cerebro: Dennis. Le había advertido a Dave de lo que sucedería si éste trataba de nuevo de inmiscuirse en sus asuntos, por lo que había llegado el momento de tomar algunas represalias. Antes lo había pasado por alto, en parte por Dave. Incluso después del último incidente, había intentado que no se le subiera a la cabeza.

Bueno, se había acabado eso de ser una persona agradable y considerada con los amigos que ya en muchas ocasiones se habían pasado de la raya. Estaba dispuesto a hacer daño y el primero que padecería su ira iba a ser Dennis Williams. De hecho, lo estaba pidiendo a gritos.

Jimmy Brick era un hombre grande y, como la mayoría de los hombres grandes, estaba acostumbrado a que la gente reaccionara o bien queriéndose enfrentar con él o evitándole para que no les hiciera daño. Aunque Jimmy estaba dispuesto a pelear si hacía falta, prefería casi siempre evitarlo.

Jimmy tenía una enorme cabeza que también era excesivamente larga, el mentón fuerte y anguloso, haciendo juego con unos ojos muy espaciados y unas cejas gruesas y prominentes. Le apodaban Frankenstein. Hasta su madre llegó a mencionar el parecido entre ambos en más de una ocasión. La familia bromeaba diciendo que, cuando su madre lo parió, el tamaño de su cabeza era tal que le causó enormes tormentos y provocó una enorme sorpresa entre las mujeres que asistían al parto. Su abuela, al ver a la criatura que había tardado casi cuarenta y ocho horas en venir al mundo, exclamó:

– ¡Por los clavos de Cristo! Vuelve a meter dentro a ese cabrón tan feo.

La risa que siempre provocaba ese comentario ya no hería tanto como se esperaba. Jimmy era comprensivo; su aspecto físico jamás sería su punto fuerte. Él había visto fotografías suyas de cuando era un niño y tenía que admitir que su abuela estaba en lo cierto.

Había sido un niño muy feo y la adolescencia tampoco fue benévola con él. Tenía un acné exagerado que, junto con sus espesas cejas y su boca descolgada, le proporcionaron un aire de cierta tranquilidad. Finalmente, se había convertido en el favorito de su abuela, que fue quien le ayudó a aceptar su apariencia diciéndole que tenía dos opciones: esconderse o aceptar las miradas de la gente y recordar que no podía hacer nada al respecto. Era un tío muy feo y nada iba a cambiar eso. Por muy duro que fuese, estaba orgulloso de su abuela y de su sentido común. Había aprendido a vivir consigo mismo y sabía que muchas de las personas consideradas como bellezas nunca lo habían logrado. La belleza, al menos eso es lo que siempre le había dicho su abuela, era una maldición. Él, al menos, tendría la oportunidad de saber que lo amarían por ser él mismo. Nadie le había querido de momento, pero estaba seguro de que si lo encontraba y tenía unas cuantas libras, todo llegaría. Las mujeres ansiaban una bonita casa y una vida fácil. Sólo esperaba que sus hijos no salieran con la cabeza tan grande y causaran a la mujer con la que se casase tanto dolor como él le había provocado a su madre. La pobre seguía quejándose todavía de eso después de tantos años. Jimmy se sonrió al pensarlo. Tenía un carácter agradable que le hacía estar en buenos términos con las personas que se molestaban en conocerle, ya que sus rasgos echaban para atrás a la mayoría de la gente.

Jimmy Brick era un buen tío y él lo sabía mejor que nadie. Se sentía satisfecho de eso y disfrutaba de la vida y de su trabajo. A menudo se preguntaba: ¿cuántas personas podían decir lo mismo?

Cuando Jimmy entró en la oficina de Patrick Brodie sonreía. Pat devolvió la sonrisa al hombre que apreciaba verdaderamente y por el que sentía verdadera lástima. Era un tío muy feo y decir eso no era un insulto, sino constatar un hecho.

– ¿Qué pasa, amigo?

Patrick asintió y dijo sin rodeos:

– Siéntate, colega. Tengo una proposición que hacerte, Jimmy, y quiero una respuesta lo antes posible, ¿de acuerdo?

Jimmy asintió también y se sentó. Patrick observó la forma en que se remangaba los pantalones para no arrugarlos demasiado. Era tan quisquilloso con la ropa que resultaba triste mirarle. Como había comentado Lil en cierta ocasión, Jimmy tenía el aspecto de ser el eslabón perdido. En ese momento, Pat se rió, pero luego, con el paso del tiempo y cuanto más miraba al muchacho, más comprendía lo que había querido decir. Jimmy Brick era como un enorme orangután vestido con un traje caro. Era un tío encantador, decente, pero con un aspecto que resultaba perturbador por mucho que se le conociese.

– ¿Qué puedo hacer por usted, señor Brodie? -preguntó con una voz sonora y profunda, lo único seductor que Jimmy poseía.

A Patrick le encantaba la forma en que se dirigía a él cuando se trataba de asuntos de trabajo. Era otra de las muchas cualidades que le gustaban de Jimmy. Jimmy separaba el trabajo de su vida privada, cosa que también hacía él. Era algo imprescindible y necesario en su mundo.

– Jimmy, quiero ofrecerte algo importante, verdaderamente importante. Buen dinero y mucho trabajo. ¿Qué te parece?

A Patrick le agradó ver al muchacho ponerse rojo de orgullo y eso le reafirmó en que había escogido a la persona adecuada para ese trabajo.

Jimmy se quedó con las manos abiertas, pero no acertaba a encontrar las palabras necesarias para decir que aceptaba su proposición. Su cara, no obstante, lo decía todo.

Patrick sirvió un par de whiskys y, poniendo uno de los vasos en la mano de Jimmy, dijo:

– ¡Por muchos años, colega!

Jimmy brindó con todo el placer del mundo y casi rompe los vasos del golpe, recordándole a los dos la enorme fuerza que tenía. Luego dijo tímidamente:

– No sé qué decir, señor Brodie. Para mí es todo un honor trabajar con una persona como usted.

Era un halago, un tanto empalagoso, pero le salía del corazón. Patrick Brodie negó con la cabeza y dijo en voz baja:

– ¡Basta ya de pamplinas! Cualquiera que nos oyera diría que somos un par de mariconas.

Jimmy Brick estalló en carcajadas. La cabeza se le fue hacia atrás de lo expresiva y sonora que era su risa. A Patrick le gustó su sonido. Jimmy iba a convertirse en alguien esencial, de eso estaba seguro.

– Tenemos nuestra primera misión esta misma noche. Le vamos a dar a Dennis Williams el susto de su vida.

– ¿Cojo mi caja de herramientas? Patrick sonrió y dijo alegremente:

– ¿Tú qué crees?

Dennis Williams se creía tan importante que no esperaba que Patrick Brodie fuese a buscarlo personalmente. Era algo que no había imaginado bajo ninguna perspectiva, ni tan siquiera lo había considerado remotamente posible. Por esa razón, cuando Patrick Brodie se echó encima de él y sus hermanos en su propio territorio y en su propio local, se quedó más que anonadado.

Patrick cruzó las pesadas puertas de madera del Mill House en Dagenham como un ángel vengador. Era sábado por la noche y se encontraba atestado de familias. Los niños corrían de un lado para otro llevando sus mejores trajes y jugando a las prendas, mientras esperaban que la banda tocase Pennies from Heaven. Ése era el momento álgido de la noche, cuando los adultos arrojaban el dinero suelto que tenían a la sala de baile y los niños se arremolinaban entre sí, tratando de coger todo el dinero posible. Entonces comenzaba la discoteca, las luces se apagaban y los padres sentían que, por fin, la noche había comenzado mientras los niños salían y charlaban con otros niños.