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Jimmy era un hombre joven que necesitaba ser guiado, que alguien lo controlase. Brodie sería esa persona, sería quien cuidase de él, y no sólo como alguien esencial para sus negocios, sino también como alguien a quien podía moldear y convertirlo en el segundo al mando. Pat Brodie tenía que dirigir un negocio y necesitaba de algún chiflado, pero esta vez contaba con la ventaja de tener a alguien que le agradaba y respetaba. El muchacho disponía de potencial y de cojones para ello, los dos ingredientes principales para esa clase de vida.

Jimmy quitó de en medio a Dennis con una violencia innecesaria y deliberada que, aunque estuvo sumamente controlada, le hizo disfrutar enormemente. Pat se había sentido impresionado e incluso molesto, pero resultaba imprescindible. Desde ese momento, Jimmy Brick era sinónimo de odio, desdén y terror. Su reputación evitaría los problemas antes incluso de que comenzasen, ya que a nadie le apetecería meterse con un tarado como Jimmy. Los que lo hicieran no tardarían en darse cuenta del error que habían cometido. Era como un cáncer; más tarde o más temprano acabaría contigo. Era como una garantía de tranquilidad, ya que ahora que había comenzado su reinado sólo un loco se atrevería a ponerse de por medio.

Patrick estaba interesado en tipos como Jimmy Brick porque podrían reportarles beneficios, llegando incluso a cumplir una condena por él. Mientras que no pudieran demostrar que había sido él quien había ordenado que dieran una paliza o asesinaran a alguien, nadie vendría a llamar a su puerta. Así de simple. Jimmy era un buen tío, pero también su chivo expiatorio si todo salía mal. Jimmy Brick se había convertido en el nuevo Dave Williams. Por supuesto, no le mencionó nada de eso, pues era demasiado astuto para cometer semejante estupidez.

Sonriendo se sirvió un brandy bien largo, le dio un sorbo y miró a través de la sucia ventana a las personas que se encaminaban a sus menesteres diarios en el Soho.

Estaba satisfecho de sí mismo, contento con la vida y alegre con lo que ésta pudiera depararle en el futuro. Sabía que contratar a Jimmy había sido una argucia muy astuta por su parte, por eso estaba contento de poderse relajar y esperar que él le trajera el dinero y la tranquilidad de espíritu. Había sido el cabecilla durante demasiado tiempo, era hora de sentarse en el asiento trasero y dejar que otro ocupase ese lugar. Podía relajarse y hacer acto de presencia cuando fuese imprescindible. La gente no tenía ni idea de la batalla diaria que había que librar, ni de lo que costaba mantenerse en la cima. El Soho era un lugar donde se hacían y se perdían fortunas con tan sólo darle una vuelta a una carta, o con las habladurías de un empleado agresivo. Era un lugar donde podía prescindirse perfectamente de las personas y donde la vida carecía de consecuencias reales.

«Eres lo que matas», le dijo el hombre al que le disparó hace muchos años en aquel lugar. Brodie sabía que fue una lección bien aprendida por parte de los dos.

Miró de nuevo por la ventana, disfrutando de las vistas y de los sonidos que siempre le rodearon. Aquel era su segundo hogar y, cuando no estaba Lil, el único lugar donde se sentía verdaderamente cómodo.

En el Soho no había nada que fuese realmente legítimo, ni nadie admitía nada de por vida. Hasta los nombres de las personas eran de mentira, como todo aquel lugar, que no dejaba de ser una completa farsa, más incluso que las representadas en los teatros de los alrededores. Las historias que representaban para sus audiencias noche tras noche no tenían ni punto de comparación con las historias reales que tenían lugar en las calles.

Brodie suspiró y se asombró de cómo se veía a sí mismo, alguien que sólo podía ver ese lugar como algo distinto de un pozo negro. El Soho destruía a las personas constantemente, especialmente a las mujeres. Su renovación era inaudita si se comparaba con otros lugares donde se negociaba con la carne y la pornografía, como por ejemplo Shepherds Market. Allí es donde las chicas del Soho solían terminar sus días, o en Notting Hill, y, en el peor de los casos, es decir, para las enfermas, las apaleadas y las que tenían cicatrices, en los muelles. Como hombre que era, eso no le afectaba lo más mínimo, por lo que podía mirar para otro lado. Ignoró el precio que pagaban las mujeres para que él pudiese fumarse los puros más caros y recibir palmaditas en la espalda por el éxito que había logrado. Ese era el secreto del Soho y de sus clientes. Mientras mantuvieras a tus subalternos a cierta distancia y no hicieras demasiado hincapié en el precio que pagarían los clientes, podías relajarte, relajarte y disfrutar de los trofeos de una guerra que jamás se había declarado contra las desprevenidas chicas que consideraban el Soho como una especie de refugio. Al principio, las chicas podían escabullirse, nadie las descubriría si mantenían en secreto su identidad, Sin embargo, era como un círculo vicioso y, como tal, no tenía ni principio, ni fin. El buen trabajo que habían conseguido, la independencia que consideraban tan importante, se transformaban y se convertían en lo peor que podía haberles sucedido. Era una vida muy seductora para las jóvenes liberadas. Parecía glamorosa y excitante, dinero abundante para comprar cosas, dinero que se ganaba y se gastaba fácilmente porque siempre iba a estar allí al día siguiente, y al otro, y así sucesivamente, hasta que los años pasaban y se veían metidas en un círculo vicioso que se llamaba prostitución. Cada año los clientes tenían menos pasta y ellas menos expectativas. Al final terminaban en la calle, pidiendo dinero para pasarse el día colgadas y así poder olvidar en qué habían convertido sus vidas.

Era un juego peligroso que proporcionaba muchas ganancias, pero no para las mujeres, por supuesto.

Los únicos ganadores eran los hombres como él, los hombres que utilizaban a las mujeres que se encontraban a diario y que se las quitaban de encima cuando dejaban de necesitarlas. Con el paso de los años, la mayor parte de las chicas se habían transformado para él en animales. No tenía sentimientos reales para ellas. ¿Cómo podría tenerlos si ni siquiera ellas los tenían para sí mismas?

No pensaba demasiado en su trabajo, especialmente porque en los últimos días se sentía un tanto apático y muy seguro de sí mismo. Sólo se preocupaba de su familia; todo lo demás le parecían daños colaterales, tan sólo eso.

Miró a través de la ventana. La caída de la tarde era su hora predilecta en el Soho, pues las calles estaban repletas de gente esperando pasar un buen rato, gente que no sabían, o no les preocupaba, cómo iba a terminar aquella noche. Al llegar la noche se abrían todos los locales, la esencia de las noches del Soho, la razón por la que las personas se congregaban allí noche tras noche. Era una combinación de jóvenes, estúpidos, usados y usuarios. Luego, por supuesto, estaba la gente como él, sin los cuales ninguno de ellos podía comerciar con su mercancía. Pensaran lo que pensaran de él y de sus homólogos, constituían el ingrediente básico del Soho, ya que eran los encargados de mantener el lugar en funcionamiento, los que mantenían la mística que tanto atraía a los clientes y juerguistas.

A todo el mundo le encantaban los mandamases, los delincuentes, y todos querían asociarse con ese glamour que proporcionaba la delincuencia. Los ricos y famosos eran atraídos por personas como él, como la llama de una vela atrae a las polillas. Así era cómo funcionaban las cosas y él estaba dispuesto a exprimirlas al máximo. ¿Qué más podía hacer?

Ésa era una de las razones por las que necesitaba a Jimmy Brick. Los clubes solían ser frecuentados por personas importantes con nombres conocidos. Se habían convertido en el sitio de reunión de los ricos y guapos que pagaban más que suficiente por su protección, además de que eran dueños de tanta inmundicia que podían garantizar a los clientes más exóticos un pase libre y absoluta tranquilidad. Ahora tenía que resolver la última pieza del rompecabezas; una vez que lo hubiera hecho podía relajarse con los mejores.