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El olor de la comida china mezclada con la pasta era repugnante y las mujeres de piel grisácea que parecían salir sólo de noche tenían un aspecto siniestro. El maquillaje que llevaban, así como los atuendos baratos que vestían, le mostraron repentinamente lo falso que era el mundo en el que había vivido.

El Soho era todo espectáculo, pero si se raspaba la superficie te dabas cuenta de que estaba construido de mentiras y pretensiones. Él había sido parte de esa pretensión y ahora se veía obligado a mantenerse al margen. Era una lección cruel, una lección que no olvidaría jamás en la vida.

Ya nadie se percataba de su existencia. Ya nadie le saludaba, ni le recibían con los gritos joviales a los que tanto estaba acostumbrado. Vio incluso que algunos se escabullían deliberadamente de él, como si padeciese alguna enfermedad, aunque, de alguna manera, así era. Ahora era un intruso, y ése era el peor sentimiento que había experimentado en la vida.

Cuando entró en el ambiente cálido del club, ya no le quedaban ilusiones acerca del estatus que ocuparía dentro de esa comunidad de la que un día fue el líder.

La encargada del club, Lynda Marks, le miró de arriba abajo con obvio desdén antes de decirle:

– Le avisaré de que has llegado, si no te importa.

Su comportamiento le mostró lo bajo que había caído y eso le dolió donde más daño le hacía.

Si una cabaretera creía que podía hablarte de cualquier manera, entonces es que habías caído todo lo bajo que se puede caer.

Sabía, sin embargo, que tenía que aceptar cualquier cosa que le dijesen, pues había sido él quien lo había echado rodo a perder.

Pasarían años antes de que fuese aceptado de nuevo en los niveles más bajos de ese mundo que había considerado suyo y muchos más para que confiaran en él. Tenía que hacerle comprender a Patrick Brodie que se presentaba ante él con el sombrero en la mano y con toda la humillación del mundo, con la esperanza de poder sacar algo de todo aquel descalabro. Al menos una forma de vivir para él y sus hermanos. Necesitaba también averiguar si Dennis estaba muerto o vivo, y si quedaba algo de él que pudiera enterrarse o si le tendría que decir a su madre que no había restos sobre los que llorar. Mientras esperaba a que le concedieran audiencia, sudaba por los nervios y la boca se le quedó seca por el miedo.

– Mira ese par de luciérnagas.

La voz de Annie sonó dulce, como solía suceder en esos últimos días, y todo se debía a sus dos nietas gemelas, ellas eran la causa de todo.

– Son encantadoras, ¿verdad, mamá? Espero que ésta sea niña y con eso se acabó. -Lil puso la mano por debajo de su barriga y se la levantó cuidadosamente; era la más grande que había tenido nunca, por eso asumió que bien llevaba un niño o bien otro par de gemelas.

Ella, sin embargo, deseaba otra niña. Le gustaban las gemelas y, desde el nacimiento de Lance, le aterraba tener otro hijo, otro muchacho al que no pudiera querer.

Las gemelas estaban echadas una al lado de la otra, hablando en su propia lengua. Resultaba fascinante mirarlas. Eran como dos gotas de agua y, a menos que las conocieras muy bien, no había forma de distinguirlas. El amor obvio de su madre por ellas había terminado por ablandar hasta su duro corazón y su relación se había vuelto más fácil por esa razón, más de lo que había sido en mucho tiempo. Annie estaba siempre tratando de facilitar las cosas y la ayudaba, cosa que Lil apreciaba. Mientras miraba su atestado salón, notó el cansancio y la excitación que le provocaba el nuevo bebé.

Sólo esperaba que Patrick estuviera cuando llegase el momento de nacer. Siempre le estaba preguntando cómo se encontraba y aseguraba que podía averiguar el sexo del bebé haciéndole a ella preguntas y tocándole la barriga. Era como la mayoría de los hombres a ese respecto. No tenía ni la más mínima idea de lo que significaba llevar un bebé en tu cuerpo durante nueve meses, pero sin embargo se consideraba un experto. Ella era la que paría y él quien se llevaba la gloria. Como su madre decía, los hombres eran tan útiles como una chocolatera cuando una mujer estaba embarazada. Estaba de acuerdo con eso; por una vez en la vida le daba la razón.

Annie había sido últimamente como un ángel caído del cielo, ya que le había ayudado con la fiesta, las gemelas y con Patrick, que se pasaba el día perdido. Su cuerpo se estaba rebelando contra este bebé por alguna razón, así que estaba deseando parirlo de una vez y luego echarle un vistazo. Sólo una niña podía ser la causa de esas terribles e incómodas noches, además de la razón de su constante dolor de espalda y deseos de ponerse a llorar. Jamás antes se había sentido ni tan animada, ni tan desanimada mientras estaba embarazada.

Lance cogió en brazos a Eileen y la llevó hasta su cama. Lil sonrió ligeramente. Era muy bueno con sus hermanas, especialmente con Eiléen. Ese sentimiento tan extraño que experimentaba cuando él estaba cerca debía de proceder de ella, debía de ser su culpa. Lance trataba por todos los medios ganarse su amor, pero sabía que, independientemente de todo lo que hiciera para demostrárselo, él sabría en el fondo de su corazón que sólo disimulaba.

Eran las ocho y el club estaba casi vacío, excepto por algunos chicos de ciudad que les apetecía una copa, echar un vistazo a las strippers y un poco de juerga antes de irse a casa con sus mujeres. Cuando por fin condujeron a Dave hasta la oficina de Patrick, éste estaba a punto de llorar de lo nervioso que se encontraba.

Patrick estaba sentado en su mesa tomando un brandy; eso era una buena señal. También fumaba uno de sus puros, lo cual era otra buena señal. A Patrick le encantaban los habanos, todo el mundo lo sabía, pero siempre los fumaba en el club, jamás en casa.

Dave sonrió tembloroso y vio la pena en los ojos de Pat. En pocos meses se había distanciado enormemente de él y pudo percibirlo, especialmente ahora que había conseguido tener una cita con el hombre que no sólo le había arrebatado la vida a su hermano, sino el que le había proporcionado todas las cosas buenas, tanto a él como a sus hermanos, durante muchos años.

Pat le sonrió con tristeza.

– ¿Qué bebes, Dave?

Aceptó su oferta con excesivo entusiasmo y excesivo alivio. Resultaba engorroso mirarlo y Dave supo que eso haría más insoportable su humillación. Si ése era el tono que iban a adquirir las cosas, no estaba seguro de poder soportarlo.

Patrick lamentaba el apuro en que se encontraba su amigo. A él siempre le había caído bien el muchacho. No tenía ni la mitad tic cerebro, ni la mitad de agallas que su hermano mayor, pero poseía el suficiente coraje como para que Pat pensara que quizá valía la pena concederle una segunda oportunidad por respeto a su hermano muerto, Dicky. Lo había dejado participar sólo por su hermano y había cometido un error. Ahora estaba pagando por ello; todos lo estaban haciendo.

Le pasó la copa al muchacho y, en ese momento, Jimmy Brick entró en la pequeña oficina. El joven Dave se puso blanco al verle. Hasta los labios se le pusieron pálidos.

Eso molestó a Patrick. Dave debería haber esperado algo parecido, ya que él no iba a evitar el encuentro entre esos dos durante meses o años, ¿no es así? El mismo hecho de no haberlo esperado era otra razón para considerarlo un capullo, una pérdida de tiempo. Dave debería haber preparado su discurso, sus sinceras disculpas, debería haber comprendido lo importante que es la economía del lenguaje. Y, sin embargo, allí estaba, de pie, como un pasmarote.

Patrick miró a Dave e intentó transmitirle el mensaje con un discreto movimiento de cabeza, esperando que el muchacho reaccionara como se esperaba de él. O estaba dispuesto a luchar como un cabrón y mantenía su postura con respecto a la muerte de su hermano, o bien se lo guardaba y quedaba para siempre como un capullo, como un don nadie.