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Se sintió mortificada porque sabía que era su culpa que la gente pensase de ese modo, ya que, en realidad, no tenía el más mínimo interés en lo que hiciera o no hiciera el muchacho. No le costó ningún trabajo creer lo que la mujer le había contado y pensó que quizá debiera «justificar» su conducta, pedir disculpas en su nombre o intentar «defenderle», pero no tenía ni la más mínima intención de hacer semejante cosa. Por el contrario, se levantó del sofá y gritó el nombre de su hijo con todas sus fuerzas.

Los niños se habían encerrado en sus habitaciones cuando oyeron que le gritaba a su madre, y cuando lo oyó bajar por las escaleras, notó que la cólera y la humillación le subían hasta la cabeza. El bebé que llevaba dentro se movía sin parar y ella ya empezaba a tener dificultades para mantenerse en pie.

Pat Junior y las niñas estaban en el vestíbulo y Lance detrás de ellos, con los ojos abiertos y un aire de inocencia que jamás había tenido. Era un demonio disfrazado de niño y ella se lanzó contra él a una velocidad que sólo podía deberse a la pesadez de su cuerpo. Lo único que quería es herirle para que se diera cuenta de lo que él le hacía a otros, hacerle sentir las mismas emociones que a sus víctimas.

Lance intentó escaparse, pero ella le cogió por el tobillo cuando intentaba subir las escaleras. Lo arrastró de las piernas mientras el niño chillaba desgarradoramente, pero ella lo ignoró. Lo empujó dentro de la habitación y lo tiró al suelo. Lance yacía allí, jadeando de miedo. Percibió el terror en su mirada mientras ella le chillaba completamente histérica. Su madre intentó calmarla, pero ella le cogió por la parte delantera de su chaqueta y le empujó sacándola hasta el vestíbulo, casi cayéndose ella misma del empujón. Los niños la miraban como si se hubiese vuelto loca repentinamente, pero ella no se sentía como tal, sino como alguien que ha despertado de un mal sueño. Se sentía liberada por fin.

La voz de Annie trataba de sosegarla, pero provocaba todo lo contrario, pues su voz le carcomía por dentro como un cáncer que estuviese a punto de estallar.

– Lil, cálmate. Él no haría una cosa así. Es un puñetero, pero no creo que sea capaz de hacer una cosa así. Ellas se metieron con él…

Lil agitó la cabeza desesperada. Se llevó las manos a sus amplias caderas y dijo con decisión y sumo desprecio:

– Madre, quieres cerrar tu jodida boca de una vez. El puede matar a todos los vecinos que hay a un kilómetro a la redonda con un hacha y tú acabarías diciendo que ellos se lo merecían, que le han hecho algo al pobrecito niño éste.

– ¿Entonces le das más crédito a su palabra que a la mía?

Lil vio el rostro dolorido de su madre, las arrugas que le hacían parecer mayor de lo que era y sintió lástima por ella. Annie era un caso perdido en lo que respecta a Lance; era como si viese otro niño distinto a todo el mundo. Se dio cuenta de que era inútil hablar con ella, con esa mujer que jamás le había gustado, a pesar de que, por momentos, creía necesitarla.

– Llévate a los niños arriba y no bajes bajo ningún pretexto hasta que yo te lo diga.

Annie estaba sumamente conmovida por el muchacho al que ella consideraba perfecto.

– Abuela Annie -gritaba Lance-. No me dejes con ella solo.

A pesar de que apenas podía respirar por los sollozos, a pesar de que las lágrimas le corrían por la cara, por esa cara tan agraciada que se parecía tanto a la de su padre, Lil no pudo encontrar una razón en su interior para sentir la más mínima piedad por él.

El muchacho trató de salir de la habitación, de escapar de sus manos, pero ella le agarró por el pelo y lo arrastró otra vez dentro. Luego dio un portazo para cerrar la puerta, se desembarazó de los brazos que ahora trataban por todos los medios de aferrarse a su cintura y le abofeteó con todas sus fuerzas.

Le dio un bofetón, uno tras otro, muy bien dados y muy bien repartidos. El muchacho se enroscó en el suelo, pero ella lo cogió de nuevo por el pelo, lo enderezó y empezó a propinarle una paliza de espanto. El niño sangraba y ella pudo sentir cómo temblaba de miedo, cosa que la enfureció aún más. No había duda, había llegado el momento de darle una lección que no olvidase en su vida.

Se oyó a sí misma gritando de rabia, pero con la cólera no podía ni entender sus propias palabras:

– Maldito cabrón, jodido chulo de mierda… Lil repetía las mismas palabras una y otra vez mientras Janie contemplaba la escena sobrecogida, ya que, como diría después, Lance seguía negando los hechos incluso después de que su madre le hubiera abierto una ceja. Ella le contó a la gente en voz baja que Lil se había transformado en una maniaca capaz de haber acabado con cualquier hombre; y añadió que Lil Brodie era una mujer decente, que no dudó ni un momento en darle una lección a ese pequeño cabrón para enseñarle cómo debía comportarse. Dijo que le había hecho pagar a Lance el daño que le había hecho a su hija con creces. Sin darse cuenta y sin pretenderlo, Janie, con sus comentarios, hizo que la reputación de Lil como mujer de armas tomar quedase patente para siempre.

Lil lloraba, lloraba de desesperación y desengaño. Le corrían los mocos por la nariz mientras estaba inclinada encima del muchacho, con la rodilla puesta encima de su cráneo, dispuesta a aplastárselo y con el puño cerrado:

– Entérate de una cosa, mocoso. La próxima vez que te pases de la raya, te voy a dar una paliza que ésta te va a parecer sólo un aperitivo. ¿Te vas enterando, jodido cabrón de mierda?

Lance miró a la mujer que odiaba y quería en igual cantidad y, con lágrimas en los ojos, dijo:

– Mamá, no he sido yo, fue Patrick. Te lo juro… te lo juro por lo que más quieras…

Lance persistía en contarle mentiras, intentaba todavía eludir la culpa. No tenía ni pizca de vergüenza, ni de orgullo en su interior. Lil le cogió de la cabeza y se la acercó a su cara con tanta fuerza que sus dientes chocaron entre sí con tal fuerza que hasta Janie Callahan dio un respingo. Lance pudo sentir de nuevo su aliento en la cara mientras le gritaba:

– Eres un mentiroso, un jodido mentiroso que no sabes hacer otra cosa que decir embustes. Dime la verdad. Como no me la digas, te juro que acabo contigo.

Le miraba a los ojos y Lance se dio cuenta de que era capaz de cumplir con lo que decía. Lil vio cómo Lance cerraba sus pestañas como si fuesen dos persianas y se dio cuenta de que iba muy mal encaminado. Saberlo le deprimía tanto como le preocupaba. Era un niño muy extraño y eso ahora había quedado más que patente ante ella misma y ante Janie Callahan. Sus miedos y sus resquemores por el muchacho se desvanecieron para siempre.

– He sido yo, mamá. Lo siento de verdad, pero es que me estaba mirando… Se cree mejor que nosotros.

La voz gangosa de Lance, y sus constantes mentiras, terminaron por vencerle. ¿Qué bicho había engendrado? ¿De dónde había salido ese niño? Lil lo empujó, como si le desagradase hasta su tacto. Luego, apoyándose en el brazo del sofá, se levantó con dificultad. Janie, al verla, se levantó rápidamente y se acercó para ayudarla. Había guardado silencio mientras Lil tomaba cartas en el asunto. De haberlo sabido, habría dado dinero antes de poner en conocimiento de Lil las trastadas de su hijo. Sin embargo, se sintió aliviada de saber que sus hijos estarían a salvo de ese niño que tenía cara de ángel pero la lengua de un camionero.

Lance estaba dolorido y sangraba, pero Janie no sintió ni el más mínimo remordimiento por lo que le había sucedido. Al igual que su madre, sólo sentía desagrado y alivio de que por fin rubiera recibido su merecido. Había disfrutado viéndolo retorcerse en el suelo de dolor y ella misma se sorprendió de que un niño pudiera engendrar un sentimiento semejante en ella.

– Quítate de mi vista -le dijo Lil.