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El chico se levantó por sus propios pies, lentamente. Lil se dio cuenta de que se había pasado, que le había hecho verdadero daño, pero no le preocupó en absoluto. Había algo venenoso en la naturaleza de Lance y ella estaba dispuesta a sacárselo aunque ello le costase la vida.

Cuando Lance salió de la habitación Lil suspiró, encendió un cigarrillo y le dio una profunda chupada. Echó el humo de golpe y luego dijo con tristeza:

– Lo siento mucho, Janie. No sabía nada de lo ocurrido. ¿Se encuentra bien la niña?

Janie asintió. Cogió el cigarrillo que le ofrecía, lo encendió y dijo:

– Podría haberla matado, Lil, por eso vine aquí. Yo no quiero problemas, tú lo sabes. Pero mis hijos están aterrorizados con él. No hay ni un solo día que no les haga algo…

Había comenzado a llorar. La amabilidad y simpatía con la que la trataba Lil la hicieron estallar.

– ¿Y dónde estaba mi hijo Pat mientras tanto? -preguntó.

De repente sintió miedo de que su Pat estuviera involucrado en el asunto.

Janie se encogió de hombros y se secó los ojos con un pañuelo mugriento. Los dedos amarillentos por la nicotina denotaban en qué estado de nervios se encontraba. Al mirarla y verla con el cigarrillo bailando en los labios, el rostro hinchado y churreteado por las lágrimas, Lil se vio a sí misma si no tenía cuidado. Lance era capaz de convertirla en la ruina de mujer que tenía delante de sus ojos, pero ella estaba decidida a que eso no sucediese.

– Estoy segura de que habría hecho algo para impedirlo. Él es un buen muchacho, Lil, de eso puedes estar segura.

Las palabras de Janie fueron como un bálsamo para Lil, que suspiró de nuevo, aunque más profundamente, antes de levantar de nuevo el tono de su voz y decir:

– Ni se te ocurra subir a su habitación, madre…

Janie se levantó de la silla y, cuando salió del salón, pudo oír de nuevo como empezaba a discutir de nuevo con Annie Diamond en tono poco amistoso.

Janie miró a su alrededor y vio la bonita casa en la que vivía Lance y se preguntó cómo un niño que lo tenía todo podía ir tan mal encaminado. La moqueta era nueva y llegaba hasta todas las esquinas, el mobiliario caro y cómodo, y hasta los ceniceros eran de cristales de colores y con forma de grandes peces. Tenían una televisión en color en uno de los rincones y las ventanas adornadas con cortinas de terciopelo. Era una casa parecida a las que se ven en las revistas o en los escaparates. Sin embargo, no se cambiaría por Lil por todo el dinero del mundo.

– Mamá, deja que sufra un rato -sentenció Lil.

Annie estaba nerviosa y muy decepcionada. Lil estaba sorprendida de sus sentimientos por ese niño, máxime porque ella jamás había mostrado ni el más mínimo ápice de afecto por ella cuando era una niña. No Navidades, no cumpleaños, nada de nada; como si ella no hubiera existido. Ahora, sin embargo, estaba dispuesta a discutir con ella por un mocoso que había arrojado a una niña de seis años de un autobús andando. Cuando la empujó con no demasiada suavidad para que bajara las escaleras le dijo:

– Anda, mamá, vete a casa de una jodida vez y déjame resolver a mí este asunto.

Annie estaba a su lado y respondió:

– No le vas a decir nada a Patrick, ¿verdad?

Elevó el tono a causa del miedo y Lil vio que temblaba de emoción. ¡Qué extraño! Ella siempre pensó que eso era algo que su madre no podía sentir.

– Por supuesto que sí. Ese niño necesita que le den una lección de una vez por todas y me voy a asegurar de que así sea.

Annie sacudía la cabeza como un perro mojado y luego chilló:

– Sólo es un chiquillo y todos los niños hacen cosas malas. Lil, por favor, no le digas nada a Patrick, lo mataría. Tú ya le has pegado bastante, pero Patrick no sabe controlar su fuerza.

– Vete a casa, mamá. Déjame en paz, a mí y a mi familia. Mientras hablamos de Pat, pierdes el tiempo, ya que probablemente dirá que es culpa tuya y más valdría que pusieras pies en polvorosa antes de que él te eche de una vez por todas.

Lil subió las escaleras y se asomó a la habitación de Lance. Estaba tendido en la cama, llorando y solo, lo que le recordó lo pequeño que era. Sin embargo, su mirada de súplica no logró conmoverla lo más mínimo. Le miraba con sus grandes ojos azules y Lil pudo percibir tal malicia en ellos que se estremeció. Se veía que era un cabrón vengativo y rencoroso y se preguntó de dónde habría salido un ser semejante. Tenía que ser de su madre, ¿de quién si no? Annie era una mujer fría, Lil lo sabía de sobra, así que decidió poner un límite al tiempo que pasasen juntos.

Cuando diera luz a ese nuevo bebé, pensaba coger de nuevo las riendas de su reino y pensaba vigilarlo tan de cerca como un halcón. No quería volver a escuchar una historia semejante. Estaba decidida a enseñarle a Lance que todos los actos tienen sus consecuencias.

Cerró la puerta de la habitación de Lance y lo dejó allí, lloriqueando. Luego entró en la habitación de Pat, donde vio a las gemelas sentadas en la cama, con los ojos muy abiertos y las manos unidas mientras Pat les contaba un cuento.

– ¿Se encuentra bien, mamá?

Lil afirmó con la cabeza. Se sintió incapaz de ponerse a hablar con un muchacho que estaba preocupado por su hermano a pesar de que sabía que la mayoría de sus problemas se los buscaba él mismo, a pesar incluso de que su vida sería mucho más fácil si no tuviera que estar todo el tiempo cuidando de él. La lealtad de Pat Junior era sorprendente, sobre todo pensando en quién la estaba malgastando.

Resultaba evidente que sus hijos se habían asustado al verla tan enfadada. Su miedo se podía palpar en el silencio que reinaba en la habitación y en que las dos gemelas no habían corrido a abrazarla nada más verla. Estaban allí, los tres, mirándola fijamente, como si fuese una extraña en la niebla.

Bajó las escaleras y preparó una taza de té para Janie y para ella; aquel día nació una amistad entre las dos mujeres que duraría toda la vida.

Si Lance había hecho algo bueno en su corta vida, fue eso: convertir a esas dos mujeres en amigas.

Cain miró con suma cautela mientras Patrick le rodeó sosteniendo una pata de una silla en las manos que había cogido de un rincón sucio de la oficina. Cain había recibido la paliza de su vida, pero la había soportado con dignidad. De hecho, hasta Patrick y sus compinches estaban impresionados. El lugar estaba hecho un estropicio, pero Cain lo estaba asumiendo como un hombre, lo que le colocó en una buena posición ante sus protagonistas. Todos estaban sorprendidos de que se hubiera defendido con tanta ferocidad después de haber tomado tantas drogas.

Cain estaba sentado, mirándolos a través de sus ojos hinchados y esperando el siguiente asalto, que no tardaría mucho en venir. El peso del arma que Patrick llevaba en la mano resultaba evidente por la forma en que lo sostenía. Era de madera maciza y los bordes puntiagudos podían hacer mucho daño en la cabeza y los huesos. No obstante, y aunque sabía que estaba en inferioridad de condiciones, se sintió todavía lo suficientemente fuerte como para soportar una larga noche. Tenía la adrenalina subida y no sabía con certeza qué estaba pasando; de hecho, no sabía por qué Brodie estaba allí. Cain era incapaz de funcionar correctamente, ni tan siquiera podía recordar de qué iba el asunto.

La ketamina le estaba pegando de nuevo y notó cómo el sudor le cubría todo el cuerpo. Podía olería, sentir ese olor rancio que, hasta que no se convirtió en un consumidor, siempre le resultó repulsivo. La boca le sabía a sangre y el cóctel de drogas que se había metido en el cuerpo le hacía sentir invencible. Una vez más pensó que lograría salir de la habitación. La ketamina, un poderoso tranquilizante para los caballos, le corría por las venas y, combinada con las anfetaminas que había tomado en las ochos últimas horas, le hacían sentirse confundido. El sudor le corría por la cara y la vista se le empezaba a nublar. Pudo ver que los hombres le miraban, pialo ver sus rasgos como si los viera a través de agua. Hablaban entre sí, hablaban de él, pero no pudo entender lo que decían.