Lil no estaba de humor para aguantarla aquella noche y, aunque escuchaba educadamente las quejas de ella por parte de las chicas, no estaba dispuesta a dejarse preocupar más de lo debido. Cuando vio que Ivana se le acercaba se dio cuenta de que le esperaban otros veinte minutos de insinuaciones y comentarios, de frasecitas como que «Lil no sabía en realidad lo que hacía», «si escuchase un poco a lo mejor aprendía algo que merecía la pena». La chica era una puta y todo lo que hablaba lo decía por boca de la experiencia. Tenía la mirada dura y fría de una mujer que había pasado por muchas manos en muy poco tiempo. Lil no estaba interesada en mantener con ella ningún tipo de conversación.
– ¿Qué te pasa ahora, Ivana? ¿Te llega ya tu gordo culo al suelo o es que los clientes no son suficientemente altos? -le dijo Lil tratando de parecer lo más grosera posible.
Ivana abrió los brazos en señal de impotencia. Su delgado cuerpo estaba embutido en un corpiño color crema y una minifalda de cuero negra. Tenía muy bien arreglado el pelo y su maquillaje era perfecto.
Lil tenía que admitir que la chavala era encantadora, quizá demasiado para ese club. Debería estar en otro lugar, haciendo una fortuna y viajando por el mundo para acostarse con los ricachones árabes que pagarían sumas desorbitadas por su cuerpo y su discreción. De esa manera, también podría tener la oportunidad de casarse con alguien rico, ya que había muchos hombres mayores que estaban dispuestos a comprar chicas para casarse con ellas y convertirlas en mujeres respetables, al menos entre sus compañeras del Soho. Sin embargo, la muy perra estaba trabajando allí, siempre quejándose por algo, como si fuese una jodida dependienta. Lil sabía que tramaba algo, pues las chicas como Ivana siempre ven a las personas como meros instrumentos para conseguir sus propósitos.
– Perdona, Lil, pero lo único que intento es que este lugar funcione mejor. Podemos ganar mucho más dinero, tú incluida.
Empezó a sonar la música porque una stripper salió a la pequeña sala de baile y empezó a hacer su numerito. Era una veterana de los clubes del Soho, tendría unos treinta años y tenía su propio espectáculo: tres minutos de placer semidesnudo y diez segundos de completa desnudez. A la audiencia, por supuesto, le parecían muchos más porque, como todo lo que se ofrecía en el Soho, no era nada más que una farsa que prometía el oro y el moro, pero luego no daba nada. La stripper iba de club en club con su cinta de música y su traje. Por cada número que representaba recibía una cantidad acordada, además de un carné del sindicato que certificaba que trabajaba como bailarina exótica.
Lil conocía el Soho como la palma de la mano y tener una chica como aquélla, con las manos en las caderas y cara de sabihonda tratando de darle lecciones le parecía increíble. Se rió de la completa banalidad en la que vivían todas las Ivanas de este mundo y, acercándose hasta poner la cara junto a la suya, le dijo:
– Escúchame un momento, corazón. Tú eres una puta, una puta pura y dura, ¿lo comprendes? Sé que tienes una opinión muy alta de ti misma, pero éste es un club de alterne. No puedo permitir que los clientes se vayan con cualquiera, tengo que garantizar que emparejo a cada uno con su favorita. Si no lo hiciera, ¿qué crees que pasaría con esas mujeres que ya no están tan lozanas y frescas como antes? ¿Cómo crees que reaccionarían? Pues yo te lo diré: te asesinarían sin dudarlo. Sé que te sientes explotada y probablemente sea cierto. Por tanto, cierra tu jodida boca, vuelve a las mesas y deja que yo haga mi trabajo, ¿de acuerdo?
Lil habló lo suficientemente alto como para que se enterasen el resto de las chicas. Estaba tan enfadada que la próxima vez la chica se lo pensaría dos veces antes de llevarle la contraria. Ivana la miró. Parecía estar a punto de llorar. Regresó a su asiento y Lil miró al techo, lo que provocó la risa de las otras chicas. Todas sabían que Lil era capaz de tener una bronca con la primera que se pusiera delante y entonces Ivana tendría todas las de perder. Al igual que Lil, ellas habían sido jovencitas y sabían el valor que tenía la juventud en su oficio.
Subió a la oficina y se sirvió otra copa. Cuando Lil notó que el vodka hacía su efecto cerró los ojos. Tenía siete hijos cuyas edades oscilaban entre los veinte y los ocho años, y tenía el mismo dinero ahora que hace diez años. No tenía dinero, no tenía un trabajo de verdad, su hijo acababa de salir de la cárcel y ya andaba escondiendo armas por la casa. Una de sus hijas era incapaz de decirle lo que le preocupaba, porque seguro que había algo que le preocupaba, de eso estaba segura. Sus dos hijos menores habían sido prácticamente abandonados por su padre, que ahora no se molestaba ni en responder a sus llamadas. Sin embargo, lo peor de todo es que tenía el presentimiento de que estaba embarazada de nuevo. Fue un día que había bebido más de lo debido. Terminó en la cama con un amigo, más por compañía que por otra cosa. Ahora se sentía como una adolescente aterrorizada de pensar que pudiera estar embarazada.
La vida parecía dispuesta a ensañarse con ella. Cada vez que pensaba que podrían mejorar las cosas para ella y su familia, terminaba equivocándose. Su hijo mayor estaba de nuevo en casa y eso le proporcionaba cierta felicidad, pero Lance se había convertido de nuevo en su sombra y, aunque había tratado de esconder sus sentimientos al respecto durante los últimos días, seguía sin confiar lo más mínimo en él.
Lil se bebió la copa y se sirvió otra. Le quedaban quince minutos para realizar el examen físico a las chicas. Jamás había permitido que trabajaran yonquis en su establecimiento porque eran muy agresivas, siempre andaban necesitadas de dinero y envejecían más rápido de la cuenta. Solían meterles prisa a los clientes y eso provocaba muchos problemas para todo el mundo. Era un trabajo duro sin duda el suyo, llevaba haciéndolo años y empezaba ya a resultarle un fastidio. Mientras se servía otra copa, Lil oyó la voz de Lenny acercándose a la oficina y, por lo que se veía, parecía muy enfadado.
Patrick trataba de olvidar que su madre trabajaba en un club de alterne y no pensaba en otra cosa más que en hacerse cargo de la familia, ahora que ya estaba libre. Las gemelas, Kathy y Eileen, eran su principal preocupación; especialmente Kathleen, pues no se la veía nada bien y, con el tiempo, se estaba convirtiendo en una mujer muy extraña.
– Animo, muchacha. ¿Qué te sucede? Siempre pareces tan triste.
Ella negó con la cabeza y él se dio cuenta de que no le sacaría nada. Siempre había sido una persona reservada, pero jamás la había visto tan callada e inmersa en sus pensamientos. Apenas pronunciaba palabra, salvo que se le preguntase, e incluso así se sobresaltaba como si ella misma se sorprendiera de que alguien le dirigiese la palabra.
– Estoy bien, Pat, de verdad -respondió.
Parecía sincera, pero él seguía estando preocupado. Cambió de tema para tratar de no intimidarla con sus preguntas.
– ¿Y cómo va la escuela? ¿Estás estudiando?
Kathleen asintió. Patrick se sorprendió una vez más de lo mucho que se parecía a su hermana, y, sin embargo, lo distintas que eran la una de la otra cuando estaban juntas. Kathleen era como una versión barata de su enérgica y vivaz hermana Eileen y se debía principalmente a su constante y permanente tristeza. Sus ojos azules tenían una mirada profundamente triste que nada hacía desaparecer. No obstante, cuando Eileen estaba cerca, parecía algo más alegre y relajada. Pero en cuanto su hermana se separaba de ella, se encerraba en sí misma y únicamente Lance era capaz de sacarla de ese estado.
Parecía como si estuviese embrujada y eso preocupaba a Patrick porque no comprendía el porqué, pues de niña había sido muy alegre y charlatana. ¿Se debía a todo lo padecido en los últimos años? Patrick pensó que cabía la posibilidad de que su hermana hubiese comprendido más de lo que ellos imaginaban.