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Lance entró en la habitación llevando tres tambaleantes tazas de té en una pequeña bandeja. Ver la bandeja hizo reír a Patrick porque la había robado de un bar muchos años antes por la sencilla razón de que le habían gustado los dos perros escoceses que tenía impresos en ella, uno negro y el otro blanco, anunciando la marca de un whisky escocés. En muchas ocasiones la había utilizado para cenar mientras veía la televisión y, al verla de nuevo, le vinieron a la cabeza malos recuerdos relacionados con la muerte de su padre.

Rehuyó los malos pensamientos. El pasado, pasado estaba, lo había aprendido en la cárcel. Cuando uno está allí encerrado se da cuenta de que las cosas suceden fuera y, por mucho que uno se preocupe de ellas, no puede hacer absolutamente nada. Era como estar en el mundo, pero no formar parte de él. Los problemas se hacían enormes, incluso los más pequeños, y uno tenía que asumir su impotencia para resolverlos, para ocuparse de ellos, porque sencillamente habías dejado de formar parte del mundo y no había forma de hacer nada para mejorar las cosas. Todavía se sentía así, sólo que ahora era como si desde fuera mirase hacia dentro. Las gemelas se habían hecho ya mujeres y la pequeña Colleen, que había sido una niña charlatana de cuatro años, era ahora una charlatana de ocho años. Se dio cuenta de que se había perdido una gran parte de sus vidas. Christopher era una alhaja, pero ni tan siquiera le reconocía. Y Shamus había dejado de ser un niño para convertirse en un golfillo al que ya habían expulsado de la escuela. Cuatro años eran muchos en sus infantiles vidas, al igual que en la suya. Las visitas no eran suficientes para que uno estuviera informado de lo que sucedía verdaderamente en una familia, además de que siempre se evitaba hablar de problemas para que la persona que estaba encerrada no se preocupase demasiado. Su actitud era la misma que la del preso: para qué preocuparle si no puede hacer nada al respecto.

Patrick vio cómo los niños se metían en la cama y se dio cuenta de que llevaban años haciéndolo sin su ayuda, cosa que le dolió y le deprimió, al igual que ver a Kathleen. No podía evitar dejar de preguntarse si podía haberle prestado ayuda de haber estado presente. Al parecer, para eso recurría a Lance. Era un buen muchacho y un buen hermano, y siempre estaba cuando ella lo necesitaba. Patrick sabía que sin él la familia se habría desintegrado, especialmente en lo concerniente a Kathy. La llevaba en su coche a todos lados y luego la recogía para que no tuviera que preocuparse de regresar sola a casa. Luego, cuando la veía deprimida, se sentaba con ella en su habitación y pasaba horas enteras haciéndole compañía. Por muy extraño que fuese Lance, siempre se podía contar con él cuando se le necesitaba. Patrick deseó haber estado también allí para quitarle un poco de esa carga de encima.

Ahora él había regresado a casa de nuevo y se iba a ocupar de que a ninguno le faltase nada, además de que no pensaba permitir que ninguno de ellos se separase.

En cuanto a Brewster, pensaba meterlo en vereda en cuanto tuviera tiempo para ello. El muy cabrito se pasaba la vida con putonas cuando su madre aún tenía que dirigir su club. Se estaba tomando su tiempo y, cuando consiguiera lo que tenía entre manos, le iba a hacer pagar a ese capullo su indiferencia por su familia. Lenny iba a darse cuenta de una vez por todas que él tenía una misión en la vida, y ésa era cuidar de su familia, incluso de la familia que él había creado antes de irse de parranda. Patrick se había marchado siendo un muchacho, pero había regresado convertido en un hombre. Había aprendido muchas cosas en la cárcel, y una de ellas era que necesitaba recuperar el control de las personas que se consideraban intelectualmente superiores. Brewster era un capullo y un gilipollas, y él pensaba tomarse su tiempo antes de restregárselo por la cara. Necesitaba primero ver cómo andaban las cosas, ya que le llevaría un tiempo adaptarse a estar fuera. Sin embargo, cuando hubiera evaluado todas las opciones gozaría enormemente vengándose y haciéndoselas pagar por todas.

Mientras tomaban el té, vio que Lance le fruncía el ceño a Kathleen. Sabía que estaba tan preocupado por ella como él. Después de todo, él era el primogénito y, como tal, debía de cuidar de todos. Luego miró alrededor y vio que la habitación apenas había cambiado durante esos años. Tenía el mismo colchón, la misma televisión, la misma moqueta, todo era exactamente igual, sólo que más viejo. De hecho, parecía una habitación de ésas que se ven en los documentales sobre la pobreza en los países occidentales. La habitación entera necesitaba un buen lavado de cara y la mayoría de los muebles estaban para tirarse. Pero siete niños son muchos niños, y la mayoría de los muebles no están hechos para familias tan numerosas.

Aunque Brewster estaba forrado, al parecer nada había ido a parar a manos de su madre. Cuando su padre murió, ella había necesitado a alguien, que la protegiese, tanto a ella como a su familia, y Patrick comprendía por qué lo había hecho e incluso la admiraba por ello. Fue lo suficientemente sensata como para saber que corrían peligro, pues eran una amenaza para los hermanos Williams y para el que estuviera detrás de ellos. Brewster había sido la mejor elección posible y ése era el precio que había pagado por ello.

Lenny solía visitarles en su casa, tanto a Lil como a ellos. Había sido como la respuesta a sus oraciones después de la muerte de su padre. Luego, repentinamente, dejó de venir y su madre se vio con dos hijos más. Patrick, entonces, ya era lo bastante mayor como para comprender lo que había pretendido aquel cabrón con su madre y cuál había sido su intención. Fue entonces cuando él asumió el papel de la persona que trae el sustento y eso le había llevado a la cárcel. Ahora, sin embargo, era un hombre hecho y derecho y no pensaba permitir que interfiriese en su vida nunca más. Su madre se las había apañado para mantenerlos a todos unidos a pesar de todo, pero pensaba quitarle ese peso de encima y volver a asumir el papel de cabeza de familia, tal y como habría deseado su padre que hiciera. Ahora que había regresado y tenía ya alguna idea de lo que se estaba cociendo a su alrededor pensaba urdir mi buen plan de acción y solucionar ese problema para siempre.

– Hola, Lil -dijo Lenny sonriendo.

Lil observó que se le habían oscurecido los dientes desde la última vez que hablaron. Por lo roja que tenía la cara y por lo inflamadas que tenía las venas de las mejillas se podía ver claramente lo que era: un borracho, un viejo, la parodia de lo que fue en su momento. Verlo así resultaba penoso y, por mucho daño que le hubiese hecho, no le deseaba ningún mal; sabía de sobra que las cosas malas ya venían sin que nadie tuviera que desearlas. Como su madre decía, se recoge lo que se siembra. Al parecer eso le estaba sucediendo a Lenny, sólo que antes de lo esperado. Lil sonrió afablemente, sin mostrar ninguna pena ni nerviosismo. Aparentó frialdad y eso le satisfacía.

– ¿A qué debo este placer? -preguntó.

Lenny se encogió de hombros de esa forma suya tan irritante, esa forma tan peculiar suya de mostrar una completa indiferencia por la persona con la que estaba hablando. Le había visto hacer ese gesto a mucha gente y ya casi se había olvidado de lo molesto que resultaba.

La miró y se dio cuenta de que tenía buen aspecto y estaba de buen ver para la edad que tenía y para los siete hijos que había engendrado. Lil tenía ese tipo de piel que todas las mujeres envidiaban y eso lo sabía él de primera mano, pues conocía cada rincón de su cuerpo.

– Te recuerdo que éste es «mi» club y no entiendo que pongas pegas a que venga.

Como siempre estaba recalcándole quién era. No podía evitarlo. Era ese tipo de persona que necesita constantemente herir a los demás, hacerlos sentir inferiores. Sin embargo, por una vez en la vida, Lil no se amilanó. Después de lo ocurrido aquella noche se sentía con ganas de pelea. ¿Quién se había creído que era? ¿Con quién coño creía estar hablando?