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– La señora Doyle trabaja allí y su hijo estuvo en la cárcel conmigo. Me pasé por su casa, le compré unas botellas y ella me dio los detalles. Yo le debo a Kevin un favor y le dije que le daría algún dinero a su vieja. Se suponía que el cabrón de Brewster se ocuparía de ella, pero no le ha dado a la pobre vieja ni una libra. Kevin está muy decepcionado con ese gil i pollas y puedo asegurarte que no se andará con chiquitas.

Lance se rió al escuchar la voz animada de su hermano a pesar de que a Pat le afectaba la situación.

– Lenny es un cabrón de mierda, un jodido cabrón de mierda.

– Dime, ¿se ha olvidado de la vieja también? -pregunto Pat.

Lance asintió, pues se dio cuenta de que Pat sabía de lo que iba el rollo sin necesidad de preguntárselo.

– Como te he dicho, he hecho algunos trabajitos para él, pero tú ya sabes como es. Parece muy generoso al principio, pero luego ni se acuerda de tu nombre.

Pat arrugó la lata de cerveza y la arrojó con mucha destreza dentro del cubo.

– Bueno, entonces no me queda más remedio que recordarle que tiene dos hijos que se llaman Colleen y Christie.

Pat aún era joven, pero su rostro denotaba una dureza fuera de lo normal. En dos ocasiones había estado encerrado en las celdas de castigo y, debido a su destreza para las peleas, fue trasladado dentro del sistema penitenciario antes de lo debido. Lance sabía que eso le enorgullecía. Muchos hombres que llevaban encerrados mucho tiempo le respetaban, y no sólo porque era capaz de enfrentarse a cualquiera, sino porque asumía las consecuencias sin rechistar. Tenía los mismos credenciales que su padre y estaba decidido a sonsacarle a todo el mundo cualquier cosa que supieran de él.

Pat era realista y sabía que tenía que intentar que no lo involucrasen en ningún asunto.

– Tenemos que resolver ese asunto por la vieja y los niños y asegurarnos de que no tendrá que trabajar nunca más. Ya ha currado bastante estos años y creo que se lo ha ganado. ¿Qué te parece?

Lance asintió.

Pat miró a su hermano detenidamente y deseó poder meterse en su cerebro, pues se había convertido en una persona muy distinta a la que dejó en el juzgado de Chelmsford Crown antes de que lo encerraran. Ahora, de alguna manera, parecía más vicioso. Pat había oído hablar de sus desvaríos incluso en prisión, y mucha gente lo consideraba un auténtico chiflado. En eso residía su fuerza. Lance era capaz de ejercer una enorme violencia, pero sólo cuando había llegado al límite.

Lance había padecido la indiferencia de su madre y Pat lo sabía. Había tratado de ocultarla durante aquellos años, pero siempre estaba presente, al acecho, esperando para salir en cualquier momento. Pat podía sentirla en ocasiones y, si él se percataba de eso, también se daba cuenta Lance. Pat sabía que su madre no podía olvidar el incidente del autobús porque cada vez que miraba a.Lance veía las cicatrices que ella le había producido con la paliza que le había propinado. Entonces sólo era un niño, pero ahora se había convertido en un hombre, o al menos eso esperaba Pat.

Pat se levantó de la silla para tratar de ahuyentar esos pensamientos.

– ¿Quieres otra cerveza, Lance?

Pat entró en la cocina y, al abrir el frigorífico, volvió a cabrearse. Su padre se lo había jugado todo por ellos y luego Brewster se lo había llevado delante de sus narices.

Se lo dijeron en la cárcel, allí escuchó muchas historias y rumores. También había oído hablar de los trapicheos de Lance con Lenny, pero esperaba que él se los mencionase primero, que confesara que había estado involucrado en ciertos asuntos con él. Pat había sido todo lo paciente que se puede ser con un hermano, además de que lo excusó porque había llevado la carga de la familia durante aquellos años, por lo que probablemente hizo lo que consideró más adecuado. Pero eso se había acabado. Ahora él estaba fuera, cada día recopilaba más información y, cuanto más sabía, más dueño se sentía de su vida. Ahora lo importante eran los planes que tenían para esa tarde. Una oleada de excitación le inundó cuando pensó en ello.

Cuando el pequeño Johnny llegó, Lance se dio cuenta de lo verdaderamente pequeño que era. Mediría poco más de un metro y medio, tenía el pelo moreno y los ojos muy verdes. Llevaba el pelo atado en una coleta y vestía la ropa típica de los asaltantes: chaqueta de cuero, pantalones vaqueros, botas del ejército y una gorra de béisbol que sería reemplazada por un pasamontañas una vez que estuviera dentro de la oficina postal.

Johnny llevaba una bolsa de lona morada con tres recortadas dentro y una Luger alemana que Pat pidió explícitamente. Sabía que necesitaba protegerse y estaba dispuesto a hacerlo. De hecho, tenía una pistola de bolsillo que había pertenecido a su padre. Siempre había sabido dónde la escondía y, desde su muerte, la mantuvo en perfectas condiciones. Nadie sabía de su existencia, pues, como hacía su padre, siempre seguía ese proverbio que dice «ojos que no ven, corazón que no siente».

Llevar una pistola le parecía ahora tan inevitable como saciar su sed de venganza, no sólo por su padre, sino también por su mail re, que había llevado una vida muy dura para poder darles de comer y de vestir, especialmente desde que Brewster había entrado en sus vidas y luego los había dejado plantados. Su madre, que podría haber vivido confortablemente con lo que le había dejado su padre, se había visto obligada a venderse para poder sobrevivir. La bebida se había convertido en el único consuelo, la única razón por la que se había convertido en una persona soportable. Su mail re se había endurecido con los años, pero él estaba dispuesto a hacerle la vida tan fácil como si su padre estuviera vivo.

Como decía Spider, su padre había sido asesinado por los hermanos Williams. Eso era cierto, pero Brewster fue quien se quedó con lo que era suyo, con lo que pertenecía a sus hijos por derecho propio, demostrando de esa manera lo hipócrita y rastrero que era. Ahora pagaría por su traición y, cuando eso sucediese, Pat se sentiría mucho mejor.

Había tenido mucho tiempo para pensar, aprender y planear. Eso era lo único bueno que tenía la cárceclass="underline" que uno tiene tiempo de sobra para decidir cómo hacer las cosas una vez que se sale de ella.

Cuando se disponían a marcharse para dar el golpe, miró una fotografía de su padre y estuvo a punto de derramar algunas lágrimas. Lo había adorado y lo había visto morir brutalmente. Sin embargo, su legado proseguiría, de eso se encargaría él.

– Eres una mentirosa, Colleen Brewster.

Colleen se reía, y lo hacía de forma tan abierta, que todas las chicas que estaban a su alrededor se contagiaban de ella. Era una chica muy divertida, pero además de eso, inteligente, pues no se le pasaba por alto que ahora que su hermano estaba fuera todos la trataban de forma diferente. El dependiente de la tienda se negó a aceptar su dinero y le regaló los caramelos. La primera vez que le sucedió pensó que se trataba de una broma, pero luego el dependiente le susurró:

– No te olvides de darle mis recuerdos a tu hermano, ¿de acuerdo?

Fue entonces cuando su hermano Christy y ella se dieron cuenta de la admiración que provocaba Pat. Su padre era un pez gordo, pero nadie trataba de hacerles la pelota, ni de engatusarles esperando sacar beneficios porque era más que sabido que no movería ni un dedo por ellos. Todos los compañeros de escuela conocían los chismorreos de sus padres y no había ninguno que no se hubiese enterado de que su hermano había regresado a casa. Lance ya tenía la reputación de estar chiflado, al igual que Pat, pero si uno provocaba miedo cuando aparecía por la escuela, al otro trataban de evitarlo por completo, pues lo consideraban el más siniestro de los dos. Colleen sabía que, aunque Lance era muy bueno con ella, estaba loco de atar. En una ocasión lo vio perder los estribos y no deseaba bajo ningún pretexto que eso volviera a suceder. Ella estaba jugando en la puerta de la casa de un vecino, quien, al verla, le dijo que se marchara. La niña empezó a llorar y se lo dijo a Lance, que sacó arrastrando al hombre hasta la calle y empezó a pegarle con tal brutalidad que lo dejó inconsciente. Colleen aprendió una gran lección aquel día. A los siete años de edad se dio cuenta de la fuerza que tenía su hermano cuando estaba enfadado y lo difícil que resultaba vivir en un mundo de tontos.