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Al ver a Lil con Jimmy le invadió la cólera de siempre.

– ¿Cómo estás, Jimmy? Mucho tiempo sin verte -dijo con una voz más alta de lo deseado y simulando una amistad que no sentía.

Jamás habían sido colegas. De hecho, sólo se toleraban. Sin embargo, sabía que debía mostrarse afable, ya que con su antipatía de siempre no conseguiría nada.

El joven Pat, que era como le llamaban todos, parecía tener el mismo valor y entereza que su padre, por lo que la gente se sentía atraída por él. Tenían un concepto muy alto de él y eso que apenas había cumplido los veinte años. Se había pasado de la raya al esperarle como si él fuese un simple camello, pero sabía que debía solucionar ese problema lo antes posible y asegurarse de que los demás le veían, por una vez, hacer lo adecuado.

Ahora, para colmo, estaba Jimmy Brick delante, mirándole como si él fuese a salir por piernas. Lil le miraba. Tenía unos ojos muy bonitos y, haciendo justicia, había que decir que aún resultaba una mujer muy apetecible. Aunque a Lenny se le veía normalmente con jovencitas, disfrutaba mucho más con las maduras. Le gustaba que las mujeres tuvieran algo de experiencia y, sobre todo, le gustaba que hubieran sido la mujer de otro. Para él no había nada como tirarse a la novia de alguien y, si era su esposa, mejor. Eso, además de acrecentar su excitación, era una forma de marcar su territorio, algo parecido a lo que hacen los perros cuando orinan por las esquinas. De esa manera dejaba claro que él había estado ya allí.

Una vez que las había poseído y utilizado, se libraba de ellas sin pensárselo dos veces. Para él se habían convertido en una carga y no había razón para seguir con ellas.

Sin embargo, ahora que entraba en su club siguiendo a un silencioso y callado Jimmy, sintió enormes deseos de echarse a reír. Había organizado una pequeña recepción y estaba deseando ver la cara de sorpresa que ponían cuando vieran lo que les esperaba.

Jimmy Brick no estaba contento de acompañar a Lil, pero no tenía elección, pues ella pensaba entrar con él o sin él.

Cuando subieron las destartaladas escaleras que conducían a la oficina, Lil recordó las miles de veces que las había subido en los últimos años. Al parecer, ese club iba a formar parte una vez más de su destino en la vida, del suyo y del de sus hijos. Se sorprendió de darse cuenta de que estaba temblando.

Seguía pensando que Lance debería haber estado presente. No importaba lo que ella pensara de él, debía de estar allí acompañando a Pat para que solucionara el problema definitivamente. Sabía, además, que todo el mundo recordaría que no había estado presente en una situación como ésa y seguro que traería sus consecuencias.

Pat Junior estaba ya dentro. De hecho se había sentado detrás del escritorio, del viejo escritorio que ella compró una tarde soleada en Camden Market con Patrick. Ahora estaba muy usado y tenía las manchas que habían dejado las miles de tazas de té y los cigarrillos que se había fumado sentada en él. Estaba arañado y manchado, pero seguía teniendo su encanto. Al ver a Patrick le pareció ver a su marido sentado detrás de él. Nunca antes se había parecido tanto. Ahora tenía la misma mirada fría, los mismos modales y el mismo deseo de violencia si no conseguía lo que deseaba.

Lenny lo vio sentado en el escritorio. Tratando de contener su ira, le dijo:

– Espero que te metas en mi tumba igual de rápido, muchacho.

Se acercó hasta el pequeño bar y sirvió unas copas. Se sorprendió de ver que le temblaban las manos, que le temblaban ostensiblemente, y se dio cuenta de que el muchacho se le había adelantado. Nadie le había respondido a su jocoso comentario y, por primera vez, se dio cuenta de la situación tan precaria en la que se había metido. Ninguno de los amigos a los que había llamado había llegado, al parecer ninguno había hecho acto de presencia. Hasta Colin estaba ausente, y eso sí resultaba extraño porque él siempre estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de ascender de puesto. Ahora que las cosas se ponían feas, sin embargo, prefería mantenerse al margen. Colin no era ningún estúpido, tenía unas dotes especiales para oler la mierda y Lenny era plenamente consciente de eso. A él le pasaba otro tanto y eso le había evitado muchos problemas a lo largo de los años. Hasta ahora, claro. Lenny tenía una carta a su favor, bueno no una, sino dos: tenía hijos con Lil y ellos eran hermanos de sangre de Pat también. Estaba seguro de que Pat no le haría nada ultrajante al hombre que habían engendrado a sus dos hermanos pequeños. Patrick era como su padre y se consideraba demasiado decente como para hacer algo así, lo cual era una debilidad que no tardaría en descubrir.

Lil se había sentado en el sofá que había colocado en la oficina por si alguien necesitaba echarse un sueñecillo o un poco de espacio cuando las cosas no iban bien en el club. Muchas de las mujeres que trabajaban allí habían tomado en alguna ocasión una taza de té y se habían desahogado sentadas en ese sofá. Era una forma de calmar la situación. Las cabareteras solían ser muy peleonas y les encantaba tirarse los trastos a la cabeza. Un desaire o el excesivo consumo de drogas podían hacer que cualquiera de ellas se volviera paranoica. Ahora, al parecer, se convertiría en el trono donde pensaba sentarse cuando su hijo reclamara lo que había sido de su padre.

Todos estaban sentados, salvo Lenny, que se había quedado de pie en su propia oficina. Los miró con su acostumbrado aplomo, como si nada le perturbase. Se apoyó desganadamente en el bar. Su traje hecho a medida estaba arrugado y tenía los ojos enrojecidos por la cantidad de alcohol que había ingerido aquella tarde. Hasta el whisky de siempre le sabía ahora un poco más amargo.

Lenny miraba sin cesar a la puerta, como si esperase que alguien entrara, aunque sabía que tal cosa no iba a suceder. Patrick sabía en qué andaba pensando, por eso le dijo con tranquilidad:

– Nadie va a venir a rescatarte, colega. De eso ya me he encargado yo.

Lenny se encogió de hombros.

– ¿Debería echarme a temblar? -dijo tratando de sonar más seguro de sí mismo de lo que estaba. Luego añadió-: Vamos, Lil, mete en cintura a este muchacho.

Su voz sonó deliberadamente despreciativa, pues sabía que tenía que tratar de impresionar, a pesar de darse cuenta de que estaba metido en serias dificultades. Por primera vez en muchos años estaba asustado, terriblemente asustado.

Lil no respondió. Nadie esperaba que lo hiciera. Sin decir nada, se levantó, se acercó hasta donde estaba su hijo y le besó en la mejilla. Luego dijo:

– De ésta no te vas a librar, Lenny. No te queda más remedio que quedarte ahí de pie y aceptar lo que venga.

Su voz fue la perdición de Lenny. No podía soportar verla allí delante, contemplando como su hijo lo humillaba. Por fin se dio cuenta de que nadie acudiría en su ayuda, que estaba rodeado de enemigos, y lo estaba porque así lo había querido él, ya que, al fin y al cabo, eso era lo único que se había creado.

La chica con la que había estado aquella misma tarde se había escurrido y se dio cuenta de que hasta ella había oído rumores de lo que le iba a suceder. Que una puta como aquélla tuviera conocimiento de algo así terminó por derrumbarle del todo.

El joven Patrick seguía sentado en su sitio. Sus profundos ojos azules carecían de expresión, se le veía joven, fuerte y robusto. Lenny se dio cuenta de que no podría competir con él. Pero distaba mucho de considerarse un hombre acabado y no estaba dispuesto a abandonar sin pelear.

– No pienso tolerar esto, muchacho. Yo no soy tu padre y no pienso permitir que me echen como si fuese un perro rabioso. ¿Quieres celebrar tu cumpleaños este año, hijo?

Lenny jamás había llevado un arma encima, pues sabía que le podían caer siete años por posesión ilícita de armas. Siempre pensó que había sido muy listo de su parte permitir que fuese otro quien la llevara, pero ahora echaba de menos no llevar una con la que poder volarle la cabeza al cabrón que tenía delante.