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Catherine se encogió de hombros.

– No puedo estar segura. Pero si el brillo de tus ojos es un indicativo de algo, me temo que sí. Y odiaría ver que lo dejas pasar de largo por culpa de tus miedos.

Kayla esbozó una sonrisa radiante.

– Él es diferente. Es atractivo y…

– ¿Y?

– Sabe escuchar -dijo, un tanto azorada-. Me ha parecido que estaba interesado en mí, pero la verdad es que hace tanto tiempo que estoy fuera de juego que no puedo estar segura.

– No hace falta tener experiencia para saber si él te hace sentirte especial. Es posible que sea ese hombre lo que estás buscando.

– Ni siquiera lo conozco…

– Pero tienes ganas de hacerlo -Catherine parecía leerle el pensamiento-. Y de momento, lo único que tienes que hacer es esperar a ver cómo te mira esta noche -Catherine se levantó, sacó una cinta blanca del armario y se la dio a su hermana.

Kayla se levantó también y contempló su imagen en el espejo.

– Ni siquiera me reconozco -añadió, mientras se ponía la cinta que le había pasado su hermana.

– Eso es porque has estado tan pendiente de mostrar una imagen conservadora que te habías olvidado de la mujer que tienes dentro.

¿Tendría Catherine razón? Por supuesto que sí, se contestó al instante. Entre su antiguo trabajo de contable y dirigir el negocio de su tía, Kayla había arrinconado su verdadera forma de ser.

Catherine posó las manos en sus hombros.

– Pero por lo menos ha habido un hombre capaz de sacar a mi atractiva hermana de su cascarón.

– Es un cliente -repuso Kayla.

– ¿Y desde cuándo sales con tus clientes?

– Nunca lo hago.

– Lo sé. Y ésa es la razón por la que creo que debes salir y dejarte llevar por tus emociones -Catherine le hizo dar media vuelta y salir al pasillo-. Te llevaré yo misma al restaurante. Me pilla de camino y, además, tengo ganas de echarle un vistazo a ese tipo.

– ¿Quieres verlo por ti misma, eh, mamá?

– Siempre nos hemos cuidado la una a la otra y no pienso dejar de hacerlo ahora -miró a su hermana de reojo-. Piensa en lo que te he dicho. Si no aprovechas esta oportunidad, es posible que te arrepientas durante toda tu vida.

Cuando llegaron al restaurante, Kane ya la estaba esperando en el último escalón, con el codo apoyado sobre la barandilla de las escaleras. Vestido con unos vaqueros y una cazadora negra de cuero estaba, sencillamente, irresistible.

El silbido de admiración de Catherine hizo volver a Kayla a la tierra.

– ¿Das tu aprobación?

Catherine asintió con una sonrisa. Kayla se atusó rápidamente el pelo y salió del coche. Casi inmediatamente, Kane bajó a su lado. Durante la presentación y la breve conversación que mantuvieron Catherine y su hermana, Kayla apenas podía concentrarse.

Se preguntaba una y otra vez si Catherine tendría razón, si aquel hombre podría ser alguien espacial en su vida. No estaba en absoluto segura, pero estaba decidida a averiguarlo. Al fin y al cabo, ¿no se merecía una oportunidad el primer hombre que había sido capaz de excitarla e impresionarla al mismo tiempo?

El primer hombre que parecía capaz de prestar menos atención a su aspecto que a la mujer que había dentro.

Apoyando la mano en su espalda, Kane condujo a Kayla por las calles de Boston. Los Sox habían ganado el partido durante la prórroga y la mujer que estaba a su lado no se había quejado ni una sola vez ni de la duración del partido ni del constante descenso de las temperaturas. En circunstancias normales, Kane habría considerado aquella cita como un auténtico éxito. Pero ni Kayla era una mujer normal, ni aquélla era una verdadera cita, un hecho que intentaba recordarse de vez en cuando.

– ¿Te he dicho que me ha encantado el restaurante? -preguntó Kayla.

Sólo una decena de veces, pensó Kane, preguntándose por qué diablos le complacía tanto que se lo dijera.

– ¿La comida o el ambiente?

Kayla soltó una carcajada. Y su risa fue más útil para ayudar a entrar en calor a Kane que su recia cazadora de cuero.

– Ambas cosas. Y, sobre todo, que estuviera lleno de libros de pared a pared -abrió los brazos, tropezando al hacerlo con la gente que salía del estadio tras ellos-. ¡Ay!

Rió de nuevo. Tenía una risa contagiosa. Y que fuera capaz de emocionarse con algo tan sencillo como los libros resultaba deliciosamente refrescante.

– Es increíble que a alguien se le haya ocurrido convertir una librería en restaurante y conservar todos los volúmenes en las estanterías. Y más increíble todavía que yo lleve tanto tiempo viviendo en esta ciudad y no lo conociera. ¿Cómo lo descubriste?

– Tengo mis propias fuentes de información.

– Bueno, en ese caso, diles que han dado en el blanco -rió otra vez y en aquella ocasión Kane sintió una punzada de arrepentimiento. Por medio de preguntas discretas y una pequeña investigación, había averiguado que aquella rubia despampanante era una intelectual que, después de su trabajo, solía buscar refugio en la biblioteca. Y había decidido aprovecharse de aquella información.

La punzada de culpabilidad lo pilló completamente por sorpresa. Jamás le había disgustado su trabajo y no tenía por qué empezar a hacerlo en ese momento. Si ella era culpable de dirigir un negocio de prostitución, no tenía por qué importarle mentirle. Pero el caso era que le importaba, de la misma forma que cada vez le preocupaba más lo que Kayla pudiera pensar de él.

Después de una noche en su compañía, había aprendido muchas cosas con ella. Era una mujer a la que le importaba la familia, sentía las cosas profundamente y había aplazado sus sueños para respetar los deseos de su tía y permitir que su hermana pudiera hacer realidad sus propios sueños. La inocencia que proyectaba en su mirada y en sus gestos era mucho más elocuente que toda la vigilancia que pudieran ponerle a aquella mujer. Y esa misma inocencia había conseguido conmoverlo como pocas cosas lo habían hecho. Kayla había conseguido llegar a lugares de su corazón que jamás había permitido que nadie alcanzara.

Su intuición le decía que no estaba involucrada en nada que no fuera la dirección del negocio de su tía. Pero su intuición serviría de muy poco ante un tribunal, de modo que tenía que poner en juego todas sus habilidades para salvar la reputación de Kayla Luck.

– No me preguntes por qué, pero tenía la sensación de que te gustaría ese lugar -le dijo.

– Y tenías razón.

– Lo sé -la investigación podría haberle proporcionado muchos datos sobre el pasado de Kayla, pero había bastado una hora en su compañía para que Kane descubriera muchas más cosas sobre ella.

Para el final de la velada, sabía ya cuándo debía halagarla y cuándo no. Incluso había aprendido cómo podía hacerla sentirse hermosa sin mirarla con demasiada avidez, porque había comprendido que bastaba hacerlo para que se retrajera. Tenía la sensación de que conocía a Kayla Luck, de que había conectado con ella, a pesar de la misión que tenía asignada. Y eso le hacía estar condenadamente nervioso.

Al doblar la esquina, los asaltó una oleada de aire helado. Kane se frotó las manos, intentando entrar en calor.

– Mataría por…

– Una taza de chocolate caliente con nata -terminó Kayla por él. Pero no era en eso en lo que Kane estaba pensando. Lo que él tenía en mente era un whisky o algo parecido, capaz de sacudir su sistema nervioso y recordarle que aquella mujer era una de sus misiones, y no una mujer atractiva e inteligente. El problema era que lo único que verdaderamente deseaba era poder verla otra vez, y no precisamente tras unas rejas.

Necesitaba pruebas para demostrarle a Reid su inocencia.

– Yo estaba pensando en que fuéramos a un café -musitó Kane-, pero cualquier cosa caliente bastará.