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– ¿Le han dicho alguna vez que habla mucho?

– Uy, muchas veces -respondió ella, desesperada por hacer o decir lo que fuera con tal de evitar que la besara-. De hecho…

– Y en los momentos más inoportunos -meneó la cabeza en un dulce gesto de reprimenda.

– Bueno, es que mi sentido de la oportunidad no es ideal. Mire…

– Cállese.

Y lo dijo con una autoridad tan suave que ella se calló. O quizá fue por la ardiente mirada en sus ojos. Nadie había mirado nunca a Eleanor Lyndon con ardor. Aquello era más que sorprendente.

Charles pegó sus caderas a las de ella y todo el cuerpo de Ellie dio un brinco cuando le acarició el cuello.

– Oh, Dios mío -susurró.

Él se rió.

– También habla mientras besa.

– Oh -ella levantó la cabeza algo nerviosa-. ¿No tengo que hacerlo?

Él se echó a reír con tanta fuerza que tuvo que separarse y sentarse.

– En realidad -dijo, en cuanto pudo-, me resulta de lo más atractivo. Siempre que sean cumplidos.

– Oh -repitió ella.

– ¿Volvemos a intentarlo? -le preguntó.

Ellie había usado todas las protestas con el primer beso. Además, ahora que lo había probado una vez, sentía un poco más de curiosidad. Asintió lentamente.

En los ojos de Charles se reflejó algo muy masculino y posesivo, y sus labios volvieron a rozarla. Fue tan suave como el primero, pero mucho, mucho más apasionado. La lengua de Charles se acercó a sus labios hasta que ella los separó con un suspiro. Entonces él se adentró y exploró su boca con una tranquila confianza.

Ellie se dejó llevar por el momento y se apoyó en él. Era cálido y fuerte y había algo emocionante en cómo sus manos se aferraban a su espalda. Se sintió marcada y quemada, como si él le acabara de poner su sello.

La pasión de Charles aumentó… y la asustó. Ellie nunca había besado a un hombre, pero estaba segura de que él era un experto. No sabía qué hacer y él sabía demasiado y… se tensó porque, de repente, la situación la sobrepasó. Aquello no estaba bien. No lo conocía y…

El conde se separó porque percibió que ella no estaba a gusto.

– ¿Se encuentra bien? -le susurró.

Ellie intentó recordar cómo respirar y, cuando por fin recuperó la voz, dijo:

– Ya lo ha hecho antes, ¿verdad? -y entonces cerró los ojos un momento y farfulló-: ¿Qué estoy diciendo? Claro que sí.

Él asintió mientras su cuerpo se agitaba con una carcajada silenciosa.

– ¿Supone algún problema?

– No estoy segura. Tengo la sensación de ser una especie de… -no pudo terminar.

– ¿Una especie de qué?

– De premio.

– Bueno, le aseguro que lo es -respondió Charles, dejando claro con el tono de voz que su intención era halagarla.

Pero Ellie no lo interpretó de la misma forma. No le gustaba verse como un objeto que se ganaba, y particularmente no le gustaba el hecho de que Billington consiguiera marearla de tal forma que, cuando la besaba, perdía toda la capacidad de razonar. Se alejó de él y se sentó en la butaca que había ocupado él antes. Todavía conservaba el calor de su cuerpo y ella habría jurado que podía olerlo y…

Meneó la cabeza. ¿Qué diantres le había hecho ese beso? Sus pensamientos iban de un lado a otro sin un rumbo concreto. No estaba segura de si se gustaba de aquella forma, alterada y estúpida. Se irguió y levantó la cabeza.

Charles arqueó las cejas.

– Presiento que tiene algo importante que decirme. Ellie frunció el ceño.

¿Tan transparente era?

– Sí-dijo-. Acerca de ese beso…

– Estoy encantado de hablar de ese beso -dijo, y ella no estaba segura de si estaba riendo, sonriendo o…

Lo estaba haciendo otra vez. Volvía a perder los papeles. Aquello era peligroso.

– No puede volver a suceder -soltó de repente.

– ¿En serio? -preguntó él, arrastrando las palabras.

– Si voy a casarme con usted…

– Ya ha aceptado -dijo él, con una voz que parecía muy peligrosa.

– Lo sé, y no soy de las que no mantiene su palabra. -Ellie tragó saliva y se dio cuenta de que era lo que estaba a punto de hacer-. Pero no puedo casarme con usted a menos que acordemos no… no…

– ¿Consumar el matrimonio? -terminó él por ella como si nada.

– ¡Sí! -dijo ella, con un suspiro de alivio-. Sí, exactamente.

– No puedo.

– No sería para siempre -añadió ella enseguida-. Sólo hasta que me acostumbre a… al matrimonio.

– ¿Al matrimonio o a mí?

– A ambos.

Charles se quedó callado un minuto.

– No pido tanto -dijo Ellie, al final, desesperada por romper el silencio-. No quiero una asignación desorbitada. No necesito joyas o vestidos…

– Necesita vestidos -la interrumpió él.

– Está bien -aceptó ella mientras pensaba que sería maravilloso ponerse algo que no fuera marrón-. Necesito vestidos, pero nada más.

Él la miró muy serio.

– Yo necesito más.

Ella tragó saliva.

– Y lo tendrá. Pero no enseguida.

Él juntó los dedos. Era un gesto que, en la mente de Ellie, ya se había convertido en algo propio y único de él.

– Está bien -asintió-. Acepto. Siempre que usted haga algo por mí a cambio.

– Cualquier cosa. Bueno, casi cualquier cosa.

– Imagino que tendrá pensado comunicarme cuándo estará lista para consumar el matrimonio.

– Eh…, sí -dijo Ellie. No lo había pensado. Era difícil pensar en algo cuando lo tenía sentado delante, mirándola fijamente.

– En primer lugar, debo insistir en que su participación en el acto marital no queda irrazonablemente excluida.

Ella entrecerró los ojos.

– ¿Ha estudiado la ley? Porque todo esto suena terriblemente legal.

– Un hombre de mi posición debe engendrar un heredero, señorita Lyndon. Sería una estupidez por mi parte seguir adelante con nuestro acuerdo sin su promesa de que nuestra abstinencia no será una situación permanente.

– Por supuesto -respondió ella, muy despacio, mientras intentaba ignorar la inesperada tristeza que se apoderó de su corazón. Pensaba que había despertado una mayor pasión en él. Debería haberlo sabido. Tenía otros motivos para besarla-. No… No le haré esperar una eternidad.

– Perfecto. Y ahora vayamos a la segunda parte de mis condiciones.

A Ellie no le gustó la mirada que vio en sus ojos. Él se inclinó hacia delante.

– Me reservo el derecho de intentar convencerla de lo contrario.

– No le entiendo.

– ¿No? Acérquese.

Ella meneó la cabeza.

– No creo que sea una buena idea.

– Acérquese, Eleanor.

El hecho de que la llamara por el nombre de pila la sorprendió. No le había dado permiso para hacerlo y, sin embargo, había aceptado casarse con él, así que supuso que no podía ponerle peros.

– Eleanor -repitió él, que dejó entrever su impaciencia por su tardanza. Cuando ella siguió sin responder, alargó el brazo, la agarró de la mano, la obligó a rodear la mesita de caoba y la sentó en sus rodillas.

– Lord Billing…

Le tapó la boca con la mano mientras sus labios se pegaron a su oreja.

– Cuando he dicho que me reservaba el derecho de intentar convencerla de lo contrario -le susurró-, me refería a esto.

Volvió a besarla, y Ellie perdió totalmente la capacidad de pensar. De repente, él interrumpió el beso y la dejó temblando. Sonrió.

– ¿Le parece justo?

– Yo… ah…

Parecía que él disfrutaba de su desconcierto.

– Es la única forma en que voy a aceptar su petición.

Ella asintió hipnotizada. Al fin y al cabo, ¿con qué frecuencia iba a querer besarla? Se levantó tambaleándose.

– Será mejor que me vaya a casa.

– Perfecto. -Charles miró por la ventana. Ya no llovía, pero había empezado a atardecer-. En cuanto a los demás pormenores de nuestro acuerdo, podemos ir solucionándolos sobre la marcha.