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Ellie abrió la boca, sorprendida:

– ¿Pormenores?

– Imaginé que una mujer de sus sensibilidades querría estipular sus obligaciones.

– Supongo que usted también tendrá «obligaciones».

Charles dibujó una media sonrisa irónica.

– Por supuesto.

– Muy bien.

La tomó del brazo y la acompañó hasta la puerta.

– Haré que un carruaje la lleve a casa y la vaya a recoger mañana.

– ¿Mañana? -preguntó ella, casi sin aire.

– No tengo tiempo que perder.

– ¿No necesitamos una licencia?

– Ya la tengo. Sólo hay que escribir su nombre.

– ¿Puede hacer eso? -preguntó ella-. ¿Es legal?

– Si conoces a las personas adecuadas, puedes hacer lo que quieras.

– Pero tendré que prepararme. Hacer el equipaje -«Encontrar algo que ponerme», se dijo en silencio. No tenía nada adecuado para casarse con un conde.

– Está bien -dijo él, algo seco-. Pasado mañana.

– Demasiado pronto. -Ellie colocó los brazos en jarra en un intento de mostrarse más firme.

Él se cruzó de brazos.

– Dentro de tres días, y es mi última oferta.

– Trato hecho, milord -dijo Ellie con una sonrisa. Se había pasado los últimos cinco años negociando de forma clandestina. Palabras como «última oferta» le resultaban familiares y cómodas. Mucho más que «matrimonio».

– De acuerdo, pero si tengo que esperarme tres días, tengo que pedirle algo a cambio.

Ella entrecerró los ojos.

– No es demasiado caballeroso cerrar un trato y luego seguir añadiendo condiciones.

– Creo que es exactamente lo que usted ha hecho con respecto a la consumación de nuestro matrimonio.

Ellie se sonrojó.

– De acuerdo. ¿Qué quiere?

– Es algo benigno, se lo prometo. Sólo pido una tarde en su compañía. Al fin y al cabo, la estoy cortejando, ¿no es cierto?

– Supongo que podríamos llamarlo…

– Mañana -la interrumpió él-. La recogeré puntual a la una del mediodía.

Ellie asintió con la cabeza porque no confiaba en que pudiera hablar.

Al cabo de unos minutos, apareció un coche de dos caballos y Charles observó cómo un mozo la ayudaba a subir. Se apoyó en el bastón y dobló el tobillo. Sería mejor que la maldita lesión se curara pronto; tenía la sensación de que tendría que perseguir a su mujer por toda la casa.

Se quedó en la escalinata de la entrada unos minutos después de perder el coche de vista, observando cómo el sol se acercaba al horizonte y teñía el cielo.

«Su pelo», pensó de repente. El pelo de Eleanor era del mismo color del sol en su momento preferido del día.

Sintió cómo su corazón se llenaba de una inesperada alegría, y sonrió.

CAPITULO 04

Cuando Ellie llegó a casa esa noche, estaba hecha un manojo de nervios. Una cosa era aceptar el alocado plan de casarse con Billington, y otra muy distinta era enfrentarse con tranquilidad a su severo y dominante padre e informarle de sus planes.

Por desgracia, la señora Foxglove había regresado, presumiblemente para explicar al reverendo la mala y desagradecida hija que tenía. Ellie esperó con paciencia durante la diatriba de la mujer hasta que ésta dijo:

– Tu hija -y lo dijo señalándola con un seboso dedo- tendrá que cuidar sus modales. No sé cómo voy a poder vivir en paz con ella en mi casa, pero…

– No tendrá que hacerlo -la interrumpió Ellie.

La señora Foxglove volvió la cabeza y la miró con ira:

– ¿Cómo dices?

– No tendrá que vivir conmigo -repitió la joven-. Me marcho pasado mañana.

– ¿Y dónde piensas ir? -le preguntó el señor Lyndon.

– Me caso.

Con esa frase, se aseguró la atención de todos los presentes. Ellie llenó el silencio y dijo:

– Dentro de tres días. Me caso dentro de tres días. La señora Foxglove recuperó su habitual facilidad de palabra y dijo:

– No seas ridícula. Sé que no tienes ningún pretendiente.

Ellie dibujó una pequeña sonrisa.

– Me temo que está mal informada.

El señor Lyndon las interrumpió:

– ¿Te importaría decirnos el nombre de tu pretendiente?

– Me sorprende que no os hayáis fijado en su carruaje cuando he llegado a casa. Es el conde de Billington.

– ¿Billington? -repitió con incredulidad el reverendo.

– ¿Billington? -gritó la señora Foxglove, que obviamente no sabía si estar encantada por su próxima conexión con la aristocracia o furiosa con Ellie por haber conseguido ese partido ella sola.

– Billington -dijo la joven, con firmeza-. Creo que encajaremos muy bien. Ahora, si me disculpáis, tengo que ir a hacer la maleta.

Había recorrido medio camino hasta su habitación cuando oyó cómo su padre la llamaba. Cuando se volvió, vio que él apartaba la mano de la señora Foxglove y caminaba hacia ella.

– Eleanor -dijo. Estaba pálido y las arrugas de alrededor de los ojos estaban más pronunciadas que nunca.

– Dime, papá.

– Sé… Sé que con tu hermana cometí muchos errores. Sería… -se interrumpió y se aclaró la garganta-. Sería un honor si me permitieras oficiar la ceremonia el jueves.

Ellie descubrió que estaba parpadeando para no llorar. Su padre estaba orgulloso de ella y la admisión y la petición que acababa de hacerle sólo podían proceder del fondo de su corazón.

– No sé qué ha planeado el conde, pero sería un honor que oficiaras la ceremonia -cogió la mano de su padre-. Significaría mucho para mí.

El reverendo asintió y Ellie vio que estaba llorando. Impulsivamente, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Demasiado, pensó, mientras se comprometía a conseguir que, algún día, su matrimonio funcionara. Cuando tuviera su propia familia, sus hijos no tendrían miedo de explicar a su padre lo que sentían. Sólo esperaba que Billington pensara igual.

Charles se dio cuenta de que había olvidado preguntar a Ellie su dirección, aunque no le costó demasiado encontrar la casa del vicario de Bellfield. Llamó a la puerta a la una en punto y lo sorprendió descubrir que no era Ellie quien le abría, ni su padre, sino una rellenita mujer de pelo oscuro que enseguida gritó:

– Usted debe de ser el cooonde.

– Imagino que sí.

– No tengo palabras para expresarle lo honrados y encantados que estamos de que se una a nuestra humilde familia.

Charles miró a su alrededor mientras se preguntaba si se había equivocado de casa. Era imposible que esa criatura estuviera relacionada con Ellie. La mujer lo agarró del brazo, pero al conde lo salvó un sonido que llegó del otro lado de la sala que sólo podía describirse como un gruñido ahogado. Ellie. Gracias a Dios.

– Señora Foxglove -dijo ella, con la voz teñida de irritación. Cruzó la sala en un santiamén.

Ah, la señora Foxglove. Debía de ser la horrible prometida del reverendo.

– Aquí llega mi querida hija -dijo la mujer mientras se volvía hacia Ellie con los brazos abiertos.

La joven la esquivó con un ágil movimiento.

– La señora Foxglove es mi futura… madrastra -dijo ella, haciendo hincapié en la última palabra-. Pasa mucho tiempo en esta casa.

Charles contuvo una sonrisa porque pensaba que Ellie acabaría destrozándose los dientes por la presión si seguía lanzando aquellas miradas fulminantes a la señora Foxglove. La mujer se volvió hacia él y dijo:

– La madre de mi querida Eleanor murió hace muchos años. Para mí es un placer ser como una madre para ella.

Charles miró a Ellie. Parecía a punto de estallar.

– El coche está esperando fuera -dijo-. He pensado que podríamos ir a hacer un picnic en el prado. Quizá deberíamos…

– Tengo un retrato de mi madre -dijo Ellie, mirando a la señora Foxglove a pesar de que las palabras iban dirigidas a Charles-. Por si quiere saber cómo era.