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No obtuvo respuesta.

Ellie frunció el ceño y le apoyó la mano encima del corazón.

– Milord, no se ha muerto desde la última vez que ha gruñido, ¿no?

Como es lógico, él no respondió, pero ella notó cómo el corazón le latía rítmicamente debajo de la palma de la mano, lo que la tranquilizó mucho.

– Charles -dijo, intentando ser fuerte-, le agradecería que se despertara de inmediato.

Cuando él no hizo ni un gesto, ella colocó los dedos índice y corazón en la boca de la petaca y se impregnó la piel de whisky. Se evaporó enseguida, de modo que repitió la operación, aunque esta vez sostuvo la petaca bocabajo más tiempo. Cuando creyó que tenía los dedos lo suficientemente mojados, se los colocó debajo de la nariz al conde.

– Aaah…, ay… ¡Ooooh!

Charles dijo cosas sin sentido cuando despertó. Se levantó como una bala, parpadeando y sorprendido, como si se hubiera despertado de golpe de una pesadilla.

Ellie se echó hacia atrás para evitar que la golpeara con los brazos, pero no fue lo suficientemente rápida, y Charles golpeó la petaca. Salió volando, sin dejar de escupir alcohol ni un segundo. Ellie saltó y esta vez sí que fue rápida. Todo el whisky se derramó sobre el conde, que seguía diciendo cosas incoherentes.

– ¿Qué diablos me ha hecho? -le preguntó cuando recuperó el habla.

– ¿Qué le he hecho?

Él tosió y arrugó la nariz.

– Huelo como un borracho.

– Huele como hace dos días.

– Hace dos días estaba…

– Era un borracho -lo interrumpió ella.

Él oscureció la mirada.

– Estaba borracho, no era un borracho. Hay una diferencia. Y usted… -la señaló con el dedo, pero hizo una mueca por el repentino movimiento y se agarró la cabeza.

– ¿Charles? -preguntó ella con cautela, olvidándose de que estaba enfadada con él por culparla de aquel estúpido incidente. Sólo veía que le dolía. Y, a juzgar por su cara, le dolía mucho.

– ¡Jesús! -maldijo él-. ¿Alguien me ha golpeado en la cabeza con un tronco?

– Yo he estado tentada -intentó bromear Ellie, con la esperanza de que la frivolidad lo hiciera olvidarse del dolor.

– No lo dudo. De haber nacido hombre, hubiera sido un comandante excelente.

– De haber nacido hombre, habría hecho muchas cosas -murmuró Ellie-, y casarme con usted no hubiera sido una de ellas.

– Qué suerte he tenido -respondió Charles, todavía con una mueca de dolor-. Y usted también.

– Eso está por ver.

Se produjo un extraño silencio y Ellie, que creía que debía explicarle lo que había pasado mientras estaba inconsciente, dijo:

– Acerca del whisky…, supongo que tengo que disculparme, pero sólo intentaba…

– ¿Flamearme?

– No, aunque no es tan mala idea. Intentaba reanimarlo. Vinagreta alcohólica. Ha tirado la petaca cuando se ha levantado.

– ¿Por qué parece que a mí me hayan dado una paliza y usted está completamente ilesa?

Ellie dibujó una media sonrisa irónica.

– Cualquiera diría que un caballero cortés como usted estaría encantado de que la dama no hubiera sufrido heridas.

– Soy muy cortés, milady. Pero también estoy confundido, maldita sea.

– Evidentemente, su cortesía no le impide maldecir en mi presencia. En cualquier caso -agitó la mano en el aire para quitarle hierro al asunto-, tiene suerte de que estas cosas nunca me hayan importado demasiado.

Charles cerró los ojos y se preguntó por qué Ellie necesitaba tantas palabras para decir lo que quería decir.

– Aterricé encima de usted cuando caímos del carruaje -le explicó al final-. Seguro que se ha hecho daño en la espalda cuando ha caído, pero cualquier dolor que sienta en… eh… la parte delantera seguramente es culpa… mía -parpadeó varias veces y luego se quedó callada y con las mejillas teñidas de manchas rosadas.

– Entiendo.

Ellie tragó saliva, incómoda.

– ¿Quiere que le ayude a levantarse?

– Sí, gracias -Charles aceptó su mano y se levantó, intentando ignorar los numerosos dolores que sentía con cada movimiento. Una vez derecho, apoyó las manos en las caderas e inclinó la cabeza hacia la izquierda. El cuello crujió y él intentó contener una carcajada cuando Ellie hizo un gesto de dolor.

– Eso no ha sonado demasiado bien -dijo ella.

Él no respondió. Se limitó a inclinar la cabeza hacia el otro lado mientras descubría una especie de perversa satisfacción en la segunda ronda de crujidos. Al cabo de unos instantes, se volvió hacia el carruaje y maldijo entre dientes. La rueda se había salido del eje y estaba aplastada debajo del vehículo.

Ellie siguió su mirada y dijo:

– Sí, he intentado decirle que la rueda estaba inservible, pero ahora me doy cuenta de que estaba demasiado dolorido para escucharme.

Mientras Charles se arrodillaba para inspeccionar los daños, ella lo sorprendió al añadir:

– Lamento mucho haberme marchado hace unos minutos. No me di cuenta de lo malherido que estaba. Si lo hubiera sabido, no lo habría hecho. En… En cualquier caso, no debería haberme ido. Ha estado muy mal por mi parte.

Charles se emocionó por aquellas sentidas palabras y lo impresionó su sentido del honor.

– Las disculpas no son necesarias -dijo con brusquedad-, pero las agradezco y las acepto.

Ellie inclinó la cabeza.

– No habíamos recorrido mucha distancia desde mi casa. Podríamos regresar con los caballos. Seguro que mi padre podrá encontrar un transporte para que vuelva a casa. O podemos buscar un mensajero que vaya a Wycombe Abbey y diga que envíen otro carruaje.

– Perfecto -murmuró él mientras miraba el carruaje con detenimiento.

– ¿Sucede algo, milord? ¿Aparte del hecho de que hemos cruzado un surco y nos hemos caído?

– Mire esto, Eleanor -alargó el brazo y tocó la rueda destrozada-. Se ha salido del eje.

– Supongo que habrá sido por el accidente.

Charles tamborileó los dedos contra el lateral del carruaje mientras pensaba.

– No, no debería haberse salido. Podría estar rota, por la caída, pero debería estar anclada al carruaje.

– ¿Cree que la rueda se ha salido por otras causas?

– Sí -respondió, pensativo-. Sí.

– Pero sé que hemos cruzado ese surco enorme. Lo he visto. Lo he notado.

– Seguramente, el surco fue lo que provocó que la rueda, que ya debía de estar floja, se soltara.

Ellie se arrodilló y observó los daños.

– Creo que tiene razón, milord. Mire cómo ha quedado. Los rayos se han roto por el peso del carruaje, pero el cuerpo de la rueda está intacto. He estudiado muy poca física, pero creo que debería haberse partido por la mitad cuando nos hemos caído. Y… ¡ah, mire! -metió la mano en el bolsillo y sacó el tornillo.

– ¿Dónde lo ha encontrado?

– En el camino. Más allá de la colina. Debió de soltarse de la rueda.

Charles se volvió hacia ella con un movimiento tan rápido que quedaron con las narices pegadas.

– Creo -dijo con suavidad- que tiene razón.

Ellie separó los labios, sorprendida. Lo tenía tan cerca que su aliento le acariciaba la cara; tan cerca que podía sentir sus palabras, aparte de oírlas.

– Tendré que volver a besarte.

Ella intentó emitir un sonido que transmitiera… bueno, no sabía qué quería transmitir exactamente, pero no importó porque sus cuerdas vocales se negaron a emitir ningún sonido. Se quedó allí sentada, inmóvil, mientras él lentamente inclinaba la cabeza y le daba un beso en los labios.

– Precioso -murmuró él, y sus palabras penetraron en su boca.

– Milord…

– Charles -la corrigió él.

– Tenemos que… Quiero decir… -en ese punto, perdió el hilo de sus pensamientos. Es lo que le pasaba cuando la lengua de un hombre le acariciaba el labio inferior.

El se rió y levantó la cabeza un centímetro.