Tensó el cuerpo y se inclinó para besarla, para acariciarle el precioso pelo dorado rojizo con las manos y entonces…
Ella se separó. Sin más.
Charles maldijo en voz baja.
– No es muy buena idea, milord -dijo ella, muy segura de sus palabras.
– Llámame Charles -respondió él.
– No cuando tienes ese aspecto.
– ¿Qué aspecto?
– Así…, no sé. Imperioso -parpadeó-. En realidad, parece como si estuvieras dolorido.
– Es que lo estoy -admitió él.
Ella retrocedió.
– Oh, lo siento mucho. ¿Todavía te duele el cuerpo por el accidente con el carruaje? ¿O es el tobillo? Me he fijado en que todavía cojeas un poco.
La miró mientras se preguntaba si realmente podía ser tan inocente.
– No es el tobillo, Eleanor.
– Si yo tengo que llamarte Charles, será mejor que me tú llames Ellie -dijo ella.
– Todavía no me has llamado Charles.
– Supongo que no. -Se aclaró la garganta mientras pensaba que aquella conversación bastaba como prueba de que no conocía lo suficiente a ese hombre para casarse con él-. Charles.
Él sonrió.
– Ellie. Me gusta. Te queda bien.
– Sólo mi padre me llama Eleanor -frunció el ceño-. Ah, y la señora Foxglove, supongo.
– Entonces, nunca te llamaré Eleanor -prometió él con una sonrisa.
– Seguramente lo harás -dijo ella- cuando te enfades conmigo.
– ¿Por qué dices eso?
– Todo el mundo lo hace cuando se enfada conmigo.
– ¿Por qué estás tan segura de que me enfadaré contigo?
Ella se rió.
– Milord, vamos a estar juntos toda la vida. Imagino que no pasará mucho antes de que haga algo que despierte tu ira, al menos una vez.
– Supongo que tendría que estar contento de haberme casado con una mujer realista.
– A largo plazo, somos las mejores -respondió ella con una amplia sonrisa-. Ya lo verás.
– No lo dudo.
Se produjo un momento de silencio y Ellie dijo:
– Deberíamos ir a desayunar.
– Supongo que sí -murmuró él mientras alargaba la mano para acariciarle la barbilla.
Ellie retrocedió.
– No lo intentes.
– ¿El qué? Formaba parte de nuestro acuerdo, ¿no es así?
– Sí. -Ellie intentó escaparse-. Pero sabes perfectamente que no puedo pensar cuando haces eso -imaginó que seguramente debería haberse guardado esa información, pero ¿para qué si él lo sabía tan bien como ella?
Charles dibujó una sonrisa satisfecha.
– Ésa es la idea, querida.
– Quizá para ti -respondió ella-, pero me gustaría poder conocerte mejor antes de pasar a… eh… esa fase de la relación.
– Muy bien, ¿qué quieres saber?
Ellie se quedó callada unos segundos porque no sabía qué responder. Al final, dijo:
– Cualquier cosa.
– ¿Lo que sea?
– Lo que sea que te parezca que me servirá para conocer mejor al conde de Billington…, perdón, a Charles.
El se quedó pensativo, luego sonrió y dijo:
– Escribo listas de forma compulsiva. ¿Te parece interesante?
Ellie no estaba segura de qué esperaba que le revelara, pero aquello no. ¿Escribía listas de forma compulsiva? Eso hablaba más de él que cualquier afición o pasatiempos.
– ¿Sobre qué escribes listas? -le preguntó.
– De todo.
– ¿Has escrito una lista sobre mí?
– Por supuesto.
Ellie esperó que dijera algo más y luego, impaciente, preguntó:
– ¿Qué ponía?
El se rió ante su curiosidad.
– Era una lista de motivos por los que creía que serías una buena esposa. Esas cosas.
– Ya. -Ellie quería preguntarle cuántos puntos tenía la lista, pero le pareció que podría ser de mala educación.
Él se inclinó hacia delante, con el diablo reflejado en sus ojos marrones.
– Había seis puntos.
Ella retrocedió.
– Estoy segura de que no te he preguntado por el número de puntos.
– Pero querías hacerlo.
Ella no dijo nada.
– Ahora -dijo Charles-, tienes que decirme algo sobre la señorita Eleanor Lyndon.
– Ya no soy la señorita Eleanor Lyndon -respondió ella con descaro.
Charles se rió ante su error.
– La condesa de Billington. ¿Cómo es?
– A veces, habla demasiado -dijo ella.
– Eso ya lo sé.
Ellie hizo una mueca.
– Está bien -se quedó pensativa un segundo-. Cuando hace buen tiempo, me gusta coger un libro y leer al aire libre. No suelo volver a casa hasta el atardecer.
Charles alargó la mano y la tomó por el brazo.
– Está muy bien que un marido sepa eso -dijo con suavidad-. Así, si alguna vez te pierdo, sabré dónde buscar.
Se dirigieron hacia el comedor, y él se inclinó y le dijo:
– Parece que el vestido te va como un guante. ¿Te gusta?
– Sí, mucho. Es el vestido más bonito que me he puesto en la vida. Casi no ha hecho falta ni arreglarlo. ¿Cómo lo has conseguido en tan poco tiempo?
Él se encogió de hombros con toda tranquilidad.
– He pagado una cantidad obscena de dinero a una modista.
Antes de que Ellie pudiera responder, giraron una esquina y entraron en el comedor. El pequeño grupo de invitados se puso de pie para recibir y vitorear al nuevo matrimonio.
El desayuno fue tranquilo, con la excepción de la presentación de la tía-abuela de Charles, Cordelia, que había estado ausente durante la ceremonia y gran parte del desayuno. Ellie no pudo evitar fijarse en la silla vacía y preguntarse si la tía de su marido tenía alguna objeción a la elección de Charles.
Él siguió la dirección de su mirada y le susurró:
– No te preocupes. Es una mujer excéntrica y le gusta seguir su propio ritmo. Estoy seguro de que aparecerá.
Ellie no lo creyó hasta que una anciana, con un vestido de hacía al menos veinte años, entró corriendo en el comedor al grito de:
– ¡La cocina está ardiendo!
Ellie y su familia estaban levantados (de hecho, la señora Foxglove ya estaba en la puerta) cuando se dieron cuenta de que Charles y sus primas no se habían movido.
– ¡Charles! -exclamó Ellie-. ¿No has oído lo que ha dicho? Tenemos que hacer algo.
– Siempre aparece diciendo que esto o aquello está ardiendo -respondió él-. Le gusta poner un toque de dramatismo.
Cordelia se acercó a Ellie.
– Tú debes de ser la novia -dijo la mujer, directamente.
– Eh… sí.
– Bien. Hacía tiempo que necesitábamos una -y se marchó, dejando a Ellie boquiabierta.
Charles le dio una palmadita en la espalda.
– ¿Lo ves? Le has caído bien.
Ellie volvió a sentarse mientras se preguntaba si todas las familias aristócratas tenían a una tía soltera loca escondida en el desván.
– ¿Hay algún otro familiar que quieras presentarme? -le preguntó con voz débil.
– Sólo mi primo Cecil -respondió Charles, que estaba haciendo un gran esfuerzo por no reírse-. Pero no vive aquí. Además, es un sapo adulador.
– Un sapo en la familia -murmuró Ellie, con una delicada sonrisa-. Qué curioso. Desconocía la rama anfibia en los Wycombe.
Charles se rió.
– Sí, somos unos excelentes nadadores.
Ahora Ellie sí que se rió abiertamente.
– Pues algún día tendrás que enseñarme. Nunca he aprendido.
Él le tomó la mano y se la acercó a los labios.
– Será un honor, milady. En cuanto empiece a hacer calor, iremos al estanque.
Y, ante los ojos de todos los presentes, parecían una pareja de jóvenes locamente enamorados.
Unas horas después, Charles estaba sentado en su despacho, con la silla reclinada hacia atrás y los pies apoyados encima de la mesa.