Выбрать главу

– Si quieres saberlo -dijo ella al final-, estaba intentando consolarme por lo del terrible incidente de esta mañana…

– ¿El incendiario?

– Sí, ése -dijo, aunque no le hizo demasiada gracia aquella burlona interrupción-. Como decía, intentaba consolarme con una lista de cosas que podrían haber pasado y que habrían sido peores.

Charles curvó la comisura de los labios en una sonrisa irónica.

– ¿Y matar a alguien es peor?

– Bueno, depende de a quién.

Él soltó una carcajada.

– Tocado, milady. Sabes cómo hacerme daño.

– Lamentablemente, mis golpes no son letales -respondió Ellie, que no pudo evitar sonreír. Se lo estaba pasando demasiado bien.

Se produjo un agradable momento de silencio y luego Charles dijo:

– Yo hago lo mismo.

– ¿Cómo dices?

– Intentar mejorar una situación negativa imaginando todas las opciones que habrían podido ser peores.

– ¿Todavía lo haces? -a Ellie le gustó enormemente que los dos se enfrentaran de la misma forma a la adversidad. Sintió que, de alguna forma, encajaban mejor.

– Mmm, sí. Deberías haber oído lo que pensaba el mes pasado, cuando estaba convencido de que toda mi fortuna iría a parar a mi odioso primo Phillip.

– Pensaba qué tu odioso primo se llamaba Cecil.

– No, Cecil es el sapo. El odioso es Phillip.

– ¿Hiciste una lista?

– Siempre hago listas -respondió él con ligereza.

– No -dijo ella, riendo-. Me refería a si hiciste una lista de qué sería peor que perder tu fortuna.

– En realidad, sí -dijo con una sonrisa-. Y, ahora que lo dices, la tengo en mi habitación. ¿Quieres oírla?

– Por favor.

Charles desapareció por la puerta que conectaba las dos habitaciones y, al cabo de unos segundos, regresó con una hoja de papel. Antes de que Ellie supiera qué iba a hacer, él saltó a la cama y se tumbó a su lado.

– ¡Charles!

Él la miró de reojo y sonrió.

– Necesito una almohada para apoyar la espalda.

– Sal de mi cama.

– No estoy dentro, sólo estoy encima -le sacó una de las almohadas de debajo de la cabeza y se la afianzó-. Esto está mucho mejor.

Ellie, cuya cabeza ahora colgaba de una forma muy extraña, no le pareció que así estuviera mejor y se lo hizo saber. Charles la ignoró y le preguntó:

– ¿Quieres que te lea la lista o no?

Ella accedió agitando la mano en el aire.

– Perfecto -elevó la nota hasta la altura de los ojos-. Número Uno… Ah, por cierto, la lista se titula: «Lo peor que podría pasarme».

– Espero no estar en ella -susurró Ellie.

– No seas boba. Tú eres lo mejor que me ha pasado en meses.

Ella se sonrojó ligeramente y se enfadó con ella misma por reaccionar así ante sus palabras.

– Si no fuera por algunos terribles malos hábitos, serías perfecta.

– ¿Cómo dices?

Él sonrió con picardía.

– Me encanta cuando me dices eso.

– ¡Charles!

– Está bien. Supongo que salvaste mi fortuna, por lo que debo ignorar algunos pequeños defectos.

– ¡Yo no tengo pequeños defectos! -exclamó ella.

– Tienes razón -murmuró él-. Sólo grandes.

– No quería decir eso, y lo sabes.

Él se cruzó de brazos.

– ¿Quieres que lea la lista?

– Empiezo a pensar que no tienes ninguna lista. Jamás he conocido a nadie que cambiara tanto de tema.

– Y yo jamás he conocido a nadie que hablara tanto como tú.

Ellie sonrió.

– Pues tendrás que acostumbrarte a esta mujer habladora, porque te has casado con ella.

Charles volvió la cabeza hacia ella y la observó con detenimiento.

– Mujer habladora, ¿eh? ¿A quién te refieres?

Ella se separó de él hasta el punto de que casi se cae de la cama.

– Ni se te ocurra besarme, Billington.

– Me llamo Charles, y no se me había ocurrido besarte. Aunque, ahora que lo dices, no es mala idea.

– Lee… la… lista.

Él se encogió de hombros.

– Si insistes.

Ellie pensaba que iba a gritar.

– Veamos -sujetó la lista frente a sus ojos y golpeó el papel para congregar toda la atención-. Número uno: Cecil podría heredar la fortuna.

– Pensaba que Cecil iba a heredarla.

– No, el heredero sería Phillip. Cecil tendría que matarnos a los dos. Si no me hubiera casado, sólo tendría que haber matado a Phillip.

Ellie lo miró boquiabierta.

– Lo dices como si realmente se le hubiera pasado por la cabeza.

– No lo descartaría -respondió Charles, encogiéndose de hombros-. Sigamos. Número dos: Inglaterra podría estar anexionada a Francia.

– ¿Estabas ebrio cuando la hiciste?

– Tienes que admitir que sería terrible. Peor que perder mi fortuna.

– Eres muy amable al anteponer el bienestar de Inglaterra al tuyo propio -dijo Ellie, muy mordaz.

Él suspiró y respondió:

– Imagino que soy así. Noble y patriótico hasta la médula. Número tres…

– ¿Puedo interrumpir?

Él le lanzó una atribulada mirada que claramente decía: «Acabas de hacerlo».

Ellie puso los ojos en blanco.

– Es que me preguntaba si la lista sigue algún orden de importancia.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Si sigue un orden, significa que prefieres que Francia conquiste Inglaterra a que Cecil herede tu fortuna.

Charles soltó aire por la boca muy despacio.

– No sé qué es peor. Me costaría decidirme.

– ¿Siempre eres tan frívolo?

– Sólo con las cosas importantes. Número tres: el cielo podría caer sobre la tierra.

– ¡Eso es mucho peor que el hecho de que Cecil herede tu fortuna! -exclamó ella.

– En realidad, no. Si el cielo cae sobre la tierra, Cecil estaría muerto y no podría disfrutar de la fortuna.

– Ni tú -respondió Ellie.

– Mmm. Tienes razón. Tendré que revisar la lista -volvió a sonreírle y sus ojos se llenaron de calidez, aunque no de pasión, se dijo Ellie.

La mirada de Charles parecía reflejar algo más parecido a la amistad o, al menos, eso esperaba ella. Respiró hondo y decidió aprovecharse de aquel dulce momento para decir:

– Yo no provoqué el fuego, ¿sabes? No fui yo.

Él suspiró.

– Ellie, sé que nunca harías algo así a propósito.

– Es que yo no hice nada -respondió ella con sequedad-. Alguien movió la rejilla del horno después de que yo lo arreglara.

Charles volvió a soltar el aire. Deseaba creerla, pero ¿por qué iba alguien a tocar el horno? Las únicas personas que sabían cómo funcionaba eran los criados, y ninguno de ellos tenía motivos para querer hacer quedar mal a la nueva condesa.

– Ellie -dijo, intentando calmar los ánimos-, quizá no sabes tanto sobre hornos como creías.

De repente, ella se tensó.

– O quizá este horno es distinto al tuyo.

Relajó un poco la mandíbula, pero todavía estaba muy enfadada con él.

– O quizá -siguió él, con mucha suavidad, mientras alargaba el brazo y la tomaba de la mano-, quizá sabes tanto como dices de hornos, pero cometiste un pequeño error. El estado de recién casado puede llegar a distraer mucho.

Pareció que ella se suavizó un poco con ese comentario y Charles añadió:

– Dios sabe que yo estoy distraído.

Para cambiar de tema, Ellie señaló unos garabatos que había en la parte inferior de la hoja que él tenía en la mano.

– ¿Qué es eso? ¿Otra lista?

Charles miró, se apresuró a doblar el papel y dijo:

– Ah, no es nada.

– Tengo que leerla -le quitó el papel de las manos y, cuando él se estiró para recuperarlo, Ellie saltó de la cama-. ¿Las cinco cualidades más importantes en una esposa? -leyó, incrédula.

Él se encogió de hombros.