Выбрать главу

– ¡Basta! -gritó-. Basta ya.

– ¡Charles! -ella trató de zafarse de sus manos, con lo que consiguió enloquecerlo más.

– Ni una palabra más -dijo él, en un tono áspero y con los ojos saltones-. Si dices una palabra más, juro por Dios que no respondo de mis actos.

– Pero yo…

Ante el sonido de su voz, la agarró con fuerza por los hombros. Agitó los músculos y exageró la expresión salvaje de los ojos, como si ya no supiera o le importara lo que fuera a hacer.

Ellie lo miró con cautela.

– Charles -susurró-, quizá no deberías…

– Quizá sí.

Ella abrió la boca para protestar, pero, antes de poder decir algo, él la devoró con un apasionado beso. Era como si su boca estuviera en todas partes: en sus mejillas, en su cuello, en sus labios. Le recorrió el cuerpo con las manos y se detuvo para disfrutar de la curva de sus caderas y la turgencia de sus pechos.

Ellie percibió cómo la pasión crecía en él, y en ella. Charles pegó sus caderas a las suyas. Ella notaba su erección mientras él la aprisionaba todavía más en la otomana, y tardó varios segundos en darse cuenta de que ella también estaba balanceando su cuerpo al ritmo de sus envestidas.

La estaba seduciendo desde la rabia, y ella estaba respondiendo. Aquello bastó para enfriar su pasión; colocó las manos en sus hombros y se escurrió de debajo de él. Estaba al otro lado de la habitación antes de que él se levantara.

– ¿Cómo te atreves? -dijo, jadeando-. ¿Cómo te atreves?

Charles levantó un hombro en un gesto insolente.

– Era besarte o matarte. Me parece que mi decisión ha sido correcta -se fue hasta la puerta y colocó la mano en el pomo -Demuéstrame que no me he equivocado.

CAPITULO 10

Al día siguiente, Charles se despertó con un terrible dolor de cabeza. Su nueva esposa parecía que tenía la habilidad de provocarle una horrible resaca sin haber probado ni una gota de alcohol.

No cabía ninguna duda. El matrimonio no era bueno para la salud.

Después de lavarse y vestirse, decidió que tenía que buscar a Ellie y ver cómo estaba. No tenía ni idea de qué iba a decirle, pero parecía que tenía que decirle algo.

Lo que quería decirle era: «Disculpas aceptadas», pero, para eso, ella tenía que disculparse por sus escandalosas palabras de la noche anterior, y dudaba que fuera a hacerlo.

Llamó a la puerta que conectaba las habitaciones y esperó una respuesta. Cuando no obtuvo ninguna, abrió la puerta sólo un poco y la llamó. Siguió sin tener respuesta, así que abrió la puerta un poco más y se asomó.

– ¿Ellie? -miró la cama y lo sorprendió ver que estaba perfectamente hecha. Los criados todavía no habían venido a limpiar. Estaba seguro, porque les había dado instrucciones de que llevaran un ramo de flores frescas a la habitación de su mujer cada mañana y allí todavía estaban las violetas de ayer.

Meneó la cabeza cuando comprendió que su mujer se había hecho la cama. Imaginó que no debía de sorprenderle. Era una mujer bastante competente.

Excepto con los hornos, claro.

Charles bajó al salón del desayuno, pero, en lugar de su mujer, sólo encontró a Helen, Claire y Judith.

– ¡Charles! -exclamó Claire cuando lo vio entrar por la puerta. Se levantó.

– ¿Cómo está mi prima de catorce años favorita esta mañana? -dijo mientras la tomaba de la mano y la besaba con galantería. A las jóvenes les encantaban esas tonterías románticas, y él adoraba a Claire lo suficiente como para recordar agasajarla con esos gestos.

– Estoy muy bien, gracias -respondió ella-. ¿Desayunarás con nosotras?

– Creo que sí -murmuró Charles mientras se sentaba.

– No tenemos tostadas -añadió Claire.

Helen le lanzó una mirada de reprobación, pero él no pudo evitar chasquear la lengua mientras se servía un locha de jamón.

– A mí también puedes darme un beso en la mano -dijo Judith.

– Que me caiga un rayo por haberme olvidado -dijo Charles mientras se levantaba. Tomó la mano de la pequeña y se la acercó a los labios-. Mi querida princesa Judith, un millón de disculpas.

La niña se rió mientras Charles volvía a su silla.

– ¿Dónde estará mi mujer? -preguntó él.

– No la he visto -respondió Claire.

Helen se aclaró la garganta.

– Eleanor y yo somos madrugadoras. La he visto desayunar antes de que Claire y Judith bajaran.

– ¿Y estaba comiendo tostadas? -preguntó su hija mayor.

Charles tosió para disimular su risa. No quedaría bien reírse de la mujer de uno delante de la familia. A pesar de que ese uno estuviera increíblemente enfadado con dicha mujer.

– Me parece que se ha comido una galleta -respondió Helen, muy seca-. Y tendré que pedirte que no vuelvas a sacar el tema, Claire. Tu nueva prima es muy sensible respecto a ese incidente.

– Es mi prima política. Y no fue un incidente, fue un incendio.

– Eso fue ayer -intervino Charles-, y yo ya lo he olvidado por completo.

Claire frunció el ceño y Helen continuó:

– Me parece que tenía pensado ir al invernadero. Dijo algo de ser una experta jardinera.

– ¿El invernadero es ignífugo? -preguntó Claire.

Charles la miró con severidad.

– Claire, ya basta.

La chica volvió a fruncir el ceño, pero no dijo nada más. Entonces, mientras los tres se miraban en silencio, un poderoso grito atravesó el aire:

– ¡Fuego!

– ¡Lo veis! -gritó Claire con petulancia-. ¡Lo veis! Os dije que prendería fuego al invernadero.

– ¿Otro fuego? -preguntó la niña, encantada con la idea-. La vida con Ellie es muy emocionante.

– Judith -dijo su madre, con un tono cansado-, los incendios no son emocionantes. Y, Claire, sabes perfectamente que sólo es la tía Cordelia. Estoy segura de que no hay ningún incendio.

Como si quisiera demostrar que Helen tenía razón, Cordelia entró en el salón gritando: «¡Fuego!» Pasó junto a la mesa y siguió corriendo hacia el comedor formal, con destino desconocido.

– ¿Veis? -dijo Helen-. Sólo es Cordelia. No hay ningún fuego.

Charles quería estar de acuerdo con Helen, pero, después del susto de ayer, descubrió que estaba algo nervioso. Se limpió la boca con la servilleta y se levantó.

– Creo que iré a dar un paseo -improvisó. No quería que sus primas creyeran que iba a comprobar qué hacía su mujer.

– Pero si apenas has probado la comida -protestó Claire.

– No tengo hambre -dijo Charles enseguida, calculando mentalmente cuánto podría tardar un fuego en extenderse desde el invernadero-. Nos veremos en la comida -dio media vuelta, se marchó y, en cuanto hubo salido del comedor, echó a correr.

Ellie allanó la tierra alrededor de un arbusto en flor mientras se maravillaba ante el espectacular invernadero. Había oído hablar de estas estructuras, pero nunca había visto una. Así se mantenía un clima lo suficientemente cálido como para poder cultivar plantas durante todo el año, incluso naranjos, que sabía que preferían un clima más tropical. Cuando tocó las hojas del naranjo, se le hizo la boca agua. Ahora no tenía frutos, pero cuando llegara la primavera y el verano…, sería maravilloso.

Si el lujo significaba poder comer naranjas en verano, se dijo que podría acostumbrarse a él.

Paseó por el invernadero y observó las distintas plantas. Estaba impaciente por empezar a cuidar los rosales. Le encantaba entretenerse en el jardín de su padre. Esto tenía que ser el mayor beneficio de su apresurado matrimonio: la oportunidad de poder dedicarse al jardín durante todo el año.

Estaba arrodillada intentando observar el sistema de raíces de una planta en particular, cuando oyó que unos pasos se acercaban. Cuando levantó la mirada, vio que Charles entraba corriendo en el invernadero; bueno, llegó corriendo a la puerta y luego se detuvo en seco, como si no quisiera que ella supiera que había venido corriendo.