Ella se rió.
– No quiero saber la de veces que has dicho esa frase, milord.
Charles se levantó de la cama y se colocó delante de ella con la agilidad de un gato. Aprovechó su desconcierto para tomarla de la mano y acercársela a los labios.
– Si intentas seducirme -dijo ella, inexpresiva-, no funcionará.
Él sonrió, una sonrisa endiablada.
– No intento seducirte, querida Eleanor. Jamás intentaría llevar a cabo una tasca tan extraordinaria. Al fin y al cabo, eres noble, recta y fuerte.
Visto así, a Ellie le daba la sensación de ser un tronco de un árbol.
– ¿Dónde quieres llegar? -le preguntó.
– Es sencillo. Creo que deberías seducirme tú.
CAPITULO 11
Le golpeó el pecho con los talones de las manos y lo tiró a la cama.
– ¿Te has vuelto loco? -chilló.
Charles sonrió.
– Te aseguro que no tenías que recurrir a la fuerza para atraerme a tu cama, querida esposa.
– ¡Esto es sólo un juego para ti!
– No, Ellie. Es el matrimonio.
– No sabes qué es el matrimonio.
– Ya, pero tú misma has admitido que tú tampoco -alargó el brazo para tomarla de la mano-. Sugiero que aprendamos juntos.
Ella apartó la mano.
– No me toques. No puedo pensar cuando me tocas.
– Una realidad muy alentadora -murmuró él.
Ella le lanzó una mirada mordaz.
– No voy a intentar seducirte.
– No sería tan complicado. Y siempre es agradable conseguir los objetivos que uno se propone.
– Sería increíblemente complicado -respondió ella, ofendida-. Sería incapaz de reunir el deseo suficiente para hacerlo bien.
– Ah. Un buen golpe, milady, pero claramente falso.
Ellie quería responder algo agudo, pero no se le ocurrió nada. El problema era que ella también sabía que sus palabras eran falsas. Charles sólo tenía que mirarla y a ella se le doblaban las rodillas. Cuando alargaba la mano y la tocaba, apenas podía mantenerse en pie.
– Ellie -dijo con suavidad-, ven a la cama.
– Voy a tener que pedirte que te marches -respondió ella con remilgo.
– ¿Ni siquiera piensas darle una oportunidad a mi plan? No me parece justo que descartes mis ideas de buenas a primeras.
– ¿Justo? ¡Justo! ¿Estás loco?
– A veces yo también me lo pregunto -dijo él entre dientes.
– ¿Lo ves? Sabes tan bien como yo que esto es una locura.
Charles maldijo para sí mismo y farfulló algo sobre que ella tenía mejor oído que un conejo. Ellie se aprovechó de aquel relativo silencio para seguir a la ofensiva y dijo:
– ¿Qué podría ganar seduciéndote?
– Te lo explicaría -dijo él con picardía-, pero no estoy seguro de que tus tiernos oídos estén listos para eso.
Ellie se sonrojó de golpe e intentó decir:
– Sabes que no me refería a eso -pero tenía los dientes tan apretados que sólo se oyó silbido.
– Ah, mi mujer reptil -suspiró Charles.
– Estoy perdiendo los nervios, milord.
– ¿De veras? No me había dado cuenta.
Ellie nunca había querido abofetear a nadie en su vida, pero estaba comenzando a pensar que aquél era un buen momento para empezar. La actitud burlona y segura de su marido era casi insoportable.
– Charles…
– Antes de que continúes -la interrumpió él-, permíteme que te explique por qué deberías considerar seriamente seducirme.
– ¿Has hecho una lista? -preguntó ella, arrastrando las palabras.
Él agitó la mano en el aire como si nada.
– Te aseguro que no es algo tan formal. Pero tiendo a pensar en listas, es una costumbre que compartimos los escritores de listas compulsivos, y naturalmente tengo algunos motivos organizados en mi cabeza.
– Naturalmente.
Él sonrió ante su intento de sarcasmo.
– No siguen ningún orden, claro -cuando ella no dijo nada, él añadió-: Lo digo para que no haya malentendidos sobre la seguridad de Inglaterra, la posibilidad de que el cielo caiga sobre la tierra y todo eso.
Ellie quería echarlo de la habitación con todas sus fuerzas. Y, si contra su propio criterio, dijo:
– Adelante.
– Está bien, veamos.
Charles colocó las manos en posición de oración mientras intentaba ganar tiempo. No se le había ocurrido hacer una lista hasta que Ellie lo mencionó. Miró a su mujer, que estaba golpeando el suelo con la punta del pie, impaciente.
– Está bien, empecemos, pero primero tenemos que buscar un título.
Ella lo miró con recelo y Charles supo que sospechaba que se lo estaba inventando todo sobre la marcha. Ningún problema, se dijo. No debería ser tan complicado.
– El título -le recordó ella.
– Ah, sí. «Motivos por los que Ellie debería seducir a Charles.» La habría llamado «Motivos por los que Ellie debería intentar seducir a Charles» -añadió él-, pero la primera me parece más acertada.
Ella sólo lo miró fijamente, así que él continuó:
– Quería decir que no hay motivo para temer que fracases en el intento.
– Ya sé lo que querías decir.
Él sonrió con travesura.
– Sí, claro. ¿Pasamos al primer motivo?
– Por favor.
– Empezaré por el más elemental. Número uno: lo disfrutarás.
Ellie quería contradecirlo, pero tenía la sensación de que sería otra mentira.
– Número dos: lo disfrutaré-la miró y sonrió-. Estoy convencido.
Ellie se apoyó en la pared porque notaba que las rodillas empezaban a fallarle.
Charles se aclaró la garganta.
– Lo que enlaza directamente con el número tres: como lo disfrutaré, no tendré ningún motivo para buscar cariño en otra parte.
– ¡El hecho de estar casado conmigo debería bastar!
– Es cierto -asintió él-. Pero soy el primero en reconocer que no soy el hombre más noble y temeroso de Dios. Tendré que aprender lo placentero y satisfactorio que puede ser el matrimonio.
Ellie soltó una risa desdeñosa y burlona.
– Cuando lo haga -continuó-, estoy seguro de que seré un marido modelo.
– En la otra lista escribiste que querías un matrimonio sofisticado y abierto, uno en el que fueras libre de extraviarte.
– Eso fue antes de conocerte -respondió él, muy jovial.
Ella colocó las manos en las caderas.
– Ya te he dicho que no me creo ese argumento.
– Pero es verdad. Para ser sincero, jamás hubiera pensado encontrar a una mujer a la que quisiera ser fiel. No voy a decirte que estoy enamorado de ti…
El corazón de Ellie la sorprendió y se encogió.
– … pero creo que, con el tiempo y el estímulo necesarios, puedo llegar a quererte.
Ella se cruzó de brazos.
– Dirías cualquier cosa para seducir a una mujer, ¿verdad?
Charles hizo una mueca. Sus palabras habían sonado mucho peor de lo que él pretendía.
– Esto no va bien -dijo entre dientes.
Ella arqueó una ceja, y le regaló una expresión que era increíblemente igual a la de su difunta niñera… cuando estaba enfadada con él. De repente, Charles se sintió como un niño al que estaban regañando…, una sensación muy desagradable para alguien de su posición.
– Demonios, Ellie -dijo mientras saltaba de la cama y se ponía de pie-, quiero hacer el amor con mi mujer. ¿Acaso es un crimen?
– Lo es cuando no sientes cariño por ella.
– ¡Siento cariño por ti! -se echó el pelo hacia atrás con las manos y su expresión reflejó lo agotado que estaba-. Me gustas más que cualquier otra mujer que haya conocido. ¿Por qué diantres crees que me casé contigo?
– Porque, sin mí, toda tu fortuna habría ido a parar a tu odioso primo Cecil.
– Phillip -la corrigió automáticamente-, y para salvar mi fortuna me habría podido casar con cualquiera. Créeme, podía elegir entre las mejores carnadas de Londres.
– ¿Carnadas? -repitió ella, atónita-. Es horrible. ¿Acaso no respetas a las mujeres?