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CAPITULO 16

Varias horas después, cuando Charles se despertó, Ellie todavía dormía, gracias a Dios. Sin embargo, la dosis de láudano que le había dado no dudaría mucho más, así que preparó otra para cuando se despertara. No sabía cuánto tiempo le seguirían doliendo las quemaduras, pero no iba a permitir que sufriera innecesariamente ni un segundo más. No podría soportar volver a oírla intentando contener las lágrimas de dolor.

Sencillamente, le partía el corazón.

Se tapó la boca para silenciar un bostezo mientras sus ojos se iban acostumbrando a la escasa luz de la habitación. Odiaba las últimas semanas de otoño, cuando los días se acortaban y el sol se ponía más temprano. Estaba impaciente por que llegara la calidez del verano, o incluso la brisa fresca de la primavera, y se preguntó qué aspecto tendría Ellie en verano, con el sol en el cielo hasta que caía la noche. ¿La luz iluminaría de forma distinta su pelo? ¿Parecería más rojizo? ¿O quizá más rubio? ¿O estaría igual, aunque más cálido?

Con esa idea en la cabeza, se acercó y le apartó un mechón de pelo de la frente, con cuidado de no rozar por accidente las manos vendadas. Estaba a punto de repetirlo cuando alguien llamó suavemente a la puerta. Charles se levantó y cruzó la habitación, haciendo una mueca ante el ruido de las botas cuando salió de la alfombra y pisó el suelo de madera. Se volvió hacia Ellie y suspiró aliviado cuando vio que seguía durmiendo plácidamente.

Abrió la puerta y vio a Claire, que estaba en el pasillo mordiéndose el labio y retorciéndose las manos. Tenía los ojos tan rojos e hinchados que hasta Charles se dio cuenta, incluso bajo la escasa luz de las velas que iluminaban el pasillo, que no tenía ventanas.

– Charles -dijo la chica, hablando demasiado alto-. Tengo que…

Él se acercó un dedo a los labios, salió al pasillo y cerró la puerta tras él. Y entonces, para mayor aturdimiento de Claire, se sentó.

– ¿Qué haces?

– Me quito las botas. No tengo paciencia para localizar a mi asistente para que me ayude.

– Oh -ella lo miró, obviamente desconcertada sobre cómo proceder. Puede que Charles fuera su primo, pero también era conde, y nadie solía mirar a un conde desde arriba.

– ¿Querías hablar conmigo? -le preguntó él mientras agarraba el talón de la bota izquierda.

– Eh…, sí. Bueno, en realidad quiero hablar con Ellie. -Claire tragó saliva de forma convulsiva. Ese gesto parecía agitar todo su cuerpo-. ¿Está despierta?

– No, gracias a Dios, y pienso administrarle otra dosis de láudano en cuanto despierte.

– Claro. Debe de dolerle mucho.

– Sí. Le han salido ampollas en la piel y, seguramente, le quedarán cicatrices para siempre. Claire se estremeció.

– Yo también me quemé una vez. Con una vela, y me dolió mucho. Ellie ni siquiera ha gritado. Debe de ser muy fuerte.

Charles hizo una pausa en su esfuerzo por quitarse la bota derecha.

– Sí -dijo con delicadeza-, lo es. Más de lo que jamás hubiera imaginado.

La chica se quedó callada un buen rato y al final dijo:

– ¿Podré hablar con ella cuando se despierte? Sé que quieres darle más láudano, pero tardará unos minutos en hacer efecto y…

– Claire -la interrumpió Charles-, ¿no puedes esperar hasta mañana?

Ella volvió a tragar saliva.

– No. De verdad que no.

Él la miró fijamente y no apartó la mirada ni siquiera cuando se puso de pie.

– ¿Hay algo que quieras decirme? -le preguntó en voz baja.

Ella meneó la cabeza.

– Ellie. Tengo que hablar con Ellie.

– De acuerdo. Veré si está en condiciones de recibir visitas. Pero, si no es así, tendrás que esperar hasta mañana. Y no se hable más.

Claire parpadeó y asintió mientras Charles agarraba el pomo de la puerta y lo giraba.

Ellie abrió los ojos y volvió a cerrarlos con la esperanza de que eso detuviera la sensación de mareo que se había apoderado de ella en cuanto los había abierto. Aunque no sirvió de nada, así que abrió los ojos y buscó a su marido.

– ¿Charles?

Nada.

Ellie sintió una desconocida punzada de decepción. Le había dicho que no se separaría de su lado. Era lo único que la había mantenido tranquila mientras se dormía. Pero entonces oyó el crujido de la puerta, levantó la cabeza y lo vio silueteado en la penumbra.

– Charles -ella pretendía que fuera un susurro, pero sus palabras fueron un sonido ronco.

Él corrió a su lado.

– Estás despierta.

Ella asintió.

– Tengo sed.

– Claro. -Charles se volvió y, por encima del hombro, dijo-: Claire, pide una taza de té.

Ellie estiró el cuello todo lo que pudo para mirar detrás de Charles. No se había fijado que Claire también estaba en la habitación. Era una sorpresa, puesto que la chica nunca hasta ahora había demostrado ningún interés en su bienestar.

Cuando volvió a mirar a Charles, vio que le había acercado una taza de porcelana a los labios.

– Mientras tanto -le dijo-, si quieres mojarte la garganta, queda un poco de té tibio. He bebido de esta taza, pero es mejor que nada.

Ellie asintió y bebió un sorbo mientras se preguntaba por qué, después de tantos besos, beber de su taza parecía algo tan íntimo.

– ¿Qué tal las manos? -le preguntó.

– Me siguen doliendo mucho -respondió ella con sinceridad-, aunque no tanto como antes.

– Es por el láudano. Puede tener unos efectos muy fuertes.

– Nunca antes lo había tomado.

Él se inclinó ligeramente y le dio un suave beso.

– Y rezo para que no vuelvas a tener que tomarlo.

Ellie siguió bebiendo sorbos de té mientras intentaba, aunque sin éxito, no revivir mentalmente el incidente de la mermelada. Seguía viendo cómo la olla caía al suelo y recordando el terrible instante en que supo con certeza que iba a quemarse y que no podía hacer nada por evitarlo. Y luego, cuando tenía las manos en el cubo de agua helada y sentía que todos la miraban… Oh, fue horrible, horrible. Odiaba hacer el ridículo, quedar mal. Poco importaba que el accidente hubiera sido sólo eso, un accidente, y que no fuera culpa suya. No podía soportar reconocer lástima en los ojos de todos. Incluso Judith había…

– Dios mío -dijo casi ahogándose con el té-. Judith. ¿Está bien?

Charles la miró algo confuso.

– No estaba en la cocina cuando se te ha caído la olla, Ellie.

– Ya lo sé. Pero me vio cuando lloraba y gimoteaba y estaba debilitada por el dolor, y seguro que se ha quedado muy confundida. No quiero imaginarme cómo debe sentirse.

Charles le acarició el labio con el dedo índice.

– Chisss. Si hablas tan deprisa acabarás agotada.

– Pero Judith…

Esta vez, él le apretó los labios con los dedos y se los mantuvo cerrados.

– Está bien. Helen ya le ha explicado qué ha pasado. Estaba muy disgustada, pero se lo está tomando con su habitual humor de niña de seis años.

– Me gustaría hablar con ella.

– Mañana. Creo que ahora está cenando con la niñera y quiere pintar acuarelas hasta la hora de acostarse. Ha dicho que quería hacerte un dibujo muy especial para inspirarte durante tu recuperación.

Por un segundo, Ellie se puso tan contenta que ni siquiera sintió el dolor de las manos.

– Es muy dulce -murmuró.

– Mientras tanto -continuó Charles-, Claire me ha dicho que quiere hablar contigo. Y le he dicho que podrá hacerlo sólo si te sientes en condiciones.

– Claro -murmuró Ellie. Era muy extraño que Claire, que nunca se había molestado en ocultar su desprecio por ella, quisiera hacerle compañía mientras se recuperaba. Pero Ellie todavía albergaba esperanzas de poder mantener una relación más amable y familiar, así que ladeó un poco la cabeza, estableció contacto visual con la chica y dijo: