– Buenas noches, Claire.
La muchacha realizó una reverencia y dijo:
– Espero que te encuentres mejor.
– Un poco -respondió Ellie-, aunque supongo que las quemaduras tardarán un tiempo en curar del todo. Pero me encanta tener compañía. Así no pienso constantemente en mis manos.
No estaba segura, pero le pareció que Claire palideció cuando mencionó sus manos. Se produjo un largo y extraño silencio y, al final, la chica tragó saliva de forma sonora, se volvió hacia Charles y dijo:
– ¿Puedo hablar con Ellie a solas?
– No creo que…
– Por favor.
A Ellie la sorprendió la nota de desesperación que reconoció en la voz de Claire, así que se volvió hacia su marido y dijo:
– Tranquilo. No estoy dormida.
– Pero había pensado darte más láudano.
– Puede esperar cinco minutos.
– No permitiré que sufras más de lo necesario y…
– Estaré bien, Charles. Además, me gustarían unos instantes más de lucidez. Podrías esperar el té en las escaleras.
– Está bien -salió de la habitación, aunque no parecía demasiado contento.
Ellie se volvió hacia Claire con una sonrisa cansada.
– Puede llegar a ser muy tozudo, ¿no te parece?
– Sí. -La chica se mordió el labio inferior y apartó la mirada-. Y me temo que yo también.
Ellie la miró fijamente. Estaba nerviosa y triste. Quería calmarla, pero no estaba segura de si sus tentativas de acercamiento serían bienvenidas. Al fin y al cabo, Claire había dejado clara su oposición a lo largo de las últimas semanas. Al final, alargó la mano hasta el lado de la cama que estaba vacío y dijo:
– ¿Quieres sentarte a mi lado? Me encantaría tener compañía.
Claire dudó, pero luego avanzó unos pasos y se sentó. No dijo nada durante un minuto; se quedó allí jugueteando con el extremo de las mantas. Ellie rompió el silencio:
– ¿Claire?
La chica volvió a la realidad, la miró y dijo:
– No me he portado demasiado bien contigo desde que llegaste.
Ellie no sabía cómo responder, así que se quedó callada.
Claire se aclaró la garganta, como si estuviera reuniendo valor para continuar. Cuando por fin empezó a hablar, lo hizo muy despacio:
– El incendio de la cocina fue culpa mía -dijo-. Yo moví la rejilla. No pretendía provocar un incendio; sólo quería quemar las tostadas para que no parecieras tan lista. Y también estropeé tu asado, y he estado intoxicando el invernadero y… y… -se quedó sin voz y apartó la mirada.
– ¿Y qué, Claire? -insistió Ellie, que sabía qué iba a decirle, aunque necesitaba oírlo de sus labios. Es más, creía que la chica necesitaba confesarlo en voz alta.
– He acercado la olla de mermelada al fuego -susurró-. Jamás pensé que alguien pudiera resultar herido. Créeme, por favor. Sólo quería quemar la mermelada. Nada más. Sólo la mermelada.
Ellie tragó saliva, algo incómoda. Claire parecía tan miserable, tan infeliz y tan arrepentida que quería consolarla a pesar de que era la causante de tanto dolor. Tosió y dijo:
– Tengo un poco de sed. ¿Podrías…?
No tuvo que terminar la frase, porque Claire ya tenía la taza en la mano y se la estaba acercando a los labios. Ellie bebió un sorbo, y luego otro. El láudano le había dejado la garganta muy seca. Al final, miró a Claire y, sencillamente, preguntó:
– ¿Por qué?
– No puedo decírtelo. Sólo te pido que aceptes mis disculpas -a Claire le temblaban los labios y los ojos se le estaban llenando de lágrimas a una velocidad alarmante-. Sé que me he portado muy mal y nunca más volveré a hacer nada parecido. Lo prometo.
– Claire -dijo Ellie, en un tono amable pero firme-. Estaré encantada de aceptar tus disculpas, porque sé que son sinceras, pero no puedes pretender que lo haga sin darme una explicación.
La chica cerró los ojos.
– No quería que cayeras bien a la gente. No quería que te gustara la casa. Quería que te fueras.
– Pero ¿por qué?
– No puedo decírtelo -dijo entre sollozos-. De verdad que no.
– Claire, tienes que decírmelo.
– No puedo. Me da mucha vergüenza.
– Nada es tan horrible como pensamos -dijo Ellie con cariño. La chica se cubrió la cara con las manos y farfulló:
– ¿Prometes no decírselo a Charles?
– Claire, es mi marido. Juramos…
– ¡Tienes que prometérmelo!
Estaba al borde de la histeria. Ellie dudaba que el secreto que guardaba fuera tan terrible como creía, pero entonces recordó cómo era tener catorce años y dijo:
– De acuerdo. Tienes mi palabra.
Claire apartó la mirada antes de decir:
– Quería que me esperara.
Ellie cerró los ojos. Nunca había imaginado que Claire pudiera estar enamorada de Charles.
– Siempre he querido casarme con él -susurró la joven-. Es mi héroe. Hace seis años nos salvó, ¿lo sabías? La pobre mamá estaba embarazada de Judith y los acreedores se lo habían llevado todo. Charles apenas nos conocía, pero pagó las deudas de mi padre y nos acogió en su casa. Y nunca nos hizo sentir como los familiares pobres.
– Oh, Claire.
– No habría tenido que esperar mucho más.
– Pero ¿qué sentido tenía intentar echarme? Ya estábamos casados.
– Os oí discutir. Sé que no habéis… -se sonrojó-. No puedo decirlo, pero sé que el matrimonio podía anularse.
– Oh, Claire -suspiró Ellie, demasiado preocupada por la situación como para avergonzarse de que la chica supiera que todavía no habían consumado el matrimonio-. No podría haberte esperado. Seguro que sabes de la existencia del testamento de su padre.
– Sí, pero podría haber anulado el matrimonio y…
– No -la interrumpió Ellie-, no puede. No podemos. Si lo hace, perderá el dinero para siempre. Charles tenía que casarse antes de su trigésimo cumpleaños y no podía disolverlo después.
– No lo sabía -dijo Claire muy despacio.
Ellie suspiró. Menudo lío. Y justo entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir y abrió los ojos.
– Madre mía -dijo-. El cumpleaños de Charles. ¿Se me ha pasado? -¿Cuántos días había dicho que faltaban para su cumpleaños cuando se conocieron? ¿Quince? ¿Diecisiete? Ellie señaló mentalmente el día que le propuso matrimonio y empezó a contar.
– Es dentro de dos días -dijo Claire.
Como si las hubiera oído, alguien llamó a la puerta.
– Es Charles -dijeron las dos al unísono.
Y Claire añadió:
– Nadie llama tan fuerte.
– Adelante -dijo Ellie. Y se volvió hacia Claire y, con urgencia, le susurró-: Vas a tener que decírselo. No tienes que explicarle por qué, pero tienes que decirle que has sido tú.
La chica parecía apesadumbrada, pero resignada.
– Lo sé.
Charles entró en la habitación con una bandeja de plata donde había un servicio de té y galletas. Hizo apartar a Claire de la cama y dejó la bandeja encima del colchón.
– ¿Te importaría servir, prima? -dijo-. Ya debería estar bien infusionado. He esperado unos minutos en las escaleras para daros más tiempo.
– Muy amable -respondió Ellie-. Teníamos muchas cosas de que hablar.
– ¿De veras? -murmuró Charles-. ¿Y os gustaría compartirlo conmigo?
Ellie lanzó una mirada cómplice a Claire, pero la chica respondió con una expresión de pánico, así que le dijo:
– No pasará nada.
Claire se limitó a ofrecerle la taza y el platillo a Charles y dijo:
– Para Ellie.
Él lo aceptó y se sentó junto a su mujer.
– Toma -dijo mientras se lo acercaba a los labios-. Con cuidado. Está caliente.
Ella bebió un sorbo y suspiró de felicidad.
– El cielo. El cielo es una taza de té caliente.
Charles sonrió y la besó en la cabeza.
– Bueno -dijo mientras miraba a Claire-, ¿de qué tenías que hablar con Ellie?