La chica le ofreció otra taza y otro platillo antes de decir:
– Tenía que disculparme.
Él aceptó el té y lo dejó en la mesita.
– ¿Por qué? -preguntó muy despacio mientras ofrecía otro sorbo de té a Ellie.
Parecía que Claire fuera a salir corriendo en cualquier momento.
– Díselo -la animó la condesa.
– Ha sido culpa mía que Ellie se quemara -admitió, al final, con una voz apenas audible-. Acerqué la mermelada al fuego para que se quemara, pero no se me ocurrió que las asas de la olla se calentarían tanto.
Ellie contuvo la respiración cuando observó que la expresión de Charles se convirtió en una máscara implacable. Sabía que se enfadaría, pensaba que quizá gritaría y se enfurecería, pero ese silencio ponía los pelos de punta.
– ¿Charles? -dijo Claire con voz ahogada-. Di algo, por favor.
Él dejó la taza de Ellie en el platillo con los movimientos lentos y rígidos de quien está a punto de perder el control.
– Estoy intentando encontrar una buena razón para no hacerte las maletas y enviarte ahora mismo a un asilo de pobres. De hecho -el volumen de su voz iba en aumento-, ¡estoy intentando encontrar una buena razón para no matarte!
– ¡Charles! -exclamó Ellie.
Sin embargo, él se había levantado y se dirigía hacia Claire.
– ¿En qué demonios estabas pensando? -preguntó-. ¿En qué demonios estabas pensando, maldita sea?
– Charles -repitió Ellie.
– No te metas -le espetó él.
– Ni hablar.
Él la ignoró mientras señalaba a Claire con un dedo.
– Imagino que también eres la responsable del incendio de la cocina.
Ella asintió arrepentida, con lágrimas resbalándole por las mejillas.
– Y lo del asado -dijo-. También fui yo. Y el invernadero.
– ¿Por qué, Claire? ¿Por qué?
La joven se agarró la cintura mientras sollozaba.
– No puedo decírtelo.
Charles la agarró por el hombro y la volvió hacia él.
– Vas a darme una explicación, y vas a hacerlo ahora mismo.
– ¡No puedo!
– ¿Entiendes lo que has hecho? -Charles la sacudió con dureza y la volvió hacia la cama de Ellie-. ¡Mírala! ¡Mírale las manos! Lo has hecho tú.
Claire estaba llorando con tanta desesperación que Ellie estaba segura de que, si su marido no la estuviera sujetando por los hombros, caería al suelo.
– ¡Charles, basta! -gritó Ellie, que no podía soportarlo más-. ¿No ves que está arrepentida?
– Y debería estarlo -espetó él.
– ¡Charles, ya basta! Me ha dicho que lo siente y acepto sus disculpas.
– Pues yo no.
Si Ellie no llevara las manos vendadas y no le dolieran tanto, le habría pegado.
– Pero no eres tú quien tiene que aceptarlas -dijo ella con frialdad.
– ¿No quieres una explicación?
– Claire ya me la ha dado.
Charles se quedó tan sorprendido que soltó a su prima.
– Y le he dado mi palabra de que no te lo diría.
– ¿Por qué?
– Porque esto es entre Claire y yo.
– Ellie… -su voz encerraba una nota de advertencia.
– No pienso romper una promesa -dijo ella con firmeza-. Y me parece que valoras la honestidad lo suficiente como para no pedirme que lo haga.
Charles soltó un suspiro irritado y se echó el pelo hacia atrás. Ellie lo había arrinconado.
– Pero tiene que recibir un castigo -dijo al final-. Insisto.
Ellie asintió.
– Por supuesto. Claire se ha portado muy mal y deberá afrontar las consecuencias. Pero el castigo lo decidiré yo, no tú.
Él puso los ojos en blanco. Ellie era tan buena que seguramente mandaría a la chica a su habitación y ya está.
Sin embargo, su mujer lo sorprendió cuando se volvió hacia la chica, que estaba sentada en el suelo, donde Charles la había soltado.
– Claire -dijo-, ¿cuál crees que debería ser tu castigo?
La muchacha también se sorprendió y no dijo nada, y se quedó en el suelo abriendo y cerrando la boca como un pez.
– ¿Claire? -repitió Ellie con suavidad.
– Podría limpiar el invernadero.
– Una idea excelente -dijo Ellie-. Yo he empezado a hacerlo esta mañana con Charles, pero no hemos avanzado demasiado. Tendrás que replantar muchas cosas. Muchas plantas se han muerto en estos quince días.
Claire asintió.
– También podría limpiar la mermelada de la cocina.
– Eso ya está hecho -dijo Charles en un tono severo. A Claire se le volvieron a llenar de lágrimas los ojos y se volvió hacia Ellie en busca de apoyo moral.
– Lo que me gustaría por encima de todas las cosas -dijo Ellie con suavidad- es que informaras a todos los miembros de la casa de que los percances de la última semana no han sido culpa mía. He estado intentando encontrar mi sitio en Wycombe Abbey y que me hicieras quedar como una estúpida y una inepta no ha ayudado demasiado.
Claire cerró los ojos y asintió.
– No será fácil -admitió Ellie-, pero venir aquí y disculparte tampoco lo ha sido. Eres una chica fuerte, Claire. Más fuerte de lo que crees.
Por primera vez aquella noche, la joven sonrió y Ellie supo que todo iba a salir bien.
Charles se aclaró la garganta y dijo:
– Claire, creo que mi mujer ya ha tenido suficientes emociones para un día.
Ellie meneó la cabeza y dobló el dedo hacia Claire.
– Ven aquí un momento -dijo. Cuando la chica se colocó junto a la cama, le susurró al oído-: ¿Y sabes otra cosa?
La muchacha meneó la cabeza.
– Creo que algún día te alegrarás de que Charles no pudiera esperarte.
Claire se volvió hacia ella con un interrogante en la mirada.
– El amor te encontrará cuando menos te lo esperes -dijo Ellie con suavidad. Y añadió-: Y cuando seas lo suficientemente mayor.
Claire se rió, cosa que provocó que Charles gruñera:
– ¿Qué demonios cuchicheáis?
– Nada -respondió Ellie-. Y ahora deja que tu prima se vaya. Tiene mucho trabajo.
Charles se apartó para dejar salir a Claire y, cuando la puerta se cerró, se volvió hacia Ellie y dijo:
– Has sido demasiado benévola con ella.
– Ha sido mi decisión, no la tuya -respondió ella, con una voz cansada. Enfrentarse a un marido gritando y a una prima sollozando le había robado las pocas energías que le quedaban.
Charles entrecerró los ojos.
– ¿Te duele?
Ella asintió.
– ¿Podrías darme esa segunda dosis de láudano?
Él se colocó a su lado, le acercó el vaso a los labios y le acarició el pelo mientras ella se lo bebía todo. Ellie bostezó, se acomodó en las almohadas y colocó las manos vendadas encima de las mantas.
– Sé que crees que no he sido lo suficientemente severa con Claire -dijo-, pero creo que ha aprendido la lección.
– Tendré que creerte, puesto que te niegas a decirme qué alegó en su defensa.
– No intentó defenderse. Sabe que lo que ha hecho está mal.
Charles estiró las piernas encima del colchón y se reclinó en el cabezal de la cama.
– Eres una mujer increíble, Eleanor Wycombe.
Ella le respondió con un bostezo. -No me importa oírlo, la verdad.
– La mayoría no habría sido tan comprensivo.
– No te engañes. Si es necesario, puedo llegar a ser muy vengativa.
– ¿Ah, sí? -preguntó él, divertido. Ellie volvió a bostezar y se recostó en él.
– ¿Te quedarás aquí esta noche? Al menos hasta que me duerma.
Él asintió y le dio un beso en la sien. -Mejor. La cama está más cálida contigo aquí.
Charles sopló la vela y se tendió encima de las mantas. Luego, cuando estuvo seguro de que ella dormía, se colocó la mano encima del corazón y susurró:
– Aquí también está más cálido.
CAPITULO 17
Ellie se pasó la mañana siguiente recuperándose en la cama. Charles apenas se movió de su lado y, cuando lo hacía, enseguida lo sustituía un miembro de la familia Pallister, generalmente Helen o Judith, puesto que Claire estaba ocupada limpiando el invernadero.