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Es más, nunca habría imaginado que, de entre toda la gente, se iba a enamorar de su mujer. Respiró hondo.

– Ellie… -empezó a decir.

– ¿Alguien más a enfermado? -preguntó ella con preocupación-. Las natillas…

– ¡No! No es eso. Es que tengo que decirte algo y… -adoptó una expresión increíblemente vergonzosa-… y no sé demasiado bien cómo hacerlo.

Ellie se mordió el labio inferior, con el corazón encogido de repente. Creía que su matrimonio avanzaba bastante bien, y ahora parecía que Charles iba a pedirle el divorcio. Aunque era absurdo, porque un hombre en la posición de Charles nunca pediría el divorcio, pero Ellie estaba igual de preocupada.

– Cuando nos casamos -empezó-, tenía ciertas nociones sobre lo que quería del matrimonio.

– Lo sé -lo interrumpió Ellie, cada vez más asustada. Se las había dejado muy claras y, por un momento, su corazón dejó de latir-. Pero, si lo piensas, verás que…

Charles alzó una mano.

– Por favor, déjame terminar. Esto es muy difícil para mí.

Para ella también, pensó con tristeza, y más cuando él no la dejaba expresarse.

– Lo que intento decir es… ¡Maldición! -se pasó la mano por el pelo-. Esto es más difícil de lo que pensaba.

«Me alegro», pensó ella. Si iba a romperle el corazón, prefería que no le resultara fácil.

– Lo que intento decir es que estaba equivocado. No quiero una esposa que…

– ¿No quieres una esposa? -interrumpió ella.

– ¡No! -prácticamente gritó él. Y luego continuó en un tono más normal-. No quiero una esposa que aparte la mirada si la engaño.

– ¿Quieres que lo vea?

– No, quiero que te enfurezcas.

A estas alturas, Ellie ya estaba al borde de las lágrimas.

– ¿Quieres, deliberadamente, que me enfade? ¿Herirme?

– No. Dios mío, lo has entendido todo mal. No quiero serte infiel. No voy a serte infiel. Sólo quiero que me quieras tanto que, si lo hiciera, y repito que no voy a hacerlo, quisieras colgarme de la pared y descuartizarme.

Ellie lo miró mientras digería sus palabras.

– Entiendo.

– ¿Lo entiendes? ¿De verdad? Porque lo que estoy diciendo es que te quiero, y aunque espero que sientas lo mismo, es perfectamente normal si todavía no lo haces. Pero necesito que me digas que puedo tener esperanzas, que empiezas a sentir cariño por mí, que…

Ellie emitió una especie de sonido ahogado y se tapó la cara con las manos. Se sacudía con tanta fuerza que Charles no sabía qué pensar.

– ¿Ellie? -le preguntó con urgencia-. Ellie, amor mío, dime algo. Háblame, por favor.

– Oh, Charles -consiguió decir por fin ella-. Eres idiota.

Él retrocedió, con el corazón y el alma doloridos como jamás hubiera creído posible.

– Claro que te quiero. Sólo me falta llevarlo escrito en la frente.

Él se quedó boquiabierto.

– ¿Me quieres?

– Sí -a él le costó entenderla, porque respondió entre risas y lágrimas.

– Ya me lo imaginaba -dijo él, adoptando su expresión de donjuán preferida-. En realidad, nunca he tenido problemas con las mujeres y…

– ¡Cállate! -dijo ella, y le lanzó la almohada-. No estropees este momento perfecto fingiendo que lo habías planeado todo.

– ¿Cómo? -arqueó una ceja-. ¿Y qué debería hacer? He sido un donjuán toda la vida. Ahora que me he reformado no sé muy bien qué hacer.

– Lo que deberías hacer -dijo Ellie con una sonrisa invadiendo su ser- es venir aquí y darme un abrazo. El más grande que hayas dado en la vida.

Él se acercó a la cama y se sentó a su lado.

– Y luego -añadió ella con la sonrisa ahora dibujada en la cara, los ojos, e incluso en el pelo y los dedos de los pies-, deberías darme un beso.

Él se inclinó hacia delante y le dio un suave beso en los labios.

– ¿Así?

Ella meneó la cabeza.

– Ha sido demasiado insulso, y te has olvidado de abrazarme primero.

Él la tomó entre los brazos y la sentó sobre su regazo. -Si pudiera, te tendría así siempre -le susurró.

– Más cerca.

Él se rió.

– Tu estómago… No quiero…

– Mi estómago está muy recuperado -suspiró ella-. Será el poder del amor.

– ¿De verdad lo crees? -le preguntó él riendo.

Ella hizo una mueca.

– Es lo más sensiblero que he dicho nunca, ¿verdad?

– Seguramente, no hace tanto que te conozco para poder afirmarlo, pero, teniendo en cuenta tu discurso sincero, me atrevería a decir que sí.

– Bueno, no me importa. Es lo que siento -lo abrazó y lo apretó con fuerza-. No sé cómo ha pasado, porque nunca pensé que me enamoraría de ti, pero lo he hecho, y tengo el estómago mejor, así que bienvenido sea el amor.

En sus brazos, Charles se sacudió de la risa.

– ¿Se supone que el amor ha de ser tan divertido? -preguntó Ellie.

– Lo dudo, pero no pienso quejarme.

– Pensaba que tendría que sentirme torturada, y agonizar y todo eso.

Él le tomó la cara entre las manos y la miró muy serio:

– Desde que te convertiste en mi esposa, te has quemado las manos, te han envenenado y no pienso empezar con la lista de los ataques de Claire contra ti. Me parece que ya has saldado tus deudas con el reino de la tortura y la agonía.

– En realidad, agonicé y me sentí torturada en algún momento -admitió.

– ¿De verdad? ¿Cuándo?

– Cuando me di cuenta de que te quería.

– ¿Tan insoportable era la idea? -se burló él.

Ella se miró las manos.

– Recuerdo esa horrible lista que escribiste antes de que nos casáramos, donde decías que querías una esposa que mirara a otro lado cuando la engañaras.

Él gruñó.

– Estaba loco. No, no estaba loco. Era un estúpido. Y no te conocía.

– Sólo podía pensar que nunca podría ser la esposa pasiva y transigente que querías, y lo mucho que me dolería si me fueras infiel -meneó la cabeza-. Juraría que oí cómo se me partía el corazón.

– Eso nunca sucederá -le aseguró. Y luego adoptó una expresión sospechosa-. Espera un segundo. ¿Por qué sólo agonizaste un momento? Creo que la idea de que te pudiera ser infiel merecería, al menos, un día entero de tristeza.

Ellie se rió.

– Sólo agonicé hasta que recordé quién era. Verás, siempre he sido capaz de conseguir lo que he perseguido con esfuerzo. Así que decidí esforzarme por ti.

Aquellas palabras no eran poesía, pero el corazón de Charles se elevó igualmente.

– ¡Ah! -exclamó ella de repente-. Incluso hice una lista.

– Intentando vencerme en mi propio juego, ¿eh?

– Intentando ganarme tu corazón en tu propio juego. Está en el primer cajón de mi mesa. Ve a buscarla para que te la lea.

Charles saltó de la cama, extrañamente emocionado de que ella hubiera hecho suya la costumbre de escribir listas.

– ¿La leo para mí o quieres leerla en voz alta? -le preguntó él.

– No, ya puedo… -de repente, se quedó inmóvil y se sonrojó-. De hecho, puedes leerla tú solo. En silencio.

Charles encontró la lista y volvió a su lado. Si había escrito algo tan atrevido que le daba vergüenza leerlo en voz alta, la cosa prometía. Miró su delicada letra y las frases numeradas y decidió torturarla. Le dio la lista y le dijo:

– Creo que deberías leerla tú. Al fin y al cabo, es tu primera lista.

Ella se sonrojó todavía más, algo que Charles creía impensable, aunque le resultó entretenido.

– Pero no te rías de mí.

– No hago promesas que no puedo cumplir.

– Desconsiderado.

Charles se reclinó en las almohadas, dobló los brazos y apoyó la cabeza en las manos.

– Empieza.

Ellie se aclaró la garganta.

– La lista se titula: «Cómo conseguir que Charles se dé cuenta de que me quiere».