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– Aunque parezca sorprendente, el muy imbécil se ha dado cuenta él sólito.

– Sí -dijo Ellie-, el imbécil lo ha hecho.

Charles contuvo una risa.

– No volveré a interrumpirte.

– Creía que habías dicho que no hacías promesas que no podías cumplir.

– Intentaré no volver a interrumpirte -corrigió.

Ella lo miró con incredulidad y leyó:

– «Número uno: impresionarlo con mi visión para los negocios.»

– Me impresionaste desde el principio.

– «Número dos: demostrarle lo bien que puedo llevar la casa.»

Él se rascó la cabeza.

– Aunque aprecio mucho los aspectos más prácticos de tu personalidad, estas sugerencias no son demasiado románticas.

– Todavía estaba calentando -le explicó ella-. Tardé un poco en descubrir el verdadero espíritu de la lista. Sigamos. «Número tres: que la señora Smithson me envíe más lencería.»

– Esa sugerencia la apruebo sin reservas.

Ella lo miró de reojo, sin apenas mover la cabeza de la dirección de la lista que tenía en las manos.

– Creía que no ibas a interrumpirme.

– He dicho que lo intentaría, y eso no puede considerarse una interrupción. Ya habías terminado la frase.

– Tu habilidad verbal me maravilla.

– Estoy encantado de oírlo.

– «Número cuatro: asegurarme de que se da cuenta de lo buena que soy con Judith para que piense que seré una buena madre» -se volvió hacia él con cara de preocupación-. No quiero que pienses que es la única razón por la que paso tiempo con Judith. La quiero mucho.

Él colocó la mano encima de la suya.

– Lo sé. Y sé que serás una madre soberbia. Sólo de pensarlo se me derrite el corazón.

Ella sonrió, sintiendo una ridícula satisfacción ante tal halago.

– Tú también serás un padre excelente. Estoy convencida.

– Debo confesar que nunca había pensado más allá del sencillo hecho de que necesitaría un heredero, pero ahora… -se le borró ligeramente la vista-. Ahora sé que hay algo más. Algo increíble y precioso.

Ella se pegó a él.

– Oh, Charles. Estoy tan contenta de que te cayeras de aquel árbol.

Él sonrió.

– Y yo estoy feliz de que pasaras por debajo. Está claro que tengo buena puntería.

– Y mucha modestia.

– Léeme el último punto de la lista, por favor. Las mejillas de Ellie se sonrosaron.

– Ah, no es nada. Además da igual, puesto que ya no necesito que te des cuenta de que me quieres. Como has dicho, lo has descubierto tú sólito.

– Léelo, mujer, o te ataré a la cama.

Ella se quedó boquiabierta y emitió un extraño sonido ahogado.

– No me mires así. No te ataría demasiado fuerte.

– ¡Charles!

Él puso los ojos en blanco.

– Imagino que no sabes de estas cosas.

– No, no es eso. Yo… eh… quizá deberías leerlo tú -le lanzó el papel.

Él bajó la mirada y leyó:

– «Número cinco: atarlo a la…» -se echó a reír de forma escandalosa antes de ni siquiera llegar a la ce de «cama».

– ¡No es lo que piensas!

– Cariño, si sabes lo que pienso, es que no eres tan inocente como imaginaba.

– Bueno, desde luego no es a lo que te referías cuando has dicho… ¡Te he dicho que pares de reírte!

Puede que le hubiera respondido, pero era complicado adivinarlo entre tantas carcajadas.

– Sólo quería decir -refunfuñó ella- que pareces bastante enamorado de mí cuando estamos… ya sabes… y pensaba que si podía mantenerte aquí…

Charles le ofreció sus muñecas.

– Soy tuyo para que me ates, milady.

– ¡Hablaba metafóricamente!

– Lo sé -dijo él con un suspiro-. Una lástima.

Ella intentó no reírse.

– Debería prohibir estas conversaciones…

– Pero si lo digo con cariño -dijo él con una sonrisa de donjuán.

– ¿Charles?

– Dime.

– El estómago…

Él se puso serio de golpe.

– ¿Qué?

– Me parece que ya está bastante bien.

Él habló muy despacio.

– ¿Y con eso quieres decir…?

Ella sonrió despacio y seductora.

– Exactamente lo que piensas. Y esta vez, sí que sé lo que estás pensando. Soy mucho menos inocente que hace una semana. Él se inclinó y la besó con pasión.

– Gracias a Dios.

Ellie lo abrazó, encantada de sentir el calor de su cuerpo.

– Anoche te eché de menos -dijo entre dientes.

– Anoche ni siquiera estabas consciente -respondió él mientras se separaba de ella-. Y vas a tener que añorarme un poco más.

– ¿Qué?

Él se alejó y se quedó de pie junto a la cama.

– ¿De verdad crees que soy tan animal como para aprovecharme de ti en estas condiciones?

– En realidad, había pensado que podría aprovecharme yo de ti -dijo ella muy despacio.

– Tenías miedo de que fallara como marido porque no podría controlar mis instintos más básicos -explicó él-. Si esto no supone una excelente demostración de control, no sé qué tengo que hacer.

– Pero no tienes que controlarlos conmigo.

– Da igual. Tendrás que esperar unos días.

– Eres un insensible.

– Sólo estás frustrada, Ellie. Lo superarás. Ella se cruzó de brazos y lo miró.

– Dile a Judith que vuelva. Creo que prefería su compañía.

Él se rió.

– Te quiero.

– Yo también. Y ahora vete, antes de que te tire algo.

CAPITULO 21

El temporal voto de abstinencia de Charles sólo fue eso, temporal, y pronto Ellie y él volvieron a sus hábitos de recién casados.

Sin embargo, también tenían sus tareas independientes y un día, mientras ella miraba las páginas económicas del periódico, Charles decidió ir a dar una vuelta a caballo por el perímetro de la propiedad. Hacía un tiempo extraordinariamente cálido y quiso aprovechar la luz del sol antes de que empezara a hacer demasiado frío para los largos paseos. Le hubiera gustado llevarse a Ellie, pero no sabía montar y se negaba en rotundo a empezar las clases hasta la primavera, cuando haría más calor y el suelo no estaría tan duro.

– Seguro que me caeré varias veces -le explicó-, así que prefiero hacerlo con el suelo verde y blando.

Mientras montaba, Charles recordó la conversación, se rió y salió al trote. Su mujer era muy práctica. Era una de las cosas que más le gustaban de ella.

Por lo visto, esos días su mente estaba constantemente ocupada con Ellie. Empezaba a darle vergüenza la frecuencia con que la gente tenía que chasquear los dedos frente a su cara porque tenía la mirada perdida. No podía evitarlo. Si empezaba a pensar en ella, se le dibujaba una estúpida sonrisa en la cara y suspiraba como un idiota.

Se preguntó si la dicha del amor verdadero desaparecía algún día. Esperaba que no.

Cuando llegó al final del camino, había recordado tres comentarios graciosos que Ellie había hecho la noche anterior, la había recordado cuando le había dado un abrazo a Judith y había fantaseado con lo que iba a hacerle esa noche en la cama.

Aquella última forma de soñar despierto le hacía arder la sangre y le dejó los reflejos algo dormidos, y por eso probablemente no notó enseguida que su caballo estaba nervioso.

– Tranquilo, Whistler. Tranquilo, chico -dijo mientras tensaba las riendas. Sin embargo, el animal no le hizo caso y resopló de miedo y dolor-. ¿Qué te pasa? -se inclinó para acariciarle el cuello. No funcionó y, al cabo de poco, Charles estaba luchando por mantenerse sentado-. ¡Whistler! ¡Whistler! Tranquilo, chico.

Nada. Charles tenía las riendas en la mano y, al cabo de un segundo, estaba volando por los aires sin apenas tiempo para decir «Maldición» antes de caer, con un golpe seco, sobre el tobillo derecho, el mismo que se había lesionado el día que había conocido a Ellie.