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Baxter se encogió de hombros.

Ellie se tapó la boca con la mano. Oh, Dios, Riley no sabía que ahora trabajaba para ella, y si había encontrado a Helen o a Leavey fuera…

– ¡Riley! -gritó Cecil.

Los peores temores de Ellie se hicieron realidad cuando Riley entró con Helen pegada a su cuerpo y un cuchillo en la garganta.

– ¡Mirad qué me he encontrado fuera! -se rió socarronamente.

– ¿Helen? -dijo Cecil, divertido.

– ¿Cecil? -dijo la mujer, que no parecía nada divertida.

– ¡Baxter! -gritó Ellie con la voz presa del pánico.

Tenía que comunicar a Riley el cambio de planes ahora mismo. Contempló horrorizada cómo Cecil se acercaba a Helen y la cogía. Estaba de espaldas a Ellie, de modo que ella aprovechó el descuido para agarrar una de las pistolas que llevaba en las medias y esconderla entre los pliegues de la falda.

– Helen, no deberías haber venido -dijo Cecil con voz suave.

– ¡Baxter, díselo ahora! -gritó Ellie.

Cecil dio media vuelta y la miró.

– ¿Decirle qué a quién?

Ellie ni siquiera se paró a pensar. Levantó la pistola, quitó el seguro y apretó el gatillo. La explosión le estremeció todo el brazo y la echó hacia atrás, sobre la cama.

La cara de Cecil era la imagen de la sorpresa cuando se agarró el pecho, cerca del cuello. La sangre le salía a borbotones entre los dedos.

– Zorra -dijo entre dientes. Levantó el arma.

– ¡Nooo! -gritó Charles, que se levantó de la silla y se abalanzó sobre Cecil. No logró derribarlo, pero al menos consiguió golpearle en las piernas y su primo levantó el brazo antes de apretar el gatillo.

Ellie sintió una explosión de dolor en el brazo mientras oía cómo Helen gritaba su nombre.

– Oh, Dios mío -susurró atónita-. Me ha disparado. -Pero entonces la sorpresa se convirtió en rabia-. ¡Me ha disparado! -exclamó.

Levantó la mirada justo a tiempo de ver que Cecil estaba apuntando a Charles. Antes de ni siquiera tener tiempo para pensar, alargó la mano buena, cogió la otra pistola y le disparó.

La habitación se quedó en silencio, y esta vez no quedó ninguna duda de que estaba muerto.

Riley todavía tenía un cuchillo pegado al cuello de Helen, pero ahora parecía que ya no sabía qué hacer con ella. Al final, Baxter dijo:

– Suéltala, Riley.

– ¿Qué?

– He dicho que la sueltes.

El tipo soltó el cuchillo y Helen corrió al lado de Ellie.

– Oh, Ellie -gritó-. ¿Es grave?

Ella la ignoró y miró a Baxter.

– Menuda ayuda has sido.

– Le he dicho a Riley que la soltara, ¿no?

Ella le hizo una mueca.

– Si quieres ganarte el sueldo, al menos desata a mi marido.

– Ellie -dijo Helen-, deja que te eche un vistazo al brazo.

Ella bajó la mirada hasta donde la mano buena cubría la herida.

– No puedo -susurró. Si la quitaba, la sangre empezaría a fluir.

Helen intentó apartarle los dedos.

– Por favor, Ellie. Tengo que ver si es muy grave.

Ella lloriqueó y dijo:

– No, no puedo. Verás, cuando veo mi sangre…

Sin embargo, Helen ya le había apartado los dedos.

– Ya está -dijo-. No es tan grave. ¿Ellie? ¿Ellie?

Pero Ellie ya se había desmayado.

– ¿Quién habría dicho que Ellie nos saldría tan aprensiva? -dijo Helen, varias horas después, cuando la joven condesa estaba cómodamente recostada en su cama.

– Yo no, seguro -respondió Charles mientras amorosamente apartaba un mechón de pelo de la frente de su mujer-. Al fin y al cabo, me costó una hilera de puntos en el brazo que serían la envidia de cualquier costurera.

– No tenéis que hablar como si no estuviera -dijo Ellie de mala manera-. Cecil me disparó en el brazo, no en la oreja.

Ante la mención de su primo, Charles sintió una oleada de rabia que empezaba a resultarle familiar. Tendría que pasar algún tiempo antes de que pudiera recordar los acontecimientos de este día sin sacudirse de ira.

Había enviado a alguien a recoger el cuerpo de Cecil, aunque todavía no había decidido qué quería hacer con él. Tenía claro que no iba a permitir que lo enterraran con el resto de los Wycombe.

Había pagado a Baxter y a Riley y los había soltado después de que éste último les enseñara dónde había dejado al pobre Leavey, que ni siquiera había podido gritar antes de que lo golpeara en la cabeza y se llevara a Helen.

Y ahora estaba totalmente concentrado en Ellie, y en asegurarse de que la herida de bala no era más grave de lo que ella decía. Al parecer, la bala no había afectado ningún hueso ni vena importante, aunque Charles se había llevado el susto de su vida cuando su mujer se había desmayado.

Le dio unos golpecitos en el brazo bueno.

– Lo único que importa es que estás bien. El doctor Summers dice que, con unos días de reposo, estarás como nueva. Y también ha dicho que es muy normal desmayarse cuando uno ve sangre.

– Yo no me desmayo ante la sangre de los demás -dijo Ellie entre dientes-. Sólo ante la mía.

– Es curioso -bromeó Charles-. Al fin y al cabo, mi sangre es del mismo color que la tuya. A mí me parecen iguales.

Ella le hizo una mueca.

– Si no vas a ser amable, déjame con Helen.

A juzgar por su tono, Charles sabía que ella también bromeaba, así que se inclinó y le dio un beso en la nariz.

De repente, Helen se levantó y dijo:

– Iré a buscar un poco de té.

Charles observó cómo su prima salía de la habitación y cerraba la puerta.

– Siempre sabe cuándo queremos estar solos, ¿no crees?

– Helen es mucho más perspicaz que nosotros -dijo Ellie. -Quizá por eso encajamos tan bien.

Ella sonrió.

– Es verdad.

Charles se sentó a su lado y la rodeó con el brazo.

– ¿Te das cuenta de que, por fin, podemos tener un matrimonio normal?

– Al no haber estado casada nunca, no me había fijado en que el nuestro fuera anormal.

– Quizá no es anormal, pero dudo que muchos recién casados tengan que soportar envenenamientos y heridas de bala.

– No te olvides de los accidentes de carruaje y las explosiones de mermelada -dijo Ellie riéndose.

– Sin mencionar los puntos de mi brazo, los animales muertos en el invernadero y los incendios de la cocina.

– Madre mía, ha sido un mes muy movido.

– No sé tú, pero yo podría pasar sin tantas emociones.

– No sé. No me importan las emociones, aunque prefiero que sean de otro tipo.

Él arqueó una ceja.

– ¿A qué te refieres?

– A que quizá a Judith le gustaría tener un Wycombe pequeño al que mandar.

Charles notó que el corazón le bajaba a los pies, algo increíble teniendo en cuenta que estaba en posición horizontal.

– ¿Estás…? -dijo, incapaz de decir una frase entera-. ¿Estás…?

– Claro que no -dijo ella acariciándole el hombro-. Vaya, imagino que podría estarlo, pero teniendo en cuenta que hace tan poco que hemos empezado a… ya sabes… Ni siquiera he tenido la posibilidad de saber si lo estamos o no y…

– Entonces, ¿a qué te refieres?

Ella sonrió con una coqueta timidez.

– A que no hay ningún motivo por el que no podamos empezar a hacer realidad ese sueño en concreto.

– Helen volverá con el té en cualquier momento.

– Llamará a la puerta.

– Pero tu brazo…

– Confío en que irás con mucho cuidado. Charles dibujó una lenta sonrisa.

– ¿Te he dicho últimamente que te quiero?

Ellie asintió.

– ¿y yo?

– Él asintió

– ¿Por qué no te quitamos ese camisón e intentamos hacer realidad tus sueños?

EPILOGO

Nueve meses y un día después, Ellie era la mujer más feliz del mundo. Y no es que no lo fuera el día anterior, o el anterior, pero ese día era especial.