A sus amigas les encantaba contar la anécdota del mecánico de coches y su esposa que compraron una casa en Robe Sound. La señora Pelletier les mandó la maleta y, cuando la esposa del mecánico se enteró de lo que eso significaba, se echó a reír y dijo:
– Si esa vieja bruja cree que puede echarme de aquí, está loca.
Pero comenzaron a ocurrir cosas extrañas. De pronto no conseguían obreros ni mecánicos para reparar las cosas que dejaban de funcionar, al tendero le faltaban siempre los artículos que ella pedía, y no podían convertirse en miembros del club ni reservar mesa en ninguno de los buenos restaurantes locales. Y nadie les hablaba. Tres meses después de recibir la maleta, la pareja vendió la casa y se fue.
De modo que, cuando se supo la boda de Woody, la comunidad contuvo colectivamente el aliento. Excomulgar a Peggy Malkovich significaba excomulgar también a su popular marido. Se hicieron apuestas en voz baja.
Durante las primeras semanas, no hubo invitaciones a cenar ni a ninguna de las funciones habituales de la comunidad. Pero los residentes le tenían afecto a Woody y, después de todo, su abuela materna había sido una de las fundadoras de Robe Sound. Gradualmente, la gente empezó a invitar a su casa a Woody y a Peggy. Todos tenían ganas de ver cómo era su esposa.
– Esa mujer debe de tener algo especial; de lo contrario, Woody nunca se habría casado con ella.
Pero les esperaba una gran decepción. Peggy era insípida y carente de gracia, no tenía personalidad y vestía mal. Desaliñada era la palabra que se les ocurría a todos.
Los amigos de Woody no podían entenderlo.
– ¿Qué demonios ve en ella? Podría haberse casado con cualquiera..
Una de las primeras invitaciones provino de Mimi Carson. Se había sentido desolada al enterarse de la boda de Woody, pero era demasiado orgullosa para revelarlo.
Cuando su mejor amiga trató de consolarla diciéndole: -¡Olvídalo, Mimi! Ya se te pasará.
Mimi le respondió:
– Viviré con esta pena, pero jamás lo olvidaré.
Woody se esforzó para que su matrimonio fuera un éxito. Sabía que había cometido un error y no quería castigar a Peggy por ello. Trató desesperadamente de ser un buen marido. El problema era que Peggy no tenía nada en común con él ni con ninguno de sus amigos.
La única persona con la que Peggy parecía sentirse cómoda era con su hermano; Hoop y ella hablaban todos los días por teléfono.
– Lo echo de menos -se quejaba Peggy.
– ¿Quieres que venga y se quede algunos días con nosotros? -No puede -dijo mirando a su marido con rencor-. Tiene un empleo.
En las fiestas, Woody trataba de incluir a Peggy en las conversaciones, pero pronto se hizo evidente que ella no tenía nada interesante que aportar. Se quedaba sentada en un rincón, muda, pasándose la lengua por los labios, y sintiéndose a todas luces muy incómoda.
Como Mimi Carson sabía que Woody no tenía dinero para comprarse sus propios ponis de polo, compró varios y se los dio para que los montara. Cuando sus amistades le preguntaron por qué, ella respondió:
– Quiero hacerlo feliz en lo que esté a mi alcance.
Cuando los recién llegados preguntaban cómo se ganaba Woody la vida, la respuesta era encogerse de hombros. En realidad, la suya era una vida de segunda mano, porque ganaba dinero en torneos de golf, apostando en los partidos de polo, tomando prestados ponis de polo y yates de competición y, a veces, también las esposas de otras personas.
Su matrimonio con Peggy se deterioraba con rapidez, pero Woody se negaba a reconocerlo.
– Peggy -solía decirle-, cuando vayamos a reuniones, por favor trata de participar en la conversación.
– ¿Por qué tengo que hacerlo? Todos tus amigos se sienten muy superiores a mí.
– Pues bien, no lo son -le aseguró Woody.
Las amistades de Woody tenían plena conciencia de que, aunque él se hospedara en la villa de los Stanford, estaba enemistado con su padre, y de que vivía con la escasa pensión que su madre le había dejado. Su pasión era el polo y montaba los ponis de sus amigos. En el mundo del polo, a los jugadores se les clasifica por goles, siendo diez goles la clasificación más alta. Woody había llegado a los nueve goles y había jugado con Mariano Aguerre de Buenos Aires, Wicky el Effendi de Tejas, Andrés Diniz de Brasil y decenas de jugadores importantes. En el mundo sólo existían doce jugadores de polo con diez goles, y lo que más ambicionaba Woody era convertirse en el número trece.
– ¿Sabéis por qué, verdad? -comentó uno de sus amigos-. Porque su padre tenía diez goles.
Una vez por semana, el Círculo Literario de Hobe Sound se reunía en el club de campo para analizar los últimos libros editados, después se ofrecía una comida.
Aquel día, mientras las damas comían, el mayordomo se acercó a la señora Pelletier.
– La esposa del señor Woodrow Stanford está fuera y desea reunirse con ustedes.
Un murmullo recorrió la mesa.
– Hágala pasar -dijo la señora Pelletier.
Un momento después, Peggy entraba en el comedor. Se había lavado la cabeza y planchado su mejor vestido. Se quedó allí de pie, mirando con nerviosismo a las asistentes.
La señora Pelletier inclinó la cabeza y luego dijo, con tono agradable:
– Señora Stanford.
Peggy sonrió con ansiedad.
– Sí, señora.
– No la necesitaremos. Ya tenemos una camarera. -Dicho lo cual volvió a centrar su atención en la comida.
Cuando Woody se enteró de lo sucedido, se enfureció. -¡Cómo se atreve a hacerte eso! -Abrazó a Peggy-. La próxima vez, pregúntame antes de tomar una iniciativa así. Para asistir a esa clase de reuniones, hay que estar invitado.
– No lo sabía -dijo ella, enfurruñada.
– Está bien. Esta noche cenaremos en casa de los Blake y quiero que…
– ¡No iré!
– Pero hemos aceptado su invitación.
– Ve tú.
– No quiero ir sin…
– No pienso ir.
Woody fue solo y, después de aquello, comenzó a asistir a las fiestas sin Peggy. Volvía a casa muy tarde; Peggy estaba segura de que había estado con otras mujeres.
El accidente lo cambió todo.
Sucedió durante un partido de polo. Woody jugaba de número uno y un integrante del equipo contrario, al tratar de darle a la pelota desde muy cerca, accidentalmente golpeó las patas del pony que Woody montaba. El animal tropezó y cayó sobre Woody. En el amontonamiento que siguió, otro pony golpeó a Woody. En la sala de urgencias del hospital, los médicos diagnosticaron una pierna fracturada, tres costillas rotas y un pulmón perforado.
A lo largo de las dos semanas siguientes le practicaron tres operaciones distintas y Woody estaba terriblemente dolorido. Los médicos le dieron morfina para aliviarlo. Peggy fue todos los días a visitarlo.
Hoop voló desde Nueva York para consolar a su hermana.
El dolor era intolerable y lo único que le aliviaba eran las drogas que los médicos le recetaban constantemente. Poco después de regresar a su casa, Woody cambió radicalmente. Comenzó a tener violentos cambios de humor. De pronto parecía estar tan animado como siempre, y a continuación tenía un acceso de furia o caía en una profunda depresión. Durante la cena, después de reír y de contar chistes, Woody de pronto se enfadaba, maltrataba a Peggy y se iba hecho una furia. Sus estados de ánimo pasaban de la ira a la euforia en cuestión de segundos. En mitad de una frase se sumía en un estado de ensoñación. Comenzó a olvidar cosas. Acordaba citas y no se presentaba; invitaba personas a su casa y no estaba allí cuando llegaban. Todo el mundo se sentía preocupado por Woody.