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Mimi Carson le dijo:

– No te preocupes. Woody es uno de los mejores. Ya sabes que estudió con Héctor Barrantes.

Peggy la miraba sin entender.

– ¿Quién?

– Es un jugador de diez goles. Una de las leyendas del polo.

– Ah.

Se oyó el murmullo del gentío cuando los ponis se desplazaron por el campo de juego.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Peggy.

– Acaban de terminar el entrenamiento anterior al partido.

Ya están listos para empezar.

En el campo de juego, los dos equipos comenzaban a alinearse bajo el agobiante sol de Florida, preparándose para el momento en que el árbitro arrojaría la bola.

El aspecto de Woody era espléndido: bronceado, delgado y en perfecto estado físico… listo para la lucha. Peggy lo saludó con la mano y le sopló un beso.

Ahora los dos equipos estaban alineados, uno al lado del otro. Los jugadores tenían los tacos hacia abajo, preparados para golpear la bola.

– Hay seis períodos de juego, llamados chukkers -explicó Mimi Carson a Peggy-. Cada chukker dura siete minutos y treinta segundos. El chukker finaliza cuando suena la campana. Entonces hay diez minutos de descanso. Los jugadores cambian de caballo cada siete minutos. Gana el equipo que marca la mayor cantidad de goles.

– De acuerdo.

Mimi se preguntó cuánto habría entendido Peggy.

En el campo de juego, los ojos de los jugadores estaban fijos en el árbitro, preparados para el momento en que arrojaría la bola. El árbitro paseó la vista por los espectadores y de pronto tiró la bola blanca de plástico entre las dos filas de jugadores. El partido había empezado.

La acción fue veloz. Woody hizo la primera jugada: cogió la bola y la golpeó por la derecha. La bola salió volando en dirección a un jugador del equipo rival, quien galopó a toda velocidad hacia ella. Woody se le puso al lado y le trabó el taco con el suyo.

– ¿Por qué ha hecho eso Woody? -preguntó Peggy. Mimi Carson se lo explicó:

– Cuando un rival se acerca a la bola, es legal trabarle el taco para que no pueda golpearla y marcar un gol. Ahora Woody golpeará con el taco para tener bien controlada la bola.

El juego se desarrollaba a tanta velocidad que resultaba casi imposible seguir la acción.

Se oyeron gritos de «Al centro…», «Tablones…», «Gira…»

Y los jugadores se desplazaban por el campo a toda velocidad. Los caballos, generalmente de pura sangre, eran los responsables del ochenta por ciento de los éxitos de sus jinetes. Debían ser veloces y tener lo que los jugadores denominan «sentido del polo» y ser capaces de prever cada movimiento de su jinete.

Woody jugó brillantemente los primeros tres chukkers, marcando dos goles en cada uno y siendo vitoreado por el público. Hizo tiros de revés y ganchos, y su taco parecía estar en todas partes. Era el antiguo y temerario Woody Stanford, que montaba como el viento.

Al final del quinto chukker, el equipo de Woody iba muy por delante en el marcador y los jugadores salieron del campo para un descanso de diez minutos.

Cuando Woody pasó junto a Peggy y Mimi, sentadas en la primera fila, les sonrió.

Peggy miró a Mimi Carson y le dijo, muy entusiasmada: -¿No es maravilloso?

Ella miró a Peggy.

– Sí. En todo.

* * *

En el vestuario, los compañeros de Woody lo felicitaban.

– ¡Estuviste fabuloso!

– ¡Grandes jugadas!

– Gracias.

– Ahora saldremos y volveremos a hacerles morder el polvo. ¡No tienen ninguna posibilidad de ganar!

Woody sonrió.

– Ningún problema.

Observó a sus compañeros salir al campo de juego y, de pronto, se sintió agotado. «Me exijo demasiado -pensó-. En realidad todavía no estoy listo para volver a jugar. Si salgo haré un papelón.» Sintió pánico y el corazón comenzó a golpearle con fuerza en el pecho. «Lo que necesito es algo que me levante un poco. ¡No! No lo haré. No puedo. Lo he prometido. Pero mi equipo me espera. Lo haré sólo por esta vez, y nunca más. Juro por Dios que será la última vez.» Fue a su coche y metió la mano en la guantera.

Cuando Woody regresó al campo de juego, tarareaba en voz baja y en sus ojos había un brillo anormal. Saludó con la mano al público y se unió a su equipo.

«Ni siquiera necesito un equipo -pensó-. Yo solo soy capaz de ganar a esos hijos de puta. Soy el mejor jugador del mundo.» Y comenzó a reír entre dientes.

El accidente ocurrió hacia el final del sexto chukker, aunque algunos espectadores jurarían que no fue ningún accidente. Los ponis corrían arracimados en dirección a la portería y Woody controlaba la bola. Por el rabillo del ojo vio que uno de los jugadores del equipo rival se cerraba sobre él; cambió de posición el taco y golpeó la bola hacia la parte de atrás del pomo La cogió Rick Hamilton, el jugador número uno del equipo rival, quien comenzó a avanzar velozmente hacia el arco. Woody lo persiguió a galope tendido. Balanceó el taco para trabar el de Hamilton y falló. Los ponis se acercaban a la portería. Woody seguía tratando con desesperación de trabar el taco de Hamilton, pero fallaba cada vez.

Cuando Hamilton se acercaba a la portería, Woody deliberadamente le tiró el pony encima para desviarlo de la trayectoria de la bola. Hamilton y su pony cayeron. El público se puso en pie y comenzó a gritar. El árbitro tocó el silbato y levantó una mano.

La primera regla del polo es que, cuando un jugador está en posesión de la bola, está prohibido cruzársele. Cualquier jugador que lo hace crea una situación de peligro y comete una falta.

El juego se detuvo.

El árbitro se acercó a Woody y le dijo con voz llena de ira: -¡Ha sido una falta deliberada, señor Stanford!

Woody sonrió.

– ¡No ha sido culpa mía! Ese maldito pony…

– El castigo será adjudicarle un gol al equipo rival.

El chukker se convirtió en un desastre. Woody cometió dos flagrantes infracciones más en tres minutos, que tuvieron como resultado dos tantos más para el otro equipo. En cada caso a los rivales se les otorgó un tiro libre contra una portería desprotegida. En los últimos treinta segundos del partido, el equipo rival marcó el tanto ganador. Lo que había sido una victoria segura, se había convertido en una derrota.

En el palco, Mimi Carson estaba asombrada por el repentino giro de los acontecimientos.

Peggy dijo tímidamente:

– No salió bien, ¿verdad?

– No, Peggy -le respondió Mimi-. Me temo que no. Un asistente se acercó al palco.

– Señorita Carson, ¿puedo hablar un momento con usted?

Mimi Carson miró a Peggy.

– Discúlpame un momento.

Peggy los vio alejarse.

En el vestuario, reinaba el silencio en el equipo de Woody, quien tenía la vista fija en la pared, demasiado avergonzado para mirar a sus compañeros. Mimi Carson entró en el recinto. Se acercó de prisa a Woody.

– Woody, me temo que tengo una noticia espantosa. -Le puso una mano en el hombro-. Tu padre ha muerto.

Woody la miró, sacudió la cabeza y comenzó a sollozar. -Yo… yo soy el responsable. Es culpa mía.

– No. No debes culparte. No es culpa tuya.

– Sí lo es -dijo Woody gimiendo-. ¿No lo entiendes? Si no hubiera sido por mis infracciones, habríamos ganado el partido.

Capítulo 11

Julia Stanford jamás había conocido a su padre, y ahora estaba muerto, reducido a un titular negro en el Kansas City Star: ¡EL MAGNATE HARRY STANFORD AHOGADO EN EL MAR!

Julia se quedó allí sentada, mirando fijamente la fotografía de la primera plana del periódico, llena de sentimientos contradictorios.