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«¿Lo odio por la forma en que trató a mi madre, o lo amo porque es mi padre? ¿Debería sentirme culpable porque nunca traté de comunicarme con él, o estar enfadada porque él nunca trató de encontrarme? Ya no importa, -pensó-. Se ha ido.»

Su padre había estado muerto para ella toda su vida, y ahora había muerto de nuevo, robándole algo para lo que no tenía palabras. «¡Qué tonta! -pensó-. ¿Cómo puedo echar en falta a alguien a quien ni siquiera he conocido?» Volvió a mirar la fotografía del periódico. «¿Habrá en mí algo de él? -Julia se miró en el espejo-. Los ojos. Tengo los mismos ojos color gris profundo.»

Julia abrió el armario de su dormitorio, cogió una vieja caja de cartón y sacó un álbum de recortes encuadernado en cuero. Se sentó en el borde de la cama y lo abrió. Durante las siguientes dos horas no hizo más que mirar su familiar contenido. Había incontables fotografías de su madre con el uniforme de institutriz, con Harry Stanford y la señora Stanford y sus tres hijos pequeños. La mayoría de las fotografías habían sido tomadas en el yate, en Rose Hill o en la villa de Hobe Sound.

Julia cogió los recortes amarillentos de los periódicos que informaban del escándalo ocurrido tantos años atrás en Boston. Los titulares eran sensacionalistas:

Nido de amor en Beacon Hill…

El multimillonario Harry Stanford en un escándalo… La esposa del magnate se suicida…

La institutriz Rosemary Nelson desaparece…

– ¿Por qué… por qué me mentiste?

– Eras demasiado joven para entenderlo. Tu padre y yo… bueno, tuvimos una aventura. Él estaba casado y yo tuve que irme para tenerte.

– ¡Lo odio! -exclamó Julia.

– No debes odiarlo.

– ¿Cómo pudo hacerte esto? -preguntó.

– Lo que ocurrió fue tanto culpa suya como mía. -Cada palabra era una tortura-. Tu padre era un hombre muy atractivo y yo era joven y necia. Sabía que nada bueno saldría de nuestra aventura. Decía que me amaba… pero estaba casado y tenía una familia. Y… bueno, después quedé embarazada. -Le resultaba difícil continuar-. Un periodista se enteró de la historia y apareció en todos los periódicos. Yo huí. Mi intención era que tú y yo volviéramos junto a él, pero su esposa se suicidó y yo no pude enfrentarme a él ni a los chicos. Como ves, fue culpa mía. Así que no lo culpes a él.

Pero había una parte de la historia que su madre nunca le reveló. Cuando la niña nació, el empleado del hospital le dijo:

– Estamos haciendo el certificado de nacimiento. ¿El nombre de la criatura es Julia Nelson?

Rosemary estuvo a punto de decir «sí», pero enseguida pensó, con vehemencia: «¡No! Es la hija de Harry Stanford. Tiene derecho a llevar su apellido y a recibir su protección.»

– El nombre de mi hija es Julia Stanford.

Escribió a Harry Stanford informándole del nacimiento de

Julia, pero nunca recibió una respuesta.

Había decenas de columnas de chismes llenas de insinuaciones.

Julia permaneció allí mucho tiempo, sumergida en el pasado.

Ella había nacido en el hospital Saint Joseph de Milwaukee. Sus primeros recuerdos eran de su vida en lóbregos pisos sin ascensor y de tener que mudarse constantemente de una ciudad a otra. Hubo épocas en que no tenían dinero en absoluto, y muy poco para comer. Su madre estaba siempre enferma y le resultaba difícil encontrar un trabajo estable. La pequeña aprendió muy pronto a no pedir nunca juguetes ni vestidos nuevos.

Julia empezó a ir a la escuela cuando tenía seis años, y sus compañeras de clase se burlaban de ella porque todos los días usaba el mismo vestido y los mismos zapatos zarrapastrosos. Cuando los otros chicos la fastidiaban, Julia se peleaba con ellos. Era una rebelde y siempre la llevaban ante el director. No sabían qué hacer con ella; no hacía más que meterse en líos. La habrían expulsado si no hubiera sido por una cosa: era la alumna más brillante de la clase.

Su madre le había dicho que su padre estaba muerto, y ella lo creyó. Pero cuando tenía doce años, Julia encontró un álbum lleno de fotografías de su madre con un grupo de desconocidos. -¿Quiénes son estas personas? -preguntó. y la madre de Julia decidió que había llegado el momento.

– Siéntate, querida. -Le cogió la mano y se la apretó con fuerza. No había manera de darle la noticia con tacto-. Ésos son tu padre, tu hermanastra y tus dos hermanastros.

Julia la miró anonadada.

– No entiendo.

La verdad finalmente había salido a la luz, destrozando la serenidad de Julia. ¡SU padre estaba vivo! Y ella tenía una hermanastra y dos hermanastros. Era demasiado.

A Julia le fascinaba la idea de tener una familia de la que no sabía nada, y también de que era lo bastante famosa como para que escribieran sobre ella en los periódicos. Fue a la biblioteca pública y buscó todo lo que había sobre Harry Stanford. Encontró decenas de artículos sobre él. Era multimillonario y vivía en otro mundo, un mundo del que Julia y su madre estaban totalmente excluidas.

Cierto día en que las compañeras de Julia se burlaban de ella porque era pobre, Julia les contestó, con actitud desafiante:

– ¡No soy pobre! Mi padre es el hombre más rico del mundo. Tenemos un yate, un avión y una docena de mansiones hermosas.

La maestra la oyó.

– Julia, ven aquí.

Julia se acercó al escritorio de la maestra.

– No debes decir esas mentiras.

– No son mentiras -contestó Julia-. ¡Mi padre es millonario! ¡Conoce a presidentes y a reyes!

La maestra miró a la pequeña que estaba frente a ella con su raído vestido de algodón, y le dijo:

– Julia, eso no es verdad.

– ¡Lo es! -insistió Julia con obstinación.

La mandaron a la oficina de la directora y Julia nunca más volvió a mencionar a su padre en la escuela.

Como estaban obligadas a mudarse con tanta frecuencia, Julia había asistido a escuelas de cinco estados diferentes. En los veranos trabajó como empleada en una tienda, detrás del mostrador de una farmacia y como recepcionista. Era rabiosamente independiente.

Cuando Julia terminó la universidad con una beca, vivían en la ciudad de Kansas. Ella no estaba segura de qué hacer con su vida. Sus amigos, impresionados por su belleza, le sugirieron que se convirtiera en actriz de cine.

– ¡De la noche a la mañana serás una estrella!

Julia había descartado de plano la idea con un despreocupado:

– ¿Quién quiere levantarse temprano todas las mañanas? Pero la verdadera razón por la que no le interesaba era que, por encima de todo, amaba su intimidad. Julia sentía que ella y su madre, durante toda su vida, se habían visto acosadas por la prensa por culpa de lo que había ocurrido tantos años antes.

Julia se enteró de que la razón por la que tenían que mudarse continuamente de una ciudad a otra era para huir de los medios de comunicación. Harry Stanford aparecía de forma constante en la prensa, y los periódicos y revistas sensacionalistas no hacían más que escarbar en aquel viejo escándalo. Los periodistas terminarían por averiguar quién era Rosemary Nelson y dónde vivía, y ella tendría que escapar con Julia.

Julia leía todos los artículos sobre Harry Stanford y en cada oportunidad sentía la tentación de llamarlo por teléfono. Quería creer que durante todos esos años él había buscado a su madre con desesperación. «Lo llamaré y le diré: "Hablas con tu hija. Si quieres vemos…"» y él se presentaría corriendo, volvería a enamorarse de su madre y se casaría con ella, y los tres vivirían felices para siempre.

El sueño de Julia en el sentido de que algún día podría unir a su madre y a su padre llegó a su fin el día que su madre murió. Julia experimentó una abrumadora sensación de pérdida. «Mi padre debe saberlo -pensó-. Mi madre era una parte muy importante de su vida.» Buscó el número de teléfono de la casa central de su compañía en Boston. Contestó una recepcionista.