– Buenos días, Empresas Stanford.
Julia vaciló.
– Empresas Stanford. Hola. ¿En qué puedo servirle? Julia colgó lentamente. «Mamá no habría querido que yo hiciera esta llamada.»
Ahora estaba sola. No tenía a nadie.
Julia Stanford se había convertido en una hermosa joven. Tenía el pelo oscuro y brillante, una boca sonriente y generosa, los luminosos ojos grises de su padre y una figura atractiva. Pero cuando sonreía, esa sonrisa hacía olvidar todo lo demás.
Julia enterró a su madre en el cementerio Memorial Park. No había deudos. Julia contempló la tumba y pensó: «No es justo, mamá. Tú cometiste una equivocación y pagaste por ella el resto de tu vida. Ojalá yo pudiera haberte quitado parte de tu pena. Te quiero mucho, mamá. Siempre te amaré.» Lo único que quedaba de los años vividos por su madre en la Tierra era una colección de viejas fotografías y recortes de periódicos.
– Tal vez tenga algo justo para ti. Una pequeña firma de arquitectos busca una secretaria. Me temo que el sueldo no es demasiado bueno…
– Está bien -se apresuró a decir Julia.
– De acuerdo. Te enviaré allí -dijo y le entregó a Julia un trozo de papel con un nombre y dirección impresos-. Te entrevistarán mañana al mediodía.
Julia sonrió, feliz.
– Gracias. -Estaba entusiasmadísima.
Cuando salió de la oficina, llamaban a Sally.
– Espero que consigas algo -le dijo Julia.
– ¡Gracias!
Movida por un impulso, Julia decidió quedarse y esperar. Diez minutos después, Sally salió de la oficina sonriendo.
– ¡Conseguí una entrevista! Ella hizo una llamada telefónica y mañana tengo que ir a la Compañía Mutua de Seguros por un empleo como recepcionista. ¿Cómo te fue a ti?
– Yo también lo sabré mañana.
– Estoy segura de que nos contratarán. ¿Qué te parece si almorzamos juntas para celebrarlo?
– Espléndido.
Desaparecida su madre, Julia volvió a pensar en la familia Stanford. Eran ricos. Bien podría acercarse a ellos en busca de ayuda. «Jamás -decidió-. No, después de la manera en que Harry Stanford trató a mi madre.»
Pero tenía que ganarse la vida. Debía elegir una carrera.
Con ironía, pensó: «Quizá me convierta en neurocirujana.» O en pintora.
O en cantante de ópera.
O en física.
O en astronauta.
Se conformó con un curso de secretariado en una escuela nocturna, en el Kansas Community College de la ciudad de Kansas.
Al día siguiente de terminar el curso, Julia fue a una agencia de empleo. Había como una docena de personas para ver a la asesora laboral. Sentada junto a Julia había una atractiva muchacha de su edad.
– ¡Hola! Soy Sally Connors.
– Julia Stanford.
– Tengo que conseguir un empleo hoy mismo -gimió Sally-. Me han echado de mi oficina.
Julia oyó que la llamaban…
– ¡Buena suerte!-dijo Sally.
– Gracias.
Julia entró en la oficina de la asesora.
– Toma asiento, por favor.
– Gracias.
– Por tu solicitud veo que no tienes experiencia, pero sí una buena recomendación del curso de secretariado. -Miró la carpeta que tenía sobre el escritorio-. ¿Tomas notas en taquigrafía a noventa palabras por minuto, y escribes a máquina sesenta palabras por minuto?
– Sí, señora.
Durante el almuerzo conversaron, y enseguida entablaron amistad.
– He visto un piso en Overland Park -dijo Sally-. Tiene dos dormitorios y baño, cocina y salón. Es muy bonito. Yo no puedo pagarlo sola, pero si las dos…
Julia sonrió.
– Me gustaría -dijo y cruzó los dedos-. Siempre y cuando consiga el empleo.
– ¡Lo conseguirás! -le aseguró Sally.
Mientras se dirigía a las oficinas de Peters, Eastman & Tolkin, Julia pensaba: «Ésta podría ser mi gran oportunidad, podría llevarme a cualquier parte. Quiero decir, no se trata solamente de un empleo: trabajaré para arquitectos, soñadores que construyen y modelan la línea de edificación de la ciudad, que crean belleza y magia a partir de la piedra. Yo también podría estudiar arquitectura para poder ayudarlos y ser así parte de ese sueño. La oficina estaba en un viejo y sucio edificio comercial situado en el Amour Boulevard. Julia cogió el ascensor hasta el segundo piso y se detuvo frente a una destartalada puerta de madera con un letrero que rezaba Peters, Eastman & Tolkin, Arquitectos. Inspiró profundamente para serenarse y entró.
Los tres la esperaban en la sala de recepción y la observaron con atención cuando cruzó la puerta.
– ¿Viene por el puesto de secretaria?
– Sí, señor.
– Yo soy Al Peters -dijo el calvo.
– Bob Eastman -dijo el de la cola de caballo.
– Max Tolkin -dijo el barrigón.
Todos parecían tener alrededor de cuarenta años. -Tenemos entendido que éste es su primer trabajo como secretaria -dijo Al Peters.
– Así es -contestó Julia. Y después se apresuró a añadir-: Pero aprendo rápido y trabajaré duro. -Decidió no mencionar todavía su idea de asistir a la facultad de arquitectura. Esperaría a que ellos la conocieran mejor.
– Muy bien, la probaremos -dijo Bob Eastman-, y veremos qué ocurre.
Julia se sintió alborozada.
– ¡Gracias! No quedarán…
– Con respecto al sueldo -dijo Max Tolkin-, me temo que al principio no podremos pagarle mucho…
– Está bien -dijo Julia-. Yo…
– Trescientos dólares por semana -dijo Al Peters. Tenían razón: no era mucho dinero. Julia tomó una decisión rápida.
– Acepto.
Los tres se miraron e intercambiaron sonrisas.
– ¡Fantástico! -dijo Al Peters-. Le enseñaré las oficinas. El recorrido llevó pocos segundos. Había una pequeña sala de recepción y tres pequeñas oficinas que parecían haber sido amuebladas por el Ejército de Salvación. El cuarto de baño estaba en el otro extremo del pasillo. Al Peters era el vendedor; Bob Eastman, el arquitecto y Max Tolkin se ocupaba de la construcción.
– Trabajará para los tres -le dijo Peters.
– Muy bien. -Julia sabía que iba a hacerse indispensable para todos ellos.
Al Peters consultó su reloj.
– Son las doce y media. ¿Qué tal si almorzamos?
Julia se estremeció. Ya era parte del equipo. «Me están invitando a almorzar.»
Al Peters miró a Julia.
– Hay un establecimiento de comidas preparadas en la esquina. Yo comeré un bocadillo de ternera con pan de centeno, con mostaza, ensalada de patatas y un pastelillo.
– Ah. -«Adiós invitación a almorzar.»
– Yo, un bocadillo de lomo y sopa de pollo -dijo Tolkin. -Sí, señor.
– Y yo, carne fría y un refresco.
– Asegúrese de que la ternera no sea grasienta -le dijo Al Peters.
– Ternera magra.
Max Tolkin le dijo:
– Asegúrese de que la sopa esté bien caliente.
– De acuerdo. Sopa bien caliente.
Bob Eastman dijo:
– Que el refresco sea de cola baja en calorías.
– Cola baja en calorías.
– Aquí tiene el dinero -dijo Al Peters y le entregó un billete de veinte dólares.
Diez minutos después, Julia estaba en la tienda hablando con el hombre que se encontraba al otro lado del mostrador.
– Quiero un bocadillo de ternera magra, con pan de centeno, mostaza, ensalada de patatas y un pastelillo; otro de lomo y sopa de pollo bien caliente; y carne fría y un refresco de cola bajo en calorías.
El hombre asintió.
– Trabaja para Peters, Eastman y Tolkin, ¿verdad?
A la semana siguiente, Julia y Sally se mudaron al piso de Overland Park. Consistía en dos dormitorios pequeños, un salón con muebles que habían conocido demasiados inquilinos, una cocina, un pequeño comedor y un cuarto de baño. «Este lugar jamás podrá confundirse con el Ritz», pensó Julia.
– Nos turnaremos para cocinar -sugirió Sally.