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Al cabo de tres días Kang Sheng envía a la joven el recado de que le ha concertado un encuentro privado con Mao.

Como si la llamaran a escena, la señorita Lan Ping se acerca al telón. Se echa un último vistazo en el espejo. Va sin maquillar. De hecho se ha lavado la cara dos veces. Ha decidido presentarse como una joven sin pretensiones, digna de confianza. Va con uniforme, su disfraz completo. Un cinturón le ciñe el talle.

Se dirige a la cueva de Mao. El guardia de la cicatriz en forma de oruga entre las cejas le cierra el paso. Ella da su nombre. El guardia la mira de arriba abajo con recelo. El presidente me ha invitado. Espera, dice el guardia entrando en la cueva. Al cabo de unos minutos sale. El presidente te espera.

Siéntate, dice él acercándole una silla. ¿Té?

Ella se sienta y mira alrededor. Lamento molestarle, presidente. Me consta que es un hombre ocupado.

Yo…, se interrumpe como si fuera demasiado tímida para continuar.

Es parte de mi trabajo escuchar lo que la gente tiene que decir, dice él sonriente. A veces un poco de esparcimiento hace que luego rinda más.

Ella sonríe, se siente relajada.

Él despeja su escritorio y se sienta frente a ella.

Ella bebe un sorbo de té y lo mira. Es consciente del efecto que puede tener su mirada en un hombre. Se lo han dicho Yu Qiwei, Tang Nah y Zhang Min. Lo baña en su luz.

Él rompe el silencio: Me he enterado por el camarada Kang Sheng de que tienes dificultades en comprender ciertos puntos de mi conferencia.

Así es, responde ella. De nuevo lamento molestarlo.

No te preocupes, dice él. Se levanta y añade agua caliente en la taza de ella. Como ha dicho Confucio, uno debe disfrutar enseñando. Mi puerta está abierta para ti. Cada vez que tengas una duda sólo tienes que venir.

Hay formalidad mientras interpretan los papeles de profesor y alumna. Luego él le pregunta sobre su vida. Quién es y de dónde viene. Ella disfruta respondiéndole. Ha ensayado bien el guión. De vez en cuando hace una pausa y lo observa. Él se muestra cauteloso. Ella reanuda su historia, añadiendo, cambiando y saltándose ciertos detalles. Cuando menciona lo grande que es Shanghai, él interviene.

Estuve allí en 1923, para el congreso del Partido. Sigue jugando con su lápiz y dibuja círculos en un telegrama. Por aquel entonces el Partido sólo tenía un puñado de miembros y éramos constantemente perseguidos por los agentes de Chang Kai-shek.

¿Dónde se alojaba?, pregunta ella intrigada.

En el barrio de Luwan, por la calle Cima.

¿La calle de las casas de ladrillo rojo y puerta de arco negra?

Eso es.

Los huevos con té son excelentes en esa calle.

Bueno, era demasiado pobre para permitirme probarlos.

¿Qué provincia representaba en el congreso?

Hunan.

¿Tenía otros empleos además de trabajar para el Partido?

Trabajaba en una lavandería en Fu-xing's.

¡En una lavandería!, exclama ella riéndose. ¡Qué interesante!

Lo complicado del trabajo no era lavar sino entregar las prendas, añade, ya que casi todo el dinero que ganaba lavando se iba en billetes de tranvía que eran carísimos.

¿Por qué no se quedó en Shanghai?

Digamos que pasé un mal rato nadando en una bañera.

Ella se levanta para irse. Es la hora de cenar.

Por favor, quédate a comer.

Me temo que ya le he molestado bastante.

Quédate, oye ella a sus espaldas mientras se encamina hacia la puerta. Por favor, acepta mi invitación.

Los guardias ponen la mesa. Cuatro platos. Pollo sofrito con salsa de soja, rábanos, verdura y tofu con especias. Ella devora la comida disculpándose por sus modales. La vida en Yenan es mucho más dura que en Shanghai, ¿verdad? Como un padre, él la observa comer. Ella asiente mientras sigue llenándose la boca.

Él coge un trozo de carne y lo deja caer en el tazón de ella. La comida de aquí me parece deliciosa comparada con lo que comíamos durante la Larga Marcha, comenta. He llegado a comer corteza de árboles, hierba y ratas.

Ella deja de comer y le pide que le explique más cosas de su exilio.

Fue después de Tatú, empieza él. Nuestro ejército se dirigió al norte. En las montañas nevadas hallamos relativa seguridad, aunque la prodigiosa altura nos debilitó a todos. Murieron muchos y tuvimos que abandonar provisiones y animales de carga. Estábamos en terrenos pantanosos de pastos. Era un espectáculo atroz. Mis hombres habían sido atacados cerca de Tíbet y ahora volvíamos a cruzar una región de tribus hostiles. No teníamos comida. Nuestros cocineros desenterraron lo que parecían nabos y que más tarde resultaron ser venenosos. El agua nos sentó mal. Los vientos nos zarandearon y las tormentas de granizo dieron paso a la nieve. Extendimos cuerdas a través de los pantanales para orientarnos, pero desaparecieron en las arenas movedizas. Perdimos los pocos animales de carga que nos quedaban.

Ella nota que Mao trata de restar importancia a sus palabras, pero no puede.

Él respira hondo y termina la frase: Alcanzamos a ver una pequeña columna avanzando a través de una brumosa extensión de hierba y de pronto… toda la columna se desvaneció.

Ella se queda mirándolo.

Cuando el guardia enciende la segunda vela, ella se levanta y se despide. Te parecerá extraño, pero pensé que serías arrogante, dice ella al cruzar la puerta.

¿Qué motivos tengo para ser arrogante? Soy Mao Zedong, no Chang Kai-shek.

Ella asiente riendo y dice que tiene que irse.

El camino es malo y es una noche sin luna. ¡Pequeño Dragón! Acompaña a la camarada Lan Ping a su casa, ¿quieres?

Es el tercer día que se reúnen en privado. Las estrellas parecen ojos de voyeurs que se abren y se cierran. Mao Zedong y Lan Ping están sentados muy juntos en la creciente oscuridad. Ha empezado a refrescar. La maleza se inclina lánguida sobre la orilla del río, y en la superficie del agua tiembla el reflejo de la luna.

Nací en el pueblo de Shaoshan en 1893. Mao describe el paisaje de su ciudad natal, es tierra de hibiscos, orquídeas, siervos y campos de arroz. Mi padre era un pobre campesino que se enroló de joven al ejército del señor de la guerra por estar cargado de deudas. Fue soldado durante muchos años. Más tarde volvió al pueblo y se las arregló para volver a comprar su tierra. Ahorró religiosamente y abrió un pequeño comercio. Era un hombre mezquino. Cuando yo tenía ocho años me envió a una escuela primaria local, pero pretendía que trabajara en la granja por la mañana temprano y por la noche. Odiaba verme sin hacer nada. ¡Hazte útil!, gritaba a menudo. Todavía oigo su voz. Era un hombre irascible, y a menudo nos daba palizas a mí y a mis hermanos.

Llegado a este punto la joven intercala sus comentarios. Describe a su padre. Dice que comprende perfectamente cómo debió de sentirse de niño, aterrorizado por su padre. Levanta la mirada hacia él con los ojos llenos de lágrimas.

Él asiente y, sosteniéndole las manos entre las suyas, continúa: Mi padre no nos daba dinero. Nos daba fatal de comer. El día quince de cada mes hacía una concesión a sus trabajadores y les daba huevos con arroz, pero nunca carne. A mí nunca me daba huevos ni carne. Su presupuesto era muy limitado y miraba el dinero.

¿Y tu madre?, pregunta la joven. La cara de él se ilumina. Mi madre era una mujer amable, generosa y compasiva que siempre estaba dispuesta a compartir lo que tenía. Se compadecía de los pobres y a menudo les daba comida. No se llevaba bien con mi padre.

De nuevo la joven responde que sabe de qué está hablando. ¿Qué podía hacer una mujer en tales circunstancias sino llorar y aguantar? El comentario hace que Mao hable de cómo se rebeló contra su padre, cómo una vez lo amenazó con arrojarse a un estanque y morir ahogado. No vuelvas a pegarme o no me verás más el pelo. Le enseña cómo gritó a su viejo. Se ríen.

Describe como «turbulentos» sus años de estudiante. Se marchó de casa a los dieciséis y se graduó en la Primera Escuela Normal del Hunan. Era un lector voraz y prácticamente vivía en la Biblioteca Provincial del Hunan.