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Pero se abre. Se inclina sobre él y yace en sus brazos. Abre las piernas, llora y se funde en su calor. Él la acaricia, murmura y solloza enloquecido. Ella deja que su cuerpo le diga cuánto lo echa de menos.

Todos esperan de mí que sea un Buda de piedra sin deseos ni sentimientos, jadea él encima de ella. Mis camaradas preferirían verme convertido en un eunuco.

En 1938 Mao es reconocido por fin en Moscú. En septiembre el Partido Comunista celebra su sexto congreso con Mao como presidente. El asesor ruso asiste y anuncia la dimisión del viejo amigo de Stalin, el rival de Mao, la cabecilla del ala derecha del Partido, Wang Ming. El asesor nombra a Mao el nuevo socio de Moscú.

La noticia coge por sorpresa a mi amigo Kang Sheng, que ha sido fiel seguidor de Wang Ming. Estudiaron juntos en Rusia. Desde que llegó a Yenan, Kang Sheng ha hecho todo lo posible por ganarse la confianza de Mao, pero la gente no ha olvidado su pasado. El 14 de septiembre, en una extensa reunión en la que se investiga a Wang Ming, se menciona repetidas veces el nombre de Kang Sheng como cómplice de Wang en varios crímenes políticos. El Politburó está decidido a expulsarlo.

El hombre de la perilla permanece sentado en la reunión como si yaciera sobre un lecho de púas.

Es en ese momento cuando Kang Sheng recibe una información crucial que convierte el peligro en una bendición. El delegado del Partido, Liu Xiao, le envía un telegrama desde Shanghai. Se trata de un informe de una investigación llevada a cabo sobre Lan Ping durante su encarcelamiento en octubre de 1934. El informe concluye que Lan Ping ha denunciado el comunismo y es por tanto una traidora.

Aunque no ha causado ningún perjuicio al Partido, es un acto lo bastante grave como para destruir las posibilidades de Lan Ping de contraer matrimonio con Mao.

Mientras contempla el telegrama Kang Sheng ve emerger su propio futuro.

La tarde se disuelve. La cueva está llena de humo. Kang Sheng ha estado fumando. Lan Ping está sentada ante su escritorio, leyendo el telegrama. Palidece.

¡Es un complot, un montaje!, grita. ¿Dónde están sus pruebas? Es envidia. ¡Están celosos de mi relación con el presidente! Se levanta, pero de pronto le falta el aire y se deja caer de nuevo en la silla.

No estoy aquí para discutir si tienen o no pruebas. Estoy seguro de que las tienen. Kang Sheng habla despacio y mira a Lan Ping a los ojos. El problema es lo que ocurrirá cuando el Politburó lo lea. Te expulsarán, sea cual sea la verdad. Te interrogarán y te expulsarán del Partido si es que no te fusilan. Ni el presidente ni yo estaremos en posición de defenderte. Ya conoces mi trabajo. El procedimiento. Eres un blanco demasiado grande.

El sudor empieza a brotar a través de las raíces de su pelo. Quiere discutir, pero se ha quedado en blanco. Mira fijamente el techo y siente cómo se le paralizan los sentidos.

Maestro Kang, dice llamándolo como si fuera el director de la escuela de enseñanza primaria de la ciudad de Zhu. Amo al presidente por encima de todo. Te ruego que me ayudes.

Kang Sheng permanece callado largo rato, luego suspira y cuenta sus dificultades, los ataques que ha sufrido en las reuniones por su relación con Wang Ming. Sólo Mao puede demostrar que soy inocente, deja caer.

Ella comprende el trato. Saca su pañuelo y se seca las lágrimas. Veré lo que puedo hacer. Hablaré con el presidente en tu nombre.

No para de pasarse el pañuelo por la cara, el cuello, los hombros, los brazos, las manos y los dedos. Y vuelta a empezar. Diré que el jefe era Wang Ming. Hiciste lo que él te había ordenado, ¿no? Fue él quien trató de arrebatar el poder a Mao. Puedes demostrarlo, ¿verdad? ¿Debería decir que lo que querías en realidad era proteger al presidente? ¿Sería exagerado afirmar que has sido víctima del resentimiento de Wang Ming?… Estoy segura de que puedo conseguir que el presidente salga en tu defensa.

Kang Sheng queda satisfecho. Recupera el color de la cara. Camarada Lan Ping, prometo que no dejaré que ese telegrama siga viajando.

La paz surge de la guerra, me enseña mi amante. La vida se paga con la muerte. No hay terreno neutral. Hay veces en que tenemos que tomar decisiones. La vacilación es sinónimo de peligro. Es mejor despejar el camino que preguntar a voz en grito cuando no estás seguro de quién se acerca. Tienes mucho que aprender del camarada Kang Sheng.

Y estoy aprendiendo. Puede parecer amable, delicado e incluso vulnerable, pero detrás de la máscara está el rostro de la muerte. La verdad de una sanguijuela. Es así como consigue el puesto de jefe de seguridad. Mao aprecia sus cualidades y su estilo. Dice que él y Kang Sheng están en el negocio del bien. En la personalidad de mi amante advierto un lado peculiar. Su capacidad para sobrellevar el sufrimiento. Es lo que lo convierte en Mao. Estoy aprendiendo. Los asesinos con apariencia de Confucio. Estoy aprendiendo. La forma en que uno se gana a China.

Ésos son los dos hombres brillantes que hay en mi vida. Dos hombres que han creado lo que soy del mismo modo que yo los he creado a ellos.

Continúa la presión del Politburó. Los amantes han pasado a la clandestinidad. Ella ha dejado de asistir a las fiestas de los oficiales de alto rango de los sábados por la noche. Aprender a bailar como una forma de hacer ejercicio y alternar con gente es la nueva diversión de la ciudad. Las mujeres están encantadas con la desaparición de la actriz.

Pero alejada de la mirada del público, movida por la pasión y a horas concertadas de antemano, la actriz se entrega a Mao. Yace en su cama las noches tormentosas y las madrugadas gélidas. Después él le pide que le cante su ópera favorita, Fábrica de perlas rojas. Ella lo complace y la lujuria se apodera de nuevo de él.

Como una doncella de ilustre cuna

que en la torre de un palacio

alivia su amor opresivo,

como una luciérnaga dorada

que en un valle de rocío,

desparrama sin ser vista

su etérea alma en la hora secreta

con vino dulce como el amor

que inunda su alcoba.

Poco después Mao da la noticia al Politburó: la camarada Lan Ping está embarazada. Exige un divorcio y un matrimonio.

Los compañeros de Mao sacuden la cabeza al unísono. ¡Has dado tu palabra al Partido!

Sí, lo he hecho. Pero las cosas cambian, lo mismo que la situación de guerra. Si vosotros mismos sois capaces de cambiar y uniros a Chang Kai-shek, ¿por qué no podéis aceptar cambios en mi situación sentimental?… Bien, me habéis presionado al límite. La camarada Lan Ping no tendrá otra elección que ir por ahí con la barriga cada vez más hinchada, dando la nota. Todo el mundo se enterará de que, como presidente, soy prisionero de mi propio Partido. Y eso convertirá toda nuestra propaganda en una mentira. Será un anuncio publicitario gratuito para Chang Kai-shek: los comunistas no tienen para nada en cuenta la humanidad. Chang Kai-shek se reirá con tantas ganas que se le caerá la dentadura postiza.

Mao continúa. Estoy dispuesto a revelar yo mismo la verdad al pueblo. Estoy seguro de que juzgarán según su conciencia, verán que el Partido se pavonea con ropas nuevas de emperador y lo pondrán en tela de juicio. ¿Importa a alguien el bienestar personal de Mao Zedong? ¿No ha trabajado lo bastante duro? ¿Es el esclavo del Partido? La gente sacará sus propias conclusiones y decidirá a quién seguir. Pero ya no estaréis a tiempo de entrar en razón; me habré ido. ¡Fundaré un nuevo Ejército Rojo, una nueva base donde los hombres y las mujeres sean libres de casarse por amor, donde mis hijos puedan llevar mi nombre y donde la palabra «liberación» no sea un pájaro de madera!

Nadie subestima la capacidad de Mao. Todos los miembros del Politburó recuerdan perfectamente que fue Mao quien salvó el Ejército Rojo del cerco mortal de Chang Kai-shek; fue Mao quien convirtió el devastador exilio de la Larga Marcha en un periplo victorioso. Tras una semana en un callejón sin salida deciden negociar. El barco no puede navegar sin timonel.