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Mientras su gabinete se prepara para la proclamación de la República, mi marido trata de relajarse en su nuevo hogar en una isla del lago Zhongnanhai. Tarda semanas en adaptarse a los espaciosos aposentos. El techo alto del Jardín de la Cosecha le confunde. El espacio le asusta, aunque hay guardias detrás de cada puerta. Por fin, después de dormir en varias habitaciones, se traslada a un rincón silencioso, menos solemne y más modesto, llamado el Estudio Fragancia de Crisantemos.

A Mao le gusta su puerta. Mira exactamente al sur. Los paneles de la puerta son anchos, con ventanas que llegan hasta el techo. La luz natural entra en su nueva habitación a raudales. Los sofás de almohadones extrablandos, obsequios de Rusia, los envía el primer ministro Chu Enlai. Mao no se ha sentado nunca en un sofá y no se siente cómodo. No se acostumbra a lo blando que es. Le crea desazón. Lo mismo que el inodoro. Prefiere acuclillarse como un perro. Deja los sofás para las visitas y pide para él una anticuada silla de junco. La habitación exterior es un salón. Lo han convertido en una biblioteca, y los libros se amontonan del suelo al techo a lo largo de tres paredes. No presta atención a los muebles, pero es consciente de que todo el mobiliario de la ciudad imperial está hecho de madera de alcanforero. Esta madera tiene fama de seguir viviendo y respirando, y desprende un olor agradable aun después de ser convertida en mueble.

Encima de los estrechos estantes hay manuscritos originales encuadernados a mano. En mitad de la habitación hay un escritorio de dos metros y medio por uno veinte, y encima un juego de plumas, un tintero, un tazón de té, un cenicero y una lupa. La habitación interior hace las veces de dormitorio. Tiene las paredes de un blanco grisáceo y unas polvorientas cortinas de color vino. La cama es como las de los barcos, con muchos estantes ajustables para libros. Fuera, pinos de trescientos años alargan sus ramas hacia el horizonte. Más allá de la terraza de piedra caliza se extiende una parte del lago Zhongnanhai. El agua es de color verde hierba, y bajo las hojas de loto se reúnen peces con cara de perro. A la izquierda acaban de terminar un nuevo huerto, y al fondo de éste hay un arco de piedra cubierto de hiedra. Bajo la hiedra hay un sendero que lleva al Jardín del Silencio, donde vive Jiang Qing.

El Jardín del Silencio está protegido por el Jardín de la Cosecha, pero separado de éste. A los ojos de la gente vivimos juntos. Pero el sendero que discurre de su casa a la mía hace tanto que no se utiliza que ha empezado a cubrirse de musgo. Después de primavera la entrada queda obstruida por las hojas. El Jardín del Silencio fue en otro tiempo la residencia de la señora Xiangfei, la concubina favorita del emperador Ming. Xiangfei era conocida por su piel de fragancia natural. Dicen que la emperatriz la envenenó. Para conservar su recuerdo, el emperador ordenó que la residencia permaneciera permanentemente vacía.

Me encanta este lugar, su elegante mobiliario y la decoración. Me apasiona el aspecto salvaje del jardín, sobre todo las dos cascadas naturales. El arquitecto diseñó la casa alrededor del curso del agua. Las matas de bambú al otro lado de mi ventana son gruesas. Las noches de luna llena parece un imponente jardín cubierto de escarcha.

Y sin embargo no me he sentido peor en mi vida.

Me han dejado sola con todos estos tesoros.

Me han dejado sola con mis pesadillas.

¡He ayudado a incubar los huevos de vuestra revolución!, se oye gritar a sí misma. Se levanta en mitad de la noche y se sienta en la oscuridad. Por el escote le caen gotas de sudor frío. Tiene la espalda empapada. Sus gritos se arrastran por el suelo y se pegan a la pared. Mao ya no le informa de sus movimientos. Sus criados la evitan. Cuando trata de hablar con ellos, muestran impaciencia. Como si fueran rehenes.

Una noche cruza el sendero e irrumpe en el dormitorio de Mao. Alarga una mano hacia él y llora de rodillas. Mi cabeza está llena de tormenta. ¡El espejo de mi habitación me está haciendo enloquecer con el esqueleto de un loco! Haz de este lugar un hogar por el bien de nuestros hijos, suplica.

Mao deja el libro que está leyendo. ¿Qué tiene de malo dónde estamos ahora? Anying está contento en el Instituto Militar de Tecnología; a Anqing le va bien en la Universidad de Moscú. Y tanto Ming como Nah lo están pasando bien en el internado del Partido. ¿Qué más quieres?

Ella sigue sollozando.

Él se acerca y la tapa con sus mantas. ¿Qué tal si le pido a nuestros cocineros que compartan la cocina?

Esa noche ella está tranquila. Sueña que duerme el último sueño durante el cual su corazón deja de latir y sus mejillas se paralizan contra el pecho vacío de Mao.

Me disculpo y me levanto de la mesa. Mao no presta atención. Entro en su dormitorio, apago la luz y me quito los zapatos de una patada. Me tumbo en su cama. Oigo cómo deja los palillos en la mesa. Lo oigo encender un cigarrillo con una cerilla. No le gustan los mecheros modernos. Prefiere las grandes cajas de cerillas de madera. Le gusta contemplar cómo la cerilla se consume en sus dedos. Ver cómo queda reducida a cenizas. Me entristece pensar que he llegado a conocer sus pequeños hábitos.

El humo se arremolina. Esta noche huele muy fuerte a ajo. Lo oigo acercarse a su escritorio y apartar la silla. Lo oigo volver la hoja de un documento. Con la imaginación lo veo escribir comentarios en un documento. Círculos y cruces. Lo que solíamos hacer juntos. Me pasaba la pluma y me dejaba hacer mientras disfrutaba de su cigarrillo. Nunca hemos hablado de lo que ha fallado en nuestra relación. El conflicto se ha alimentado de detalles triviales.

Estampa su firma con una pluma roja. El nuevo emperador. El pasado sigue demasiado vivido. ¡No logro olvidar el momento en que me enamoré del bandido! Las imágenes lamen la orilla de mi memoria. Siento su ternura.

Durante semanas y meses permanezco sentada en mi habitación soñando despierta con la joven que tenía luz propia. He perdido su espíritu. ¡Mira por la ventana y disfruta del atardecer! Recuerdo la sensación de sentarme en su regazo mientras dirigía batallas monumentales. Tenía las manos dentro de mi camisa mientras los soldados avanzaban para enaltecer su nombre.

Una voz que imita a una pitonisa me dice: Joven, tienes en la boca un anzuelo dorado.

El tren se abre paso con dificultad por la espesa nieve. La belleza de los árboles escarchados del norte y la blancura la conmueven de un modo extraño. Va a ver a un médico. Un especialista ruso. Sufría un dolor cada vez más intenso y le han encontrado un quiste en el cuello del útero. No sabe por qué quiere ir a Rusia. ¿Para escapar de qué? ¿Del quiste o de la realidad?

La reciben los hombres del Ministerio de Asuntos Exteriores de Moscú. Agentes de nariz de patata que la tratan como si fuera la concubina abandonada de Mao. Con ellos hay una mujer, una traductora china de baja estatura y mejillas rosadas. Lleva un abrigo Lenin azul marino y se mueve como un gran triángulo. Al salir de la estación, la señora Mao recibe el azote del viento recio. ¡El aire de Siberia te saluda! Un nariz roja empieza a hablar. El camarada Stalin lamenta que no la acompañe el camarada Mao Zedong.

En su habitación de hotel, con una taza de té, Jiang Qing coge un ejemplar del Diario del Pueblo. Lo envía la embajada y es del 2 de octubre de 1949. En la portada hay una gran foto de su marido. Hecha con gran angular. Está encima de la plaza de Tiananmen, la puerta de la Paz Celestial, pasando revista a una sucesión de desfiles. Es una buena foto, piensa. El fotógrafo captó la euforia en la cara de Mao. Aparenta menos de cincuenta y cuatro años.

Vuelve la página y de pronto se encuentra con el nombre de Fairlynn. Ésta no sólo ha sobrevivido la guerra, sino que también ha colaborado activamente en la proclamación de la República. ¿Se han mantenido en contacto en secreto? ¿La ha invitado a su estudio?