Se trata de Mao. Sus ejercicios para la longevidad. Aquí tienes el número de vírgenes que penetra. Lamento ser yo quien se las proporcione, pero es mi trabajo. Debes comprenderlo. No armes jaleo con la información que te doy. Es tu vida lo que trato de proteger. Debes comprender la necesidad de Mao de penetrar. No debes compararte con Fairlynn y las de su calaña. Tú eres una emperatriz, no una vagina más. Tu verdadero amor no es Mao sino el emperador en cuyas ropas él se ha vestido. Tu verdadero amor es el poder en sí mismo.
No te lo diría si no fuera tu amigo, no te lo diría si no me importaras. Te lo digo para que no te comportes como una necia; te lo digo para que sepas cómo apostar con muy poco capital. Estoy tratando de asegurarme de que tu posición no se vea amenazada. No pierdo de vista a quien sea que pasa por la cama de Mao. Mao se acuesta cada día con una mujer distinta. Son incontables. Encájalo, mi pequeña Grulla entre las Nubes. Encájalo.
Trata de salir de las aguas que ahogaron a Zi-zhen. Sólo es una receta que toma para absorber el elemento yin. Penetra a las jóvenes que le traigo de pueblos. Y luego me encargo de ellas. De nuevo es mi trabajo.
Las cosas te van bien, Jian Qing. Estás navegando sin problemas. Has cruzado el océano y no estás demasiado lejos de la costa.
Fuera las hojas secas arañan la tierra. Jiang Qing ha regresado al Jardín del Silencio. Se ha estado escondiendo bajo las sábanas y las almohadas. En el sótano de Kang Sheng ha perdido la poca paz que le quedaba. Ya no puede conciliar el sueño. Sigue oyendo crujidos, como si se le partiera el cráneo. En su imaginación, una gigantesca horda de bestias llegan y la llenan.
Al amanecer tiene los nervios a flor de piel. Despierta y descubre que ha renunciado a comprender. Se siente ligera y perpleja a la vez. Piensa en enviar concubinas a Mao con ollas de veneno mezclado con sopas de ginseng y tortugas cocidas al vapor.
14
En La Literatura del Pueblo lee el artículo de Fairlynn sobre su visita a la Ciudad Prohibida guiada por Mao.
Nuestro gran Salvador estaba a mi lado. El desconsolado gemido del viento sobre el lago Zhong-nan-hai se hizo más fuerte. Me señaló el antiguo barco dragón medio ahogado con la cola asomando como un monstruo. Discutimos sobre la historia de las revueltas campesinas. Me explicó qué era el heroísmo. Estoy segura de que mi cara resplandecía como la de una colegiala. Me cautivó por completo.
Abrí mi pecho y le confesé que había sido pesimista. A raíz de sus enseñanzas, los años de hielo que la oscuridad había forjado en mi interior se derritieron y escurrieron. Sentí la luz y el calor. Como un barco que lleva tiempo perdido, mi corazón viró hacia un puerto seguro… El presidente apartó la vista de los muros en sombra y nuestras miradas se cruzaron. Cuando le pregunté qué pensaba del amor, respondió: Hemos vivido una época de caos en la que es imposible amar. La guerra y el odio han secado la sangre de nuestra alma. Lo que diluye mi desesperación es el recuerdo. El recuerdo de un cielo y el recuerdo de la tierra que hay debajo; mis seres queridos que murieron por la revolución. Cada día mi mundo comienza con la luz que éstos arrojan sobre mí. ¡Luz, Fairlynn! La luz que conserva en mi alma un verano prometedor en el invierno más gélido.
No, no voy a unirme a las concubinas de la Ciudad Prohibida. Jiang Qing aprieta la mandíbula al tiempo que cierra la revista. No soy una de ellas. Las almas abandonadas. Los nombres en cuyo honor se hicieron medallas destellantes, placas conmemorativas y arcos de triunfo. Me traen sin cuidado. Odio este aliento, su humedad. Ansío las luces brillantes y cálidas. No permitiré que el frío de una funeraria penetre en mi piel.
Es Kang Sheng quien me informa de la sífilis de Mao. De nuevo es Kang Sheng.
Me siento petrificada por la rabia. Miro con fijeza su perilla y sus ojos de carpa dorada.
La paciencia es la clave del éxito, me recuerda. ¿Quieres que te pida hora con un médico para que te examine? Me refiero para asegurarte…
Su dedo inyecta tinta negra en cada vaso de mi cuerpo. ¿Puedes hacer memoria, señora?
Sí. Fue después del banquete estatal en el Salón del Pueblo. Hacía años que no tenían intimidad. Mao estaba de buen humor. Los gobernadores de todos los estados habían acudido a Pekín para informarle y rendirle homenaje. La escena le hizo pensar en los emperadores que concedían audiencias durante las dinastías. El hijo revolucionario del cielo. Las cosas marchaban. Cada provincia giraba alrededor de Pekín. La fe en él era inmensa. Había sustituido a Buda en el corazón de su pueblo. Fomentaba tal veneración haciendo las menos apariciones posibles: el viejo truco de crear poder y terror. Y cuando aparecía mantenía la cara oculta, y su discurso era breve y vago. En las reuniones hacía unos pocos comentarios. Un par de sílabas. Una sonrisa enigmática y un firme apretón de manos. Era efectivo. No tenía de qué preocuparse ahora.
Cuando se hubieron ido todos los invitados, Mao condujo a Jiang Qing a la cocina imperial. Vamos a dar gracias a los cocineros y al servicio. De regreso en el Pabellón de Luz Púrpura, se mostró cariñoso. La llevó al ala oeste y los dos se acomodaron en la Habitación de las Peonías.
Ella trató de no pensar en sus sentimientos mientras lo seguía.
La habitación parecía innecesariamente grande. La luz dibujaba hojas de nenúfar rosas y amarillas en la superficie ondulada de la pared. A solas con Mao, se sintió rara y nerviosa.
Él se acomodó en el sofá y le invitó a sentarse con un ademán. Permanecieron sentados uno frente al otro. Al cabo de un rato, ella se sintió incómoda y pidió permiso para retirarse. Él fingió sorprenderse. Dijo que le apetecía hablar y le pidió que volviera a sentarse. Para romper el silencio ella le preguntó por su viaje.
Te has sentido sola, dijo de pronto él con suavidad.
Ella se volvió, se levantó y se dirigió a la puerta.
Quédate. La palabra la detuvo.
Sabía que no podía desobedecerlo. Fue y volvió a sentarse, pero en otro sofá.
Estoy demasiado cansado hoy para una guerra de guerrillas. Se levantó y se sentó a su lado. La sujetó.
¡No, por favor! Las palabras salieron casi entrecortadas del pecho de ella.
Él no se dio por enterado. Disfrutaba con sus forcejeos. La penetró a la fuerza. Dios proporciona comida a todos los pájaros, pero no la arroja en su nido, lo oyó decir. Tienes que salir a cogerla.
Prefiero convertirme en polvo.
Él no respondió, pero empezó a embestirla.
El cuerpo de ella se cerró y su mente se retiró.
A él le caían gotas de sudor por el puente de la nariz, las mejillas y por debajo de las orejas hasta adentrarse en el pelo. El hecho de que ella lo rechazara le irritó. Sujetándola, siguió embistiéndola como para salir de ella.
Nos citamos…, gritó ella de pronto, pronunciando las palabras con dificultad. Nos citamos en la oscuridad, nuestra piel en otro tiempo brilló, nuestros cuerpos se hincharon de éxtasis y nuestra carne se consumió de impaciencia. ¿Cómo iba a saber… que íbamos a descubrir que este viaje…, el viaje que consumió el fuego de nuestra juventud, no… merecía la pena?
Él le tapó la boca con una mano. Su cuerpo se movía rítmicamente.
De pronto se paró, como una bicicleta rota.
Ella experimentó la sensación de vivir dentro de un reloj, observando su cuerpo en un extraño movimiento. Trató de impedir que sus pensamientos salieran disparados hacia el futuro.
La luz de media tarde seguía cortando la Habitación de las Peonías en formas rectangulares y triangulares. La alfombra color borgoña olía a humo. El antiguo lienzo de peonías dibujaba siluetas espeluznantes saliendo de la pared. El ruido de una tubería subterránea se mezclaba con el frotar woks de la cocina del fondo.
Escuchó largo rato. El ruido del agua bajando por las tuberías repiqueteó en su cráneo. Luego llegó un ruido de pasos. Era el vigilante que estaba de guardia. Los pasos cesaron con un grito. Cayó algo. Una bolsa pesada. El vigilante echó a correr. Luego se oyó hablar a dos hombres. Un camionero que había venido para entregar pescado fresco. El vigilante le dijo que no era allí. El camionero le preguntó la dirección de la entrada de la cocina principal. El vigilante le respondió con fuerte dialecto de Shandong. El camionero preguntó si podía utilizar el baño y el vigilante respondió que tenía que hacerlo fuera. Poco a poco el ruido del pasillo cesó.