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No bebo, pero hoy voy a hacerlo para demostrar que a partir de ahora mi vida está en tus manos. Vamos, Chun-qiao, ¡salud! Bebemos mai-tais. Son más de las doce de la noche y seguimos con la moral alta. Estamos ultimando los detalles de nuestro plan. Estamos seleccionando a socios para el trabajo.

Chun-qiao propone a su discípulo Yiao Wen-yuan, que es el jefe del Departamento de Propaganda de Shanghai. Lo he estado observando. Empezó a demostrar su talento político durante el movimiento anticonservador. Se le conoce por sus críticas al libro de Bajin, Humanidad. Es un arma resistente. La gente lo llama «el Bastón de Oro». Su pluma ha derribado a varias figuras inamovibles.

¡Bien! Necesitamos bastones de oro, respondo. Bastones de hierro y de acero. Nuestros adversarios son tigres de dentadura de acero.

Su siguiente reunión con Mao pone en marcha la historia.

El 10 de noviembre de 1965 se levanta el telón de la epopeya de la Revolución Cultural del Gran Proletariado. Al principio es silenciosa, como la llegada de la marea. El ruido se va aproximando. Al cabo de ocho meses de trabajar las veinticuatro horas, Jiang Qing, Chun-qiao y Yiao terminan su borrador titulado «Sobre la obra Hairui es despedido de la oficina».

Mao lo revisa y corrige, y una semana después aparece publicado en el periódico Wen-hui de Shanghai.

Nadie, ni del Politburó ni del congreso, toma en serio el artículo. Nadie habla de él. Ningún periódico lo reimprime. Como una piedra arrojada a un pozo seco, no hace ruido.

Jiang Qing entra en el estudio de Mao al noveno día de su publicación. Trata de disimular su excitación.

La resistencia es obvia, empieza diciendo con voz contenida. Es un silencio organizado.

Mi marido se vuelve hacia la ventana y mira fuera. El lago de Zhong-nan-hai está bañado en la brillante luz de la luna. La extensión de árboles se halla cubierta de rayos plateados. Las sombras son de un negro aterciopelado. No muy lejos, en medio de la bruma, se levantan los pabellones de Yintai y Fénix donde cada hierba, madera, ladrillo y baldosa narran una historia.

Es aquí donde la viuda emperatriz tuvo como rehén al emperador Guang-xu. Mao habla de repente, como siempre. El primer vicepresidente de la República de China, Li Hong-yuan, estuvo en este mismo lugar bajo arresto domiciliario. ¿Crees que se atreverían?

Todos estamos listos para partir, presidente. Tu salud es el destino de la nación.

¿Has hecho imprimir el artículo en forma de manual?, pregunta Mao.

Sí, pero las librerías de Pekín no están interesadas. Sólo han aceptado de mala gana tres mil ejemplares, frente al libro del vicepresidente Liu, Sobre la autoformación de un comunista, que ha vendido seis millones.

¿Has informado de la situación al jefe del Departamento de Cultura, Lu Din-yi?

Sí. Y su comentario fue: «Es un tema académico».

Mao se levanta, y escupe las hojas de té que tiene en la boca. ¡Abajo el Departamento de Cultura y el Comité Urbano de Pekín! Agitemos el país. Pidamos a las masas que sacudan las naves del enemigo. Hay que volver a empezar la revolución.

Tu orden ya ha sido dada.

La primera pareja de China utiliza su poder al límite de su capacidad. Mao lanza el movimiento a través de los medios de comunicación. Que la Revolución Cultural sea un proceso purificador del alma, reproducen los periódicos. El viejo orden ha de ser abandonado. Un trabajador de a pie debería poder entrar gratis en la ópera; el hijo enfermo de un campesino debería recibir la misma asistencia médica que su gobernador provincial; un huérfano debería obtener la mejor educación, y los ancianos, deficientes o minusválidos deberían recibir atención pública gratuita.

Al cabo de unos pocos meses crear caos se convierte en un estilo de vida. No sólo se alienta el saqueo, sino que se define como acción que «ayuda a uno a apartarse de la seducción del mal». Seguir las enseñanzas de Mao se convierte en un ritual, una nueva religión. En la propaganda de veinticuatro horas de la señora Mao no queda nada de Mao salvo el mismo Buda.

Detrás de los gruesos muros de la Ciudad Prohibida, Mao diseña consignas para inspirar a las masas. Como un emperador pronuncia edictos. Hoy, «Todos somos iguales frente a la verdad», y mañana, «Dejemos que los soldados se hagan cargo de la dirección de las escuelas». Los gobernadores y los alcaldes, sobre todo el alcalde de Pekín, Peng Zhen, y el jefe del Departamento de Cultura, Lu Din-yi, están desorientados. Sin embargo Mao los obliga a encabezar el movimiento en nombre del Politburó. Entretanto Kang Sheng ha recibido el encargo de Mao de vigilar al alcalde.

Jiang Qing es enviada a «moverse y prender fuegos».

Puedes permitirte armarla gorda, dice Kang Sheng a la señora Mao. Si algo marcha mal, Mao siempre te respaldará. Mi situación es distinta. No tengo a nadie que me respalde. Debo tener cuidado.

Hay resistencia. Por parte del vicepresidente Liu y de su amigo el viceprimer ministro, Deng Xiao-ping. Si Mao siempre ha considerado al vicepresidente un rival, ve a Deng Xiao-ping como un talento valioso. En una ocasión comentó que el «pequeño frasco» de Deng está lleno de cosas asombrosas. Educado en Francia, Deng ha probado el capitalismo y le ha encantado. Es un hombre que habla poco pero hace mucho. Apoya al vicepresidente Liu respaldando sus programas capitalistas. El 5 de febrero, un día frío, él y el vicepresidente Liu deciden convocar una reunión del Politburó para discutir el comunicado urgente del alcalde de Pekín, «El informe».

El propósito de «El informe» es clarificar la confusión que ha causado «Sobre la obra Hairui es despedido de la oficina» de la señora Mao. El objetivo es restringir la crítica a un terreno académico, dice Peng. Hacia el final de la reunión Peng pide al vicepresidente Liu y a Deng Xiao-ping que firmen una carta secundando «El informe». Al día siguiente Mao recibe la carta y «El informe».

Mi marido no pone objeciones a «El informe». De hecho, nunca se permite ponerse en una situación en la que debe dar una respuesta afirmativa o negativa. Comprende que un rechazo significaría rechazar al noventa por ciento de los miembros de su gabinete. Vive para hacer el papel de salvador, no de verdugo.

En el futuro, a Mao siempre lo recordarán por sus buenas obras. Por ejemplo, la historia tan divulgada acerca del funeral del mariscal Chen Yi en 1975. El hecho de que acudiera en pijama demostraba las prisas que se había dado para llegar allí. A los espectadores se les hizo creer en la sinceridad de su dolor. Pero lo cierto es que Mao podría haber salvado la vida del mariscal pronunciando un simple «no» para detener a los guardias rojos que lo torturaron hasta matarlo.

No quiero decir con ello que tenga mis reservas sobre las tácticas de mi marido. Estoy con él. Es un gran hombre, un visionario con un gran sueño para su país. La meta de la revolución es el paraíso. Siempre he entendido que «la revolución consiste en que una clase derribe a otra mediante la acción violenta»; lo hemos arriesgado todo por esta frase.

El juego continúa. Mao se ha propuesto arrasar a la oposición. En las reuniones del Partido, sonríe y habla con Liu y Deng. Les pregunta por sus familias y bromea sobre la afición de Deng a jugar al póquer. Tiene la habilidad de desarmar y cautivar con su palabra, y hacer que sus víctimas abandonen sus sospechas hasta que se convierten en una puerta abierta. Entonces ataca.

El alcalde de Pekín, Peng Zhen, está encantado porque Mao ha aprobado «El informe». Da por sentado que cuenta con su apoyo. La noticia deja tranquilos al vicepresidente Liu y a Deng Xiao-ping.

Conozco a mi marido. Es posible que finja que está enfermo y se retire, pero volverá y tomará a su enemigo por asalto. Es lo que está haciendo ahora. Planeando la batalla, recolocando sus piezas en el tablero de ajedrez. Cree que está en juego el futuro de China. Cree que se está enfrentando a un golpe de Estado, que su ejército se está sublevando. Cree que sólo cuenta con la lealtad de un ejército de la provincia del norte, encabezado por el mariscal Lin, el hombre de aspecto enfermizo.