En nombre de Mao organizo un festival nacional. Se llama Festival de Óperas Revolucionarias. Selecciono posibles óperas y las adapto para servir a los intereses de Mao. Encargo a artistas con talento que las mejoren convirtiéndolas en espectáculos de gran calidad, como Conquistando la montaña del tigre con ingenio y El estanque de la familia Sha. Hago que las óperas lleven mi firma y superviso personalmente cada detalle, desde la selección de los actores hasta el modo en que un cantante alcanza una nota.
Hay quienes aprenden rápido y hay mentes obcecadas. He de lidiar con todos. No pasa un día sin que sienta la sombra de mi enemigo. Cuando la resistencia se hace fuerte y mis proyectos peligran, llamo a Mao por teléfono. Esta mañana se han llevado a un par de dramaturgos. Los han encerrado en un centro de detención por orden del enemigo. Han dado una razón vaga: «No han servido en cuerpo y alma al pueblo». No tengo ni idea de quién encabeza exactamente la oposición. Lo hacen todo a través de estudiantes. Esto es una zona de guerra. Mi enemigo tiene muchas caras. Los estudiantes están siendo manipulados.
Mao me tranquiliza ofreciéndome una sustancial ayuda. Lanza una campaña, me dice. Crea tu propio ejército. Ve a las universidades y habla en mítines públicos en mi nombre. El objetivo es poner de tu parte a los estudiantes.
El día treinta y siete del festival es un gran éxito. Recibimos a trescientas treinta mil personas. Para colmo de la emoción, Mao y su nuevo gabinete asisten a mi ceremonia de clausura. De pie al lado de Mao, con mi uniforme militar verde hierba recién estrenado, aplaudo. Cuando baja el telón lloro de felicidad. Gracias al «Manual de la Revolución Cultural» que se está enviando a cada comuna, fábrica, campus y calle, he establecido mi liderazgo. Siguiendo mis órdenes, los estudiantes, trabajadores y campesinos desafían a las autoridades. En los mítines recito por el micrófono un poema de Mao:
Los intrépidos ciruelos de invierno florecen en la nieve.
¡Sólo las patéticas moscas lloran y mueren congeladas!
La oposición no da muestras de darse por vencida. El vicepresidente Liu organiza sus propios grupos para contraatacar. Sus emisarios se llaman a sí mismos el Equipo de Trabajo. Su objetivo es apagar los «fuegos salvajes»; destruir a la señora Mao.
Sin embargo ella no está preocupada. Mao ha confirmado su deseo de derribar a Liu. Está decidido a prender fuego al vicepresidente en persona.
La noche anterior ella ha tenido un sueño. Se abría paso a tientas hasta los brazos de su amante, sollozando de forma patética. Él la consolaba como si fuera una niña, y ella le empapaba la camisa con sus lágrimas.
Esta mañana han desayunado juntos. Estar en presencia del otro se ha convertido en una forma de mostrarse afecto. Ella no le cuenta su sueño. Él tiene una expresión serena y paciente. Desayunan en silencio. Él come pan y gachas de avena con guindilla, y ella leche y fruta con una tostada. Los criados están plantados como árboles. Observan comer a sus señores. Si ella estuviera en su casa los despediría, pero a él no le molestan. Le gusta tener guardias y criados en cada esquina de la habitación mientras come. Es capaz de estar totalmente relajado haciendo movimientos para ir al lavabo delante de ellos.
¿Qué está pasando con los estudiantes?, pregunta Mao sorbiendo ruidosamente su sopa de ginseng.
He descubierto a un joven de la Universidad de Qinghua, un estudiante de química de diecisiete años que se llama Kuai Da-fu.
Disfruto describiendo a Kuai Da-fu. Hablo de él como si fuera mi hijo. Kuai Da-fu tiene la cara delgada y un carácter apasionado. Tiene ojos de mapache y nariz grande. Sus labios me recuerdan el lecho de un río seco. Mao se ríe de mi comentario.
Sigue, dice. Sigue.
Es tímido y vulnerable, y sin embargo está lleno de pasión. No es robusto, sino más bien delicado. Pero tiene el carisma de un ídolo de adolescentes. Cuando habla, le centellean los ojos y se le suben los colores. Aunque no tiene experiencia, su ambición y determinación le asegurarán el éxito.
Mao aparta su tazón y se recuesta en su silla. Quiere saber cómo me he fijado en él.
Fue su reacción ante la «Notificación 5.16», explico. Hizo un póster de grandes caracteres en el que atacaba al jefe del Equipo de Trabajo, un hombre llamado Yelin. Lo llamaba roedor capitalista. Como consecuencia lo han expulsado de la escuela y lleva dieciocho días detenido.
¡Pero el joven no ha cometido ningún crimen!, exclama Mao en voz alta como si se dirigiera a una multitud.
Sí, Kuai Da-fu se ha declarado inocente, continúa la señora Mao. Y en huelga de hambre.
¡Tiene madera!
Eso mismo pensé yo.
Debe de estar inspirando a otros.
¿Qué debo hacer?
¡Ir a verlo!
Es precisamente lo que he hecho. Envié a mi agente, el camarada Dong…, seguramente no lo recuerdas. Trabajaba para Kang Sheng y es de confianza. Tiene un aspecto tan corriente y aburrido que se confunde con la gente sin despertar sospechas. En resumidas cuentas, me puse en contacto con Kuai Da-fu.
¿Y?
Le dije que contaba con mi apoyo y el tuyo. Le pedí que aguantara y aprovechara la oportunidad para dar ejemplo a la juventud de la nación.
En este momento Mao se inclina y me pone una mano en el hombro. Acariciándome con delicadeza, susurra: Es una bendición tenerte de mi lado. ¿Estás cansada? No quiero que te mates a trabajar. ¿Qué tal unas vacaciones? Salgo mañana. ¿Te gustaría acompañarme?
Me encantaría. Pero hago falta en Pekín. Necesitas que controle la situación.
Mao ha estado eludiendo las llamadas del vicepresidente Liu y se ha ido a Wuhan, en la provincia de Hubei. Pero Liu lo sigue, insistiendo en que debe informarle de los conflictos ocurridos en Pekín. Los repentinos motines. Los fuegos devastadores. Ruega a Mao que dé órdenes para que los detengan. Liu no tiene ni idea de en qué se ha metido.
Ningún historiador atina a comprender cómo un hombre tan brillante como Liu puede ser tan ignorante. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de la irritación de Mao? Sólo puede haber dos explicaciones. Una es que es tan humilde que nunca se ve a sí mismo como una amenaza para Mao. La otra es que está tan seguro de sí mismo que no le cabe que Mao tenga motivos para oponerse a su forma de actuar. En otras palabras, ya se ha visto gobernando China, ha visto al pueblo y al congreso del Partido volándolo a él.
Mao no hace ningún comentario sobre el informe del vicepresidente Liu. Cuando éste le pide que vuelva a Pekín, Mao se niega. Antes de marcharse pide a Mao instrucciones. Éste suelta: «Haz lo que creas conveniente».
Cuando Liu vuelve a la capital, los miembros de su gabinete lo esperan ansiosos en la estación de tren. Liu explica su desconcierto respecto a Mao. El gabinete trata de analizar la situación. Si Liu opta por dejar estar las cosas, lo cual significa permitir que Jiang Qing y Kang Sheng sigan asolando el país, Mao podría regresar y destituirlo por no haber hecho su trabajo. Pero si detiene a Jiang Qing y a Kang Sheng, Mao tal vez se ponga de parte de éstos. Después de todo, ella es su esposa.
Después de una discusión enervante, Liu y Deng deciden enviar más Equipos de Trabajo para restaurar el orden. Para asegurarse de si es correcta su acción, Liu marca el teléfono de Mao. De nuevo no obtiene respuesta.
A estas alturas se han cerrado las escuelas en todo el territorio nacional. Los estudiantes imitan a su héroe Kuai Da-fu y llenan las calles de carteles de grandes caracteres: «¡Impulsar la revolución!» se ha convertido en la consigna más explosiva. Para impresionarse mutuamente, los estudiantes empiezan a asaltar a los transeúntes que sospechan que son de clase alta. Les arrancan la ropa de seda, les rasgan los pantalones ceñidos y les cortan los zapatos de cuero puntiagudos. Asaltan a los agentes de policía acusándolos de ser «máquinas reaccionarias», y éstos se quedan paralizados. Los estudiantes y los obreros forman fracciones y empiezan a atacarse mutuamente para hacerse con el control de los territorios. La economía del país se paraliza.